Aprendiendo a Olvidar

Epílogo

Folkestone 
Noviembre 1817

Estaban sentados frente al lago, Ellie corría viendo una mariposa y sus padres la miraban enternecidos. 
Alejandro acariciaba el vientre abultado en donde estaba su hijo. Abigail había acertado y estaba embarazada.

Pensó que no podía amarla más pero lo hacía. Cada día mucho más. —Ellie se va a convertir en una mujer muy hermosa. —dijo Alejandro.

—Sí, no es porque sea mi hija, pero es preciosa. Me imagino cuando este en edad de casarse la encerrarás en un convento. —comentó a modo de broma.

Alejandro asintió. —Me meteré a párroco con tal de que no se case. Ya me imagino la fila de hombres en la puerta. No señor, envejecí de momento con solo pensarlo.

—Su hermano la tendrá dura de protegerle. Me imagino que la protegerá de sus amigos granujas.

— ¿Insistes en que es varón? —Abigail asintió. —Bueno desde pequeño le enseñaré a manejar una pistola. Por Dios, Abby, no sigamos hablando que estoy que la encierro desde ya.

Su esposa solo reía. —Está bien, papá sobreprotector. —se besaron y en ese momento sintió una patadita de su hijo. —Se está moviendo.

—Porque sabe que su papá está cerca. —le acarició de nuevo el vientre. — ¿Verdad, campeón?

—Gracias Alec, por hacerme feliz. —expresó emocionada por el momento de felicidad y amor que estaba sintiendo.

Él la vio sonriente. — ¿De verdad eres feliz?

—Por supuesto que soy feliz, eres lo mejor que me ha pasado en la vida, me diste a mi familia. —besó sus labios con todo el amor que sentía —¿Y tú eres feliz?

—Más de lo que he sido nunca y todo gracias a ti, por enseñarme a vivir.

Y ahí junto a su hija y su futuro bebé, supieron que estaban completos y que todo lo que habían pasado era una prueba para afianzar su amor. Ester que perduraría en el tiempo.

Folkestone 
Agosto 1818

En un baile una joven de ojos azules y cabello negro como la noche estaba buscando un vaso de limonada, mientras un caballero se le acercaba.

—Buenas tardes, hermosa dama. —ella giró al escuchar esa voz tan masculina y suave.

—Buenas tardes, señor. —Era un hombre muy apuesto, alto y fornido. De cabello castaño claro y ojos café. Se sorprendió de que pudiese hablar tan inteligible.

Él alzó una ceja juguetona. —Dejemos tanto histrionismo y llámeme Ethan. ¿Y su nombre cuál es?

Ella sonrió sardónica. —Mi nombre no importa. Prefiero mantener el anonimato. Mantiene más el misterio.

Río. —Si es lo que desea señorita. Así será. —le gustaba el secreto que envolvía a la joven. Nunca le había llamado la atención, niñas en edad casadera, pero ella parecía diferente. Como si no perteneciese a ese lugar, sino un ambiente más selecto. Digno de una reina.

—Perfecto, Milord. Gracias. —Ambos tuvieron una grata conversación en donde mostraban sus opiniones en contra de todos esos bailes y costumbres fastidiosas para muchos. Le gustó encontrar una dama que tuviera un ápice de cerebro en esa sociedad de lazos y satenes. Pero por más que hablaron, él nunca pudo sonsacar su nombre.

—El baile ha quedado bien. —Comentó ella como tema trivial. Sus nervios estaban en pleno auge, delante de ese tipo tan apuesto.

—Mi hermana lo ha organizado. Es la marquesa de Abeforth. —ella se quedó sin habla. No podía seguir hablando con él. Era alguien prohibido.

—Debo irme. —dijo rápidamente. —Fue un placer conocerle.

— ¿Adónde vas? —preguntó no queriendo terminar la conversación con ella. Le pareció una joven muy diferente a lo que estaba visto en la sociedad. Le gustó mucho, de hecho.

—No puedo decirlo. Lo siento, milord. —ella corrió y se fue. Dejando el futuro conde, desconcertado.

¿Quién era ella? 

 

 




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