Capítulo XXVII

Abigail lloró toda la noche. Su mente le decía que había tomado la decisión correcta pero su corazón... su corazón tenía otra opinión. Una muy diferente.

Su corazón le recriminaba a su cabeza que dejara de ser tan orgullosa y diera paso al amor.

Esa mañana atendió a su bebé de manera metódica. Por primera vez no tenía su cabeza completamente en ella. La amaba pero ese día no se sentía nada bien.

Sentía dentro de sí que estaba perdiendo al amor de su vida.

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Alejandro terminó de empacar sus cosas. Las lágrimas brotaban de sus ojos. No le importaba llorar. Ya nada le importaba. Todo se había ido al carajo.

Encontró en su cuarto la carpeta de dibujos de Abby. Vio desde el primer retrato o que le hizo hasta el último en donde salía con su hija.

Este lo sacó del folio, lo guardó en otro y los demás los dejaría en Manor. Debía seguir adelante y lo mejor era que ni viera esos dibujos. El dolor iba a ser insoportable si se dejaba llevar por las imágenes plasmadas. Le recordarían lo que había perdido.

Salió de su habitación y se encontró con su hermano. —Cuida bien de ambas. Sabes que mi vida son ellas.

Él asintió. —Lo sé hermano. Cuídate tú también. Necesito que no te desmorones. Tú eres mi modelo a seguir y que estés así, me afecta.

—Gracias hermano. Sé que sonará raro, pero te quiero. Eres el mejor hermano que uno puede tener.

Sebastián no se burló. Lejos de eso, lo abrazó con fuerza, como cuando eran niños. —Yo también te quiero hermano.

Sacó algo de su bolsillo. —Cuando yo ya esté en Calcuta, entrégale esto a Abigail. —era un sobre.

—Claro, Alejandro.

Luego de que se despidieron, Alejandro se montó en el carruaje que lo llevaría al puerto.  Esperaba que el viaje se le hiciera rápido. Aunque ya no importaba porque estaba dejando si corazón con ellas.

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Abigail se lavó la cara y decidió que debía afrontar la decisión que ella misma tomó. Ella lo envió lejos y así se iba a quedar. Ya no había nada más que hacer.

Iba a salir del cuarto cuando Sebastián hizo acto de presencia. —Abigail debo hablar contigo. Es sobre mi hermano. Y no acepto que me digas que no.

— ¿De qué, Sebastián? ¿De qué lo mandé lejos?

—Hablaremos del amor que te tiene Alejandro y tú le tienes de vuelta. Aún estas a tiempo de hacerlo que vuelva.

Ella sollozó. —No hay manera de hacerlo que vuelva. Yo lo eché de mi lado como una estúpida. Además aún me duele acordarme de los motivos por los que se casó conmigo.

—Ya basta, Abigail. —bramó Sebastián, en el año que llevaban conociéndose nunca lo había visto iracundo. —Sé que los motivos de mi hermano no fueron los más nobles. Pero aun así se enamoró de ti. Sé que te ama. Te ama, entiéndelo. Estás actuando como una mártir.

Ella lloraba. —No estoy segura de que me ame. ¿Quién podría amarme de esa forma? Si hasta mi hermano se sorprendió cuando le dije que Alejandro me amaba, parecía sinuoso que una mujer como yo, sea querida por alguien como tu hermano.

Sebastián supo que la había maltratado con esas palabras. No le gustó escucharla hablar así. 
—Abigail, tu eres digna de amor. No conozco a nadie más digna de amor que tú. Si tu hermano se extrañó de eso no fue por ti. Fue por mi hermano, él siempre dijo que el amor no existía. Tú lo hiciste creer en eso. Le devolviste la vida.

Lloraba por sus palabras, eran hermosas. Aunque no podía emitir ninguna de regreso. Pero sabía en su fuero interno, que tenía razón.

Sacó algo de su chaqueta que sabía que iba a hacer a Abigail, cambiar de opinión.

—Mira esto. — le entregó la carpeta de Alejandro. La tomó de su cuarto al ver que la dejaba. — ¿Dime si esto es de alguien que no está enamorado? Él se enamoró de ti y es más de lo que cualquier matrimonio consigue. Te ama Abigail. No tomes una decisión cobarde.

Veía cada uno de los dibujos que había hecho su marido y no podía parar de llorar. —Alec los dibujó mucho después.

Sebastián negó. —Ve las fechas. Están desde mucho antes de mi primera visita. Y yo sé que en ese tiempo entre ustedes dos no habían nacido aún los sentimientos.