Aprendiendo a Olvidar

Capítulo XXV

No era un día como cualquier otro. Alejandro lo sabía. Era el día en que cumplía su primer aniversario con Abigail. Un año en el  que se había unido a la mujer que amaba con toda su alma y que en estos momentos, lo odiaba con cada fibra de su ser.

Cuántas veces había reproducido en su cabeza la conversación en donde ella se enteró de su engaño, a simple vista no parecía nada extremamente grave —y más desde que él siempre le dijo que la amaba— pero sabía que la había lastimado. Ella estaba aún rota por todo lo que le había ocurrido y cuando todavía no había sanado, cada una de las cosas que creía segura cayeron a su alrededor.

Su rechazo le dolía, el ver que ella salía de una habitación apenas él entraba, escocía. Pero el saber que lo aborrecía, lo hacía querer morirse de una sola vez.

Siempre se había preguntado ¿Qué habría pasado si le hubiese contado todo desde el principio? ¿Si hubiese pedido su ayuda?

Y siempre tenía la misma respuesta.

Lo hubiese perdonado.

Abigail era un alma noble, de buenos sentimientos, leal como ninguna otra. Él sabía que lo habría apoyado en sus planes. Era cruel pensar así, pero la honradez de ella, la nobleza de su corazón era infinita. Y hacía lo que fuese necesario por los que quería, y eso era algo demasiado increíble para explicarlo.

Era simple y llanamente un ángel.

Quería que ella lo perdonase, que pasara la puerta y lo besara como siempre lo hacía. Deseaba ver que lo necesitase. Añoraba su perdón cada instante de su día.

Aún no sabía cómo había sobrevivido a sus viajes a Londres, cómo cada vez que le tocaba hablar en la cámara daba un discurso claro, cómo cada segundo que le preguntaban cómo estaba su vida de casado, respondía, “excelente”

Se estaba muriendo de a poco.

A pesar de todo Abigail había estado más comprensiva con él que al principio del embarazo, ya que en ciertas y pequeñas ocasiones ella parecía la misma de antes. Cómo cuando le preguntaba si se sentía bien o si necesitaba algo. Ella respondía poco pero le hablaba. Esos momentos eran el cielo para él.

Persistía su miedo a que se fuese, a que lo dejase sin su presencia, esa que lo había hecho sentirse vivo en mucho tiempo.

Ella era agradable con Sebastián y eso le daba celos. Demasiados celos, pero su hermano era el único que lo mantenía informado de todo y sabía que su consanguíneo no la quería como alguien carnal, sino más bien le tenía cariño, como un hermano mayor.

Era increíble que él nunca creyese en el amor. Y cuando conoció a Abigail ese sentimiento que parecía muerto en él, apareció como si nada. Fue creciendo de a poco y se volvió ese amor tan irremediable que sentía el corazón de Alejandro.

Se sentía mal, al no poder estar con ella y su bebé. Cada día su utopía de que Abby pudiese perdonarlo, moría. Cada día que pasaba veía como ella se alejaba mucho más de él.

Quería estar con ella, con su hijo. Quería acariciarle su vientre cada día, cada segundo que se le antojara. Abigail tenía aproximadamente ocho meses de embarazo y solo dos veces pudo sentir al bebé que crecía dentro de ella.

Le carcomía saber que ella estaba ahí en su misma casa y que no podía acercársele. Eran como dos completos extraños. Pero no la buscaba porque sabía que era testaruda y que podría irse. Y eso no iba a permitirlo. Podría pasarle algo a ambos, a ella y a su hijo. Podía vivir con su odio pero no sin Abigail en el mundo. Era su vida, su todo. Sin ella no tenía nada.

Tenía una fuerte codependencia hacia su esposa, pero era inevitable. Le había enseñado a perdonarse, a creer en el amor. ¿Y cómo le recompensó? Dañándola. Engañándola. No contándole la verdad. Se arrepentía mil  y una veces de no haberlo hecho. No quiso hacerle caso a su hermano y ahí estaban las consecuencias de sus actos. Una esposa que amaba con su vida pero que no soportaba ni verlo.

Fue a despedir a su hermano que se iba a Londres esa mañana. Iba a resolver unos asuntos y luego vendría para que lo ayudase con Abby. Sabía que pronto daría a luz y sería necesaria su presencia para calmar las aguas. Él había sido su único apoyo en esos meses.

—Nos vemos pronto, hermano. —dijo Sebastián abrazando a Alejandro. —Y tranquilo que Abigail te perdonará, solo está más susceptible por el embarazo.

— ¿Lo crees? —la esperanza brilló en los ojos de su hermano.




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