Aprendiendo a ser un Zorro Dragón

CAPÍTULO 3

Sin interés de conocer a quien sea que era Milett, inicié nuevamente mi huida de la nueva amenaza, pero nuevamente mi cuerpo no actuó como quería, dejándome en el suelo y en ridículo frente a todos los dragones que me miraban fijamente. Su semblante feroz y atento a mis movimientos heló cada acción que tenía previsto. Mis ojos oscilaban en cada dragón que aterrizaba una vez que terminaron su trabajo, cerrando cada posible vía de escape y antes de tan si quiera descubrirlo, pude ver como el dragón de escamas azules dio una leve señal a quien estaba tras de mí. Demore en responder, pues quien sea que haya sido, me dio un fuerte golpe en la nuca dejándome caer inconsciente.

Al recuperar el conocimiento, no tardé en buscar a mi alrededor a los impresionantes dragones escupe fuegos y aquel bosque en cenizas. Por suerte, ni había dragones, ni estaba en aquel lugar. Me encontraba sólo por lo que podía ver, pero inseguro de estarlo, me dispuse a revisar el lugar para verificarlo.

Conforme buscaba en el extraño lugar, me di cuenta que ahora estaba en lo que parecía una cueva de piedra. Su rectangular forma me decía que no era natural y aún más al ver dos columnas en medio de esta sosteniendo la estructura. Algunas antorchas parecían lo único que evitaba que la oscuridad inundara el lugar, un par de ellas rodeaban las cilíndricas columnas y otras dos iluminaban lo que parecía la salida.

Al querer dirigirme rápidamente hacia allí, me detuve enseguida al recordar mis anteriores intentos fallidos al desplazarme con emoción. Lentamente me levante con mis extremidades inferiores, que, aunque no tuviera buen equilibrio, con paciencia y lentitud me ayudaron a alcanzar mi objetivo. Aunque conforme me acercaba, no obtenía las mejores noticias.

La cueva en realidad era una celda, ya que su salida estaba obstruida por barrotes de piedra, misma que parecía detalladamente trabajada con el mismo material de la cueva. La rústica y desechable forma de encarcelarme me dejaba muy confundido y con demasiadas dudas. Como él porque es que decidieron hacerlo, como es que lo lograron y lo más importante, porque es que me encerraron a mí.

Mirando con detalle los barrotes, un extraño brillo fuera de la celda llamó mi atención. Aunque había solo oscuridad, un par de ojos destacaban en ella, siendo yo su único objetivo. Percibiendo que estaba en problemas, empecé a retroceder lentamente, a la vez que aquel ser con mirada de fiera se acercaba poco a poco. Aunque me sentía protegido por los barrotes, no podía dejar de sentir temor, uno que me gritaba que retrocediera por mi bienestar. Este desapareció para ser reemplazado por un terror congelante, al momento que los barrotes se interponían entre a quien le perteneciera la depredadora mirada y yo, desaparecieron introduciéndose en las paredes.

Siendo abandonado por mis fuerzas, me dejé caer ante el pánico al ver entrar a un impresionante dragón de escamas rojas. Este incluso parecía tener peor carácter que el azul, su mirada de pocos amigos hacia mí lo confirmaba. Se detuvo a cierta distancia sin dejar de verme, que aunque parecía enfadado, también parecía intrigado y asombrado por mi presencia.

—Supongo que no recuerdas como es que llegaste aquí. ¿Verdad?

Sintiendo que no podría contestarle, simplemente negué con la cabeza nerviosamente, ya que aún no sabía lo que podría hacerme. Mientras más lo miraba, más grande me parecía, capaz de matarme con tan solo un rugido.

— Puedes respirar tranquilo zorrito, estoy aquí para guiarte hacia la salida.

Sin estar muy convencido por sus palabras, me levanté inseguro, pero sentía con claridad cómo mis partes y patas inferiores temblaban cual sismo del fin del mundo. La mirada del dragón rojo parecía expresar incredibilidad, dejando salir un pesado suspiro y rascándose detrás de su cabeza con una de sus patas traseras.

—Dievaro tenía sus sospechas, pero creo que tomaré el consejo de Millet.

En un movimiento de su cabeza hacia arriba, la salida de la cueva nuevamente fue obstruida por los barrotes y tras repetir el mismo movimiento, cuatro elevaciones separadas diagonalmente aparecieron del suelo frente a mí. Intrigado por la contrariedad de sus palabras y sus acciones, lo miré confundido.

—Mi nombre es Marlos, como podrás ver, controlo la tierra y en pocos minutos aprenderás a caminar con normalidad.

Sus ojos tenían una decisión inquebrantable y sus palabras, más que un desafío, parecía una amenaza. Aunque su voz era segura de sí misma, sentí algo de malicia en ella.

—Súbete en los pilares y párate en tus cuatro patas.

Confundido por sus palabras, miré hacia abajo llevándome una sorpresa por lo que veía. Era extraño pensar que no me había fijado en mi propio cuerpo, pero realmente tenía patas, solo que muy diferente a la de un dragón. Mis patas se asemejaban a las de un perro, pero este tenía las garras negras y estaban cubiertas por escapas rojas hasta lo que parecía mis codos. Desde ahí empezaba un pelaje anaranjado que parecía subir hasta mis hombros y cubrir mi espalda.

—No tengo todo el día, sube y empecemos esto —ordeno ya sin paciencia.




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