Más tarde, Abigail le había dado de pecho a su bebé. No podía creer que la tenía en sus brazos. Su pedacito de vida. Aún no se podía creer que era madre. No sabía que iba a hacer pero iría aprendiendo sobre la marcha. En estos momentos le hacía mucha falta su madre, ella sabría qué hacer. Pero sabía que la acompañaba donde estuviese.
«Te amo» le decía una y otra vez a su bebé. Era su razón de vivir.
Aún estaba sorprendida con su parto y más cuando recordaba que al momento de dar a luz, Alejandro estuvo con ella y la consoló como nadie. Había olvidado todo entre ellos, pero luego de que todo siguió su curso. Iba a ser igual que los últimos meses. Trataba de odiarlo pero le costaba, siempre que decía que lo aborrecía, se mentía a sí misma. Parecía no aprender. Y menos al darse cuenta de que su hija había nacido el mismo día de su aniversario con Alejandro.
Ella estaba recostada en la cama. Su bebé estaba a pocos pasos de ella, en una cuna de madera que le había construido Malcon. Fue hermoso ver ese obsequio. Los empleados de Manor le tenían mucho aprecio. No tenía nada que ver con Blackwell House donde todos eran hoscos, con ellos se sentía en familia.
La puerta del cuarto sonó con tres golpes y ella dio pase. Había tomado a su hija en brazos que no se preocupó por quién pudiese ser.
Alejandro entró en el cuarto con un ramo de flores –Tulipanes rojos, una de sus flores favoritas– Abigail lo vio y no pudo negarle a su corazón que le trastocaba verlo. Que estar en una misma habitación que él, era difícil porque quería lanzarse a sus brazos y abrazarlo. Poder sentir lo que tenían antes.
Le iba a entregar el ramo pero no lo hizo ya que tenía a la niña en brazos. —Son para ti. —le dijo en voz baja. Se veía inseguro, nada que ver con el hombre que conocía.
—Gracias. —respondió nada más.
Él vio hacia su niña. — ¿Me permites... cargarla? Por favor. —Abigail lo vio vulnerable con esa petición. No podía hacerlo sufrir.
Ella inhaló antes de hablar. Nada podía eclipsar la emoción de tener a su hija.
Asintió. —Sí, eres su padre. Puedes hacerlo.
Alec no podía creer que ella lo permitiera, pensó que era una broma. Pero dijo que iba a confiar en Abigail.
Ella acercó la niña a Alec y él la tomo con sumo cuidado. Vio su cabello y era del color miel como el de su madre y cuando abrió sus ojitos, notó que eran del color de los suyos – Azules grisáceos. —Es muy hermosa, se parece mucho a ti. —la voz de Alejandro estaba cargada de emoción.
La veía perdido en ella. Su hija, su niña. Alguien a quien darle amor.
Abigail veía la imagen y esta no concordaba con lo que su imaginación mostraba. Alejandro veía su hija enamorado de ella. Y ella que había pensado que al ver que había sido una niña se habría quejado porque quería su heredero varón.
Nada parecía tener sentido.
Él se la devolvió cuando empezó a llorar, pidiendo el calor de su madre. Ella le dio pecho y él no quería despegarse del lugar. Era fascinante ver a Abby así. Era una mujer completamente diferente. Ya no quedaba nada de la niña que había rescatado en la casa de sus padres. Se veía muy madura. Con un aire de seguridad que irradiaba en cada momento.
Estaba orgulloso de ella.
Luego de que le sacó los gases a la niña y la acostó en su cuna, se permitió hablar. —Abby, debemos hablar.
La cara de Abigail fue de pura molestia. —Alejandro, no quiero hablar. No ensucies el nacimiento de nuestra hija… por favor.
Alec suspiró resignado. —Abby te amo y aunque no me perdones debo decírtelo. Tú y mi hija son mis razones de ser. —Esa frase la remontó a aquel recuerdo tan lejano que tenía en su mente.
—Déjame respirar. Por favor. —Alejandro comprendió que ella no quería hablar, así que se fue, con el corazón hecho un nudo.
Abigail de nuevo estuvo a punto de perdonar y olvidar todo. Pero se detuvo, debía resguardar su corazón. Ya había jugado con él una vez. Podrían hacerlo de nuevo. Y ahora no sólo debía cuidarse ella. Sino también a su bebé.
🌸🌸🌸
Los días pasaban y casi se habían cumplido dos meses del nacimiento de su hija. Alejandro no podía creer el dolor de ver como Abigail estaba con su hija en el jardín y no estar con ellas para acompañarlas. El no poder verlas y estar cerca de ellas como siempre lo había deseado.