Aprendiendo a Olvidar

Capítulo XIII

Luego de la salida con Alejandro, Abigail se sentía muy enamorada. Su esposo se estaba portando muy afectuoso con ella. Siempre que podían, se sentaban a leer, iban a cabalgar y una vez más que otra se besaban casi hasta perder el sentido.

Ese día ella estaba en el salón verde con Violet, hoy comenzaban sus clases de lectura. Y estaba muy emocionada ya que ayudaría a su nueva amiga en una actividad que amaba tanto. Abigail le empezó a enseñar desde lo más básico y se sorprendió al ver que Violet aprendía rápido. Sabía que pronto iba a aprender a leer y estaría comentando con ella los libros que estudiaba.

Luego de dos horas de trabajo con Violet, Abby le dijo que podía retirarse. Cuando Violet estaba recogiendo sus cosas, llegó Malcon y le informó una grata sorpresa.

—El señor Rushmore se encuentra en casa. —Supo que se trataba de Sebastián porque no lo llamó por el título.

—Señora la dejo con su visita. —dijo Violet.

—Está bien Violet...Mañana a la misma hora.

—Si señora. Terminaré todas mis obligaciones temprano para no descuidar mis tareas.

—Más te vale Violet. No queremos tener problemas con tu tía. —Ambas sonrieron con la broma y luego se dirigió al mayordomo. —Malcon haga pasar a Sebastián, por favor.

Cuando el Mayordomo salió, enseguida apareció su cuñado en la puerta.

—Buen día, hermana. —expresó con su típica sonrisa de conquistador y procedió a abrazar a Abigail.

—Sebastián que bueno tenerte aquí. —Anabel entró en la estancia y trajo unas galletas y té. —Anabel podrías por favor mandar a preparar unos sándwiches porque apuesto que el señor ha de tener mucha hambre.

Su cuñado asintió emocionado, parecía niño en dulcería. —Sip. Eres la mejor esposa que pudo haber conseguido mi hermano. Me alimentas y te preocupas por mí. —Y para dar mejor énfasis a su actuación, se sobó el estómago. —Deberían haber más mujeres como tú. ¿No tendrás una prima que yo no conozca?

Abigail rio. —No, creo que no. Por cierto hace mucho que no nos veíamos. —Afirmó.

Él sonrió complacido. —Tampoco tanto. Aunque no los culpo cuando no me encuentro ustedes lloran por mi presencia. Soy indispensable para su felicidad. —comentó con su arrogancia de siempre.

Negó. —Yo creo que es porque no se hace mucho aquí en Folkestone y los días se pasan lentos. —respondió mordaz. — ¿Y eso que viniste?

Sebastián alzó sus cejas. —Eres muy cruel, pequeña. Rompiste mi corazón. —se puso una mano en pecho en gesto trágico. — Y para responder tu pregunta, estoy aquí porque estoy huyendo.

Eso trajo la atención de Abigail. — ¿De qué? —Inquirió.

De nuevo su sonrisa de granuja apareció. —Son cosas de hombres que no puedo comentar con una dama. —y alzó sus cejas en gesto sugestivo. —Aunque creo que puedes adivinar.

—Me quedaré con esa explicación. —aseveró la Abigail. —Me basta con mi hermano y sus “cosas que no debería saber una dama”

Sebastián disfrutaba de la compañía. —Por cierto ¿dónde está el enclenque de mi hermano? —hizo un paseo por la habitación. —Supongo que debe estar en el despacho trabajando como un necio. Ese hombre no sabe lo que divertirse. 

Asintió —Sí, en el despacho. —Sebastián se rebusco en los bolsillos, sacó algo de uno de ellos y lo extendió hacia Abigail.

—Esto es para ti. —le entregó un gran sobre de color beige. —Te lo ha enviado tu hermano.

Abigail estaba muy emocionada. —Gracias Sebastián.

—Para servirte, hermosa. Iré a ver al idiota de mi hermano, diré que envíen la comida hacia allá.

—Está bien. —se despidieron brevemente y ella se sentó en una otomana cerca de la ventana para ver el contenido del sobre.

Sacó un sobre más pequeño, lo abrió y vio que tenía una carta. Empezó a leerla emocionada.

Mi pequeña niña

Sé que tengo tiempo sin saber de ti. Pero estos días he estado muy ocupado. Papá me ha dejado estar más involucrado con el condado y con mi trabajo en el vizcondado estoy haciendo jornada doble. La buena noticia es que puedo manejar más el dinero. Por lo que pude independizarme. ¡Tengo apartamento propio! Nuestro padre me ha dejado rienda suelta con el dinero y ya no me pide explicaciones de que hago con el mismo, porque sabe que estás casada con Abeforth. Ojalá hubiera ocurrido eso antes del incidente de Londres y así te habría ayudado más. Pero no descuides te enviaré mensualmente un poco de dinero. Para que no tengas que depender siempre de ese mequetrefe... digo de tu marido. — leyó y soltó una ruidosa carcajada, se lo imaginó escribiéndola. —Pronto iré de visita, así que dile a Abeforth que prepare la alacena porque se la acabaré. Te amo mucho hermana y espero verte pronto.




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