Aprendiendo a ser tuya.

♡U N O

Recién había salido de la universidad, León «mi hermano mayor, mi único hermano varón en realidad» estaba esperándome y es que necesitaba hablar de lo sucedido con alguien y mis amigas no eran una opción, eran de confianza, pero estar embarazada era algo tan personal que no me animaba a contárselo a ellos.

Sería supremamente vergonzoso hablar sobre mi sexualidad con mi propio hermano, más si era hombre, pero estaba desesperada, necesitaba ayuda y León era la persona en la que más confiaba en todo el mundo.

Me despedí de mis amigas, quienes coquetearon con mi hermano como de costumbre, es muy guapo y los estragos estaban ahí, en cada etapa de mi vida tenía que lidiar con los coqueteos de mis amigas hacia mi hermano, era algo muy común.

León bajó del auto rápidamente en cuanto me miró, me abrazó calurosamente como saludo y besé su mejilla con cariño, me abrió la puerta del auto para que ingresara y coloqué el cinturón de seguridad.

Él rodeó el auto, ingresó y le dio vida al motor, mis manos comenzaron a sudar, él lo notó de inmediato y aparcó el auto en uno de los tantos espacios disponibles en el estacionamiento de la universidad.

—¿Qué sucede, Kay? —tomó mi mano dándome ánimo para hablar —¿las cosas en la universidad están bien? —asentí, justo en ese momento estaban bien, pero si estaba embarazada todo se iría al carajo.

—Creo que estoy metida en un gran problema —pasé saliva con amargura.

—Cuéntame, bebé.

—Aquí no —curvé los labios —¿podemos ir a un café o a tu departamento? Necesito privacidad —sus ojos azules como el de todos mis hermanos saltaron de su lugar ante mi revelación.

—Vamos a un café.

—¿En serio tienes tiempo? —curvé los labios —lamento si hice que salieras temprano del trabajo para venir a recogerme —me sonrojé.

—Es mi hora de comida y aunque no lo fuera, siempre estaré disponible para ti —se acercó a mí y besó mi mejilla.

—Gracias. Te amo, León —despeiné su suave cabello.

—Y yo a ti, bebé Kaylene.

Encendió el auto nuevamente y manejó rumbo al centro de la ciudad para pasar a una de las tantas cafeterías que había.

Me ofreció colocar una de mis playlist favoritas para hacer más ameno el camino y lo hice, mientras mil interrogantes atravesaban mi cabeza.

Fue justo en ese momento en el que me di cuenta que ni siquiera para enfrentar mi propio embarazo era suficientemente valiente, era muy dependiente de mi familia, quizás porque era la menor de casa y siempre me protegían, me causaba mucho dolor ser la pequeña de casa y ser la primera en que le diera un nieto a mis padres, sabía que todos me recriminarían las decisiones que había tomado.

Mi dependencia y mi falta de madurez para resolver algunos problemas me hicieron cuestionarme cómo iba a hacerle para educar por mi propia cuenta a un hijo, ¡no estaba lista para nada de lo que estaba a punto de ocurrir y todo era mi culpa! Faltaba hacerme la prueba de embarazo, pero todas las señalas apuntaban a que se trataba de un embarazo, ¡mierda!

Los nervios se apoderaron de mí y tuve que bajar la ventana para respirar aire fresco y no el aire acondicionado del auto, inhalé, exhalé y me relajé.

León me miró preocupado en todo momento.

—¿Estás bien? —negué.

—¿Podemos pasar a la farmacia? —cuestioné apresurada.

—Sí, hermanita, a la vuelta hay una —sonreí en agradecimiento.

Me mantuve en silencio hasta que llegamos al establecimiento que tenía una cruz en color rojo.

—¿Puedes ir tú? Por favor —pedí con rostro de cachorro a medio morir.

—¿Qué necesitas, hermanita?

—Perdón —mis lágrimas salieron de la nada y agaché mi cabeza mientras el líquido salado de mis ojos empapaba mi vestido floreado.

—Dime, ¿qué pasó, bebé? —levantó mi mentón con delicadeza y nuestra mirada azul como en el océano se fundió en una sola —sea lo que sea, puedes confiar en mí y lo sabes —besó los nudillos de mi mano dándome la paz que no sabía que necesitaba.

Tomé una larga respiración armándome de valor para decirle lo que necesitaba de la farmacia.

—Necesito una prueba de embarazo, León —solté de golpe.

Su quijada fue cayéndose al suelo, temí que una mosca se le metiera a la boca y su ceño se frunció al darse cuenta de la gravedad de lo que acababa de confesarle.

Llevó ambas manos a su cabello y lo jaló a causa del estrés que le causó mi revelación.

—¿Tuviste relaciones sexuales por decisión propia? —fue lo primero que preguntó mientras seguía intentando asimilar la situación.

—Sí, definitivamente fue por elección propia —asentí para mí misma.

—¿Te protegiste? 

—Sí, pero creo que no funcionó —musité.

—¿Alguien más lo sabe? —finalmente volvió a mirarme a los ojos y negué.

—Eres el ser en el que más confío y lamento si te decepcioné —mi pecho se contrajo, hipé con tanta fuerza que sentí que el aire me faltaba, tomó una de mis carpetas para brindarme aire y que pudiese respirar nuevamente con normalidad.




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