Tres meses habían pasado y Abigail estaba teniendo un embarazo de lo más tranquilo. Los mareos que sentía al principio fueron disminuyendo paulatinamente y luego ya no los padeció más. Se sentía mucho mejor.
Los días pasaban en una monotonía y su distracción se convirtió en tejerle algunas cosas a su bebé. Pasaba sus días con aguja e hilo en mano. Y cada día Violet trataba de ayudarla en la costura. Agradecía tenerla como amiga, pues ella se estaba comportando como la hermana que nunca tuvo.
No le había contado nada de su embarazo a Ethan. No quería tener que darle detalles de cómo su vida estaba siendo encaminada. Y sabía que si lo supiese, dejaría todo lo que bueno que estaba haciendo y se vendría de inmediato. Abigail sabía que él tenía un talento nato para los negocios, y a ella le dolería mucho si las cosas no le saliesen bien su por culpa.
También se dio cuenta de algo más. Algo que la reconcomía por dentro y le dolía de maneras inimaginables.
Extrañaba mucho a Alejandro.
Extrañaba su calor, sus caricias y sus besos.
Añoraba los momentos tan lindos que compartieron. Momentos que fueron mentira pero que ella sintió reales en su corazón.
Ella pensó que cuando comenzara a pasar el tiempo, empezaría a borrarlo de su vida, aunque no servía porque parecía meterse más en su piel.
Se repetía una y mil veces que debía olvidarlo, que él no merecía ni una de sus lágrimas. Pero él estaba grabado a fuego en su piel, en su memoria impregnado y en su corazón atado.
Violet le confeccionó unos vestidos de embarazada que ella agradeció. Y aunque estaba triste nunca se reprochó el tener a su hijo en su vientre. Era su pedacito de vida, la razón por la que hacía las cosas. Ese pequeñito que aún no había visto, era lo que la salvaba de hundirse en la autocompasión. La ayudó a madurar más rápido y pensar siempre en él, antes que sí misma.
Cuando todas las noches conversaba con él, se sentía feliz y por lo menos podía agradecer algo de la breve mentira de Alejandro. Amaba contarle pequeñas cosas y susurrarle cuanto lo amaba. Y la sensación más hermosa era cuando lo sentía moverse dentro de ella. Eso la hacía llorar de emoción y olvidarse un poco de sus penas.
No había tenido contacto con Alejandro. Hablaba con Sebastián y sabía que este le contaba cosas de su embarazo. Ya no le importaba que lo hiciera, era su padre y tenía que saber cosas de su hijo. Su pequeño o pequeña no tenía la culpa de las circunstancias.
Pero Abigail no estaba segura de algo. Porque había un recuerdo que nadaba en su mente, que no sabía si era cierto o si era mentira. Era un recuerdo donde ella estaba acostada y que le besaban el vientre y le susurraban unas hermosas palabras.
Ella descartó que fuese verdad. Lo más probable era que soñara con que Alec lo había hecho -como muchos otros sueños que había tenido- Pero ella sabía que no la amaba. Solo eran mentiras para tener su heredero.
Tampoco había entrado a la habitación que él le había preparado, le dolía acordarse de la felicidad que irradiaba ese momento, una felicidad que ya no existía.
Estaba haciendo una costura cuando sintió que su vientre se movía con una muy fuerte patada de su hijo. Dio un grito de felicidad y en eso la puerta se abrió. Alec entró asustado a la habitación.
- ¿Qué ocurrió? -preguntó preocupado. Abigail notó su ansiedad en la voz.
Por un momento olvidó su pelea con Alec y sintió que todo era normal. Que seguía felizmente casada con él. -El bebé acaba de darme una patadita. -exclamó emocionada.
Alejandro no podía creer que ella le estaba hablando por primera vez en meses, la emoción que sentía por esas palabras rivalizaba con el éxtasis de saber que su hijo se estaba moviendo.
-Qué emoción, Abby. -se acercó a ella pero recordó su situación y volvió a poner una máscara de indiferencia.
Tenía que recordar a su hijo.
-No te acerques, Alejandro. -Alejandro se detuvo con el corazón en la boca. Pensó que había esperanza alguna con Abigail, pero esta murió aplastada por cuatro palabras dichas por sus labios.
-Mi amor... permíteme acercarme... -hablaba entrecortado, ya no tenía orgullo. -...Por favor. -dijo dolido.
-Alejandro basta ya. -pidió con voz trémula y lágrimas en los ojos. Le afectaba a sobremanera verlo de esa forma. Así que al final no pudo seguir mirando la cara de dolor de su esposo. Tomó aire y habló. Era por su hijo. -Está bien... puedes acercarte, Alejandro.