Abigail pasó todo su día en cama, Alejandro no le permitió que hiciera nada, a menos que sea levantarse a estirarse las piernas. Le enternecía tanta preocupación pues hacía mucho tiempo que no recibía tanto afecto hacia ella. Su hermano era la persona que se preocupaba más por ella, pero al tener que viajar por los asuntos del vizcondado y ser el primogénito de los Blackwell, tenía demasiadas obligaciones y no podía preocuparse por niñerías de su hermana, aunque apostaba lo que no tenía para decir que si su hermano se enterase de esa veces que enfermó y que nadie la cuidó, le daría una reprimenda por no avisarle.
Esa noche cuando vio que iba a dormir sola, se sintió rara, como una opresión en el pecho y una tristeza. Que increíble que una sola noche durmiendo con su marido y ya se había acostumbrado a despertar con él. Pero esa mañana no se sintió sola, sino con alguien en quien podía confiar. Rememoró los besos y se sonrojó de pies a cabeza. Alejandro era al primer hombre que besaba, aunque su abusador le robó su primer beso, ella omitió eso y quiso guardar el primer beso que Alec le dio, el que ocurrió en el carruaje. Ese era un recuerdo memorable para ella y se reprendía cada vez que salía a relucir esa noche espantosa.
Se preparó para dormir y cerró sus ojos esperando de nuevo la llegada de las pesadillas.
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Alejandro sentía un fastidio en su cuerpo. No podía dormir, por más de que cerrara sus ojos no lograba conciliar el sueño. Una parte de él sabía los motivos. Le gustó dormir esas dos noches con Abigail. Sentía una especie de paz cuando la abrazaba que hoy era extraño no tenerla.
¿Cómo se había acostumbrado tan rápido a ella?
No comprendía como había ocurrido ello. Nunca en sus veintisiete años de vida había necesitado una mujer. Siempre supo que después de haber saciado sus necesidades masculinas, nunca había dormido con una mujer. Ni la había abrazado y mucho menos la necesitaba como si fuera un famélico en busca de comida. Ella era diferente y lo sabía. Por eso cada vez que se acordaba de sus motivos para casarse con ella y la confianza que depositaba en él cada vez que lo miraba, sabía que era un miserable.
Siguió dando vueltas en la cama, contaba en francés, pensó su nuevo discurso que daría en la Cámara pero ninguno de ellos le causó sueño.
Cuando había renunciado a la idea dormir, tomó del escritorio que tenía en su cuarto, papel y carbón para hacer un dibujo. Tenía tanto tiempo que no pintaba que no le venía la inspiración. Pero de pronto recordó un cabello color miel y unos ojos verdes y lo empezó a plasmar en su lienzo.
Ya terminado lo admiró y vio la forma. Era Abigail durmiendo. La forma en que su mejilla se pegaba a la almohada y su rostro suave por el sueño. Este retrato reflejaba la primera vez que despertaron juntos. Cuando la había admirado tanto.
Firmó el dibujo y lo guardó, no quería que nadie lo viera y mucho menos Abigail. Tal vez un día más adelante se lo mostrara pero definitivamente ahora no podía, porque la asustaría hasta la muerte, y eso era lo que menos deseaba, necesitaba que siempre confiara en él. Se recostó de nuevo en la cama, cuando ya era madrugada y el sueño por fin venció.
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La mañana siguiente Abigail salió de la cama, ya se sentía mucho mejor y solo quedaba un resquicio de tos pero nada de preocuparse. Se encontraba en la biblioteca en busca de un libro para pasar el rato cuando su ama de llaves la abordó.
—Señora... —La empleada hizo una reverencia ante su señoría. Aunque se veía afectada.
—Anabel, deja tanto histrionismo. Cuéntame qué ocurre.
El ama de llaves tenía una cara de compungida, estaba apenada. —Ay señora es que... —Abigail la alentó a seguir. —El esposo de mi hermana acaba de fallecer y tiene tres hijos y no tiene como mantenerlos, así que mi sobrina mayor está a punto de llegar de Bath y está buscando trabajo...
—Me está preguntando si le puedo dar trabajo. ¿Cierto? —ella asintió nerviosa. —Tranquilícese —Abigail trató de calmarla — ¿Cuántos años tiene?
—Dieciocho. —Abigail tragó en seco, tenía su misma edad. Debía estar muy afectada.
—Bueno quédese tranquila. —pensó en una bacante que faltara en la casa, en los pocos días de su matrimonio había empezado a adiestrarse en el puesto de dueña de casa. — ¿Tiene alguna experiencia en arreglo de damas? —Anabel asintió. —Ella se convertirá en mi nueva doncella.