Aprendiz

Anuncio

—¡Quizá! —contestó Luna sin saber a qué respondía.

—No es suficiente, debes decir o no.

En la mente de Luna se proyectaron todas las distintas posibilidades que la rodeaban y que antes ya había analizado. Lo que él le proponía no era la mejor alternativa, pero de algo estaba convencida: era la más segura.

—Está… bien —dudó al responder, pero no quiso pensar más. Esta vez se dejaría llevar por las corazonadas que le gritaban que aceptara, así que mantuvo a la razón silenciada como pocas veces acostumbraba. Algo en su cabeza le decía que quería seguir conociendo esa vida tan seductora que se le presentaba y ya era hora de hacerle caso—. Acepto tu ayuda, pero antes debo advertirte que no soy buena fingiendo y si me descubren tú te irás conmigo. —Era necesario que él supiera a lo que se arriesgaba. El simple hecho de pensar en pretender tener esa clase de sentimientos por alguien le parecía aterrador, pero que ese alguien fuese León lo hacía todavía más difícil.

—Es un riesgo menor y yo amo los riesgos. Créeme, con mi ayuda no tendrás de qué preocuparte —le aseguró pareciendo confiado. Sabía que en el arte del engaño contaba con un don incuestionable.

Luna se apartó de él, la ponía tensa su presencia y la forma en que le hablaba no le terminaba de agradar.

—Pero antes quiero saber, ¿por qué? No lo entiendo.

Luna tenía presente que no se le ofreció cuando se encontraban en el bosque. Tal vez quería que primero buscara por su cuenta y guardarse como un último recurso, pero la pregunta que azotaba su mente era: ¿por qué le ayudaba si desde que se conocieron la trató como si ella fuera alguien indeseable?

—Por supuesto que también voy a obtener algo a mi favor de esto. Debo confesar que no tenía intención de hacerlo, pero estoy cansado de cierta situación por la que atravieso desde hace un tiempo. —Un ligero rojizo cubrió sus pálidas mejillas y se giró un poco para seguir hablando—. Escucha, nunca ha sido lo mío eso de formar una familia —resopló con cierto desdén—, es algo que no va conmigo, ¿entiendes? Pero la gente aquí, y estoy seguro de que en todas parte, habla, murmura. Es mi oportunidad de quitar ese halo de chismorreo a mi alrededor con un compromiso que no tengo que cumplir.

Ella no sabía si creerle o no. Presentía que León estaba muy inclinado a decir mentiras, aunque algo sí era cierto: él lucía joven, pero no tanto como para no tener por lo menos un prospecto.

—¿Por qué hablarían? Alí es mayor que tú y tampoco está comprometido. A decir verdad debo confesar que jamás había visto a tantos solteros, en especial mujeres, conviviendo sin tener algo más, mucho menos bajo el mismo techo. ¿Que no les gusta casarse?

En Isadora solo los vigilantes poseían la carta abierta para tomar una decisión así, ya que si se mantenían libres era algo considerado digno. Pasados los cuarenta años podían retirarse y vivir con comodidades haciendo actividades sencillas si se les apetecía. Muchos terminaban solos o sin hijos.

—No lo creas un casto, y él ha cortejado a una que otra; cortejo que terminó tan rápido como comenzó… —confesó sonando divertido y volvió a acercársele de forma deliberada—. Pero ese no es el punto. Solo sabrás que nos va a traer beneficios a los dos.

—Voy a ser sincera y te diré que sigo sin comprenderte, pensé que eras del tipo de persona que no le interesa lo que los demás digan sobre su vida. Seguro tienes tus buenas razones de peso —razones que no le cuestionó en absoluto—. Sin embargo, todavía quiero saber si ya has contemplado que al ayudarme voy a obtener lo que quiero y tal vez ya no me vaya, ¿pensaste en eso? Me aborrecías demasiado hasta hace unas horas. ¿Seguro de que no querrás correrme cuando caigas en la cuenta de que ahora este será también mi hogar?

—¿Crees que soy tonto? —rebatió, pero su tono de voz no se escuchó agresivo—. Eso ya lo he pensado bastante. Se nota que tienes muchos defectos, pero… seguro debes poseer, en alguna parte, una pequeña gota de pureza. —Para romper la tensión que existía entre los dos le dedicó una sonrisa, aunque a Luna no pareció caerle como una broma.

—Una gota de pureza… —susurró para sí misma intentando buscarla en ella, sin tener mucho éxito.

—Entonces, ¿es un trato? Seremos dos locos que, sin buscarlo, supieron que se atraían y quieren seguir conociéndose. Después de que pase un tiempo diremos que nos equivocamos y nos separaremos. Yo te ayudo y tú me ayudas, ¿de acuerdo? —Le extendió la mano para sellarlo.

Luna movió la cabeza afirmando.

—Otro trato con un mangurrián[1]. Yo no escarmiento, ¿cierto? —Aceptó su mano para confirmar que ahora ambos estaban puestos en el mismo tablero y pintados de un mismo color.

El acuerdo fue pactado. León la observó por un breve momento y luego se adelantó a salir de la habitación, apartándola a un lado con suavidad.

—¿A dónde vas? —indagó temerosa.

—Tengo que dar la noticia cuanto antes, mientras más pronto sea, ¡mejor!

—¿Debe ser ahora? ¿No puedes esperar un poco? ¿Tengo que ir contigo? ¿Qué vas a decir? —dijo aturdida lanzando un montón de cuestionamientos porque las cosas estaban sucediendo demasiado rápido y sentía que se quedaba atrás.

—Sí, debe ser ahora y no, no tienes que ir. Ya te llegará la hora de hacerlo. Por ahora puedes regresar a tu recámara. Creo que es mejor que comas allí, le pediré a alguien que te lleve los alimentos. Ah, y contempla el darte un baño, créeme, lo necesitas —rio entre dientes—. Daré la buena nueva de que por fin alguien ganó mis afectos. —Al salir le brindó una mirada furtiva y se alejó veloz de allí hasta que sus pasos dejaron de escucharse por el corredor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.