La mañana siguiente Alejandro partió para Londres, no podía quedarse luego de lo mal que se sentía con Abigail. Quería darle tiempo para que lo disculpara, no creía que ella quisiese verlo luego de lo ocurrido la noche anterior. Él mismo no se lo perdonaba.
Sabía lo doloroso que sería para ella hacer el amor, porque tenía primero que liberarse del trauma que había vivido para dejarse llevar. No la criticaba por su renuencia. Él le daría el apoyo necesario. Así pasarán años y años, él estaría dispuesto a esperar, pues el amor que sentía por Abigail, era mucho más fuerte que cualquier adversidad. Y ella lo valía todo.
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Cuando Abigail despertó, recibió la horrible noticia de que su marido se había ido para Londres. Le dolía inmensamente haberlo alejado, haberlo hecho sentirse mal con ella. Todo por culpa de sus miedos. Pero ya no quería seguir asustada, no deseaba dejarle ganar a quien la lastimó.
Así que tomó cartas en el asunto.
Le escribió a Lily, la necesitaba ver.
Ella era la única que podría ayudarla en su plan de seducción.
Cuando Lily llegó, la pasó rápidamente al salón verde, cerró la puerta esperando que nadie oyese su conversación tan privada. Se moriría de vergüenza si alguien escuchaba la petición que le iba a hacer a su amiga.
Tomó aire y sin más dejó salir la pregunta. —Lily, ¿Qué tan buena eres con la ropa de cama? —por la cara que puso Lily, supo que la interrogante la tomó totalmente desprevenida.
—Me va bien, creo. Es relativamente fácil y rápida de coser. ¿Por qué?
Y Abigail le pidió el enorme favor de su vida. —Necesito un ajuar. —Ya está, ya lo dijo. Solo que su cara estaba de un tono de rojo que no era normal.
Lily la vio extrañada, también ruborizada. — ¿Un ajuar? ¿Para qué Abigail? —de verdad que estaba sorprendida, si hasta la había llamado por su nombre de pila a la primera y sin pedírselo.
—Para mí Lily. Y no contestaré a lo otro. —Abby respondía muerta del temor. Nunca pensó que se le haría tan difícil.
Lily sumó dos más dos y luego comprendió. Sabía para qué lo necesitaba. Una modista siempre debía entender de esas cosas aunque no estuviese en Santo matrimonio y todas esa costumbres por las que regían a la sociedad de que una niña de casa no debía saber esos temas antes dela noche de bodas. —Está bien, Abigail. ¿Para cuándo lo necesitas?
Inhaló y exhaló sonoramente. —Para final de semana.
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Llegó el tan ansiado final de semana, era cumpleaños de Alec. Y también la fecha que Abby se puso como límite para consumar su matrimonio.
Esa mañana, Alec llegó de Londres y el Chef François preparó una comida especial, incluyendo un pastel con crema de mantequilla para celebrar.
Solo que Alejandro no estaba emocionado para nada. Todo el día lo había pasado cabizbajo. Por su mente pasaba su hermana. Los catorce años de vida que estuvieron juntos.
Su pequeña niña ya no estaba. No podía creer que ella se había ido de su lado. El dolor que sentía en su corazón era tan fuerte, tan punzante que deseaba y pedía un cese. Algo que le hiciera añorar la vida. Esta que le pesaba demasiado. Un milagro que lo hiciera querer respirar.
Le dio una vuelta a la lápida de su hermana y le contó todas las cosas que habrían hecho si hubieran estado juntos. Se desahogó con ella como cuando estaba viva.
La extrañaba demasiado.
Luego se fue a la casa y esperó que ese día acabara más rápido. Era el día más horrible de su vida. Pues desde que había llegado, solo vio a Abigail un momento. Ella le dio una fría felicitación y estaba actuando muy extraña. No entendía mucho pero suponía que fue por lo ocurrido la semana anterior. Aun así le dolía ver el rechazo que tenía hacia él.
No sabía qué hacer para ganarse su confianza de nuevo. Y era algo que quería remediar con todo su ser.
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Abby se colocó el camisón que compró con el dinero que le enviaba su hermano mensualmente. Hoy era el cumpleaños de Alec y ella quería darle una sorpresa.
Sabía que lo había tratado de una forma no muy agradable ese día, y se reprendía por ello, pero es que no sabía cómo mirarlo a la cara y no sonrojarse para no delatarse.