Aprendiz

Rayos - Parte 2

Cuatro semanas más pasaron. León ya estaba de vuelta en sus actividades. Cojeaba un poco, casi imperceptible, pero Elvira le aclaró que con el tiempo terminaría por sanar. Para tranquilidad de todos ningún otro ataque a un poblador fue perpetrado. La ansiedad entre la gente comenzó a ceder, aunque Luna seguía insistiendo en que tenían que organizarse y montar vigilancias, pero solo le respondían con evasivas. Ella decidió ir armada todo el tiempo, sin importarle lo que los demás opinaran al respecto. En momentos así es donde detestaba que no tuvieran un alcayde o al menos otra persona con autoridad con la que pudiera sentarse a dialogar sobre sus inquietudes.

La ceremonia de su enlace tuvo que ser retrasada porque León se negó a presentarse con su dolencia, pero la organización se había vuelto a poner en marcha y ya tenían todo listo. Solo una semana la separaba de esa nueva forma de vida, desconocida pero también cautivadora.

—¡Es increíble cómo pasa el tiempo! Su boda está cada vez más cerca —hizo hincapié Isis mientras daban un paseo por las habitaciones, decidiendo los quehaceres que correspondían a cada uno.

—Pero más increíble es que puedan organizar eventos así de rápido —subrayó Luna asombrada por la velocidad con la que trabajaban.

—Ya sabes que nos ayudamos entre todos y es más fácil… Debes estar muy nerviosa, el día está por llegar. —Lucía emocionada. Ansiaba ser testigo de su unión y eso la llenaba de alegría porque los estimaba a los dos, y era tan dulce que lo expresaba sin vergüenza.

—Sí, ya casi —repitió con la garganta hecha un nudo por la sensación que le provocaba lo venidero—. Le he pedido a Alad un favor, ¿lo has visto hoy?

—¡Es cierto! Me encargó que te diera una cosa, espera.

La joven salió y entró de vuelta en menos de cinco minutos, le entregó una pequeña bolsa de tela café y ella la guardó enseguida en uno de sus bolsillos, dejando a su amiga con la duda sobre el contenido.

—Te agradezco.

—Cuando gustes.

Si había momentos en los que nacía la confidencialidad, ese era uno ideal y Luna decidió cuestionarla.

—Isis, tú… ¿tú por qué vives aquí? Entiendo que es una especie de casa de acogida, pero ¿qué le pasó a tus padres?

—La verdad es que lo desconozco. —Pareció segura al responder y ni un atisbo de sufrimiento se notó en su reacción—. Seguro que tuve un padre y una madre, pero no los conocí. Desde que tengo memoria he vivido aquí y me han cuidado distintas personas. Los mayores velan por los más chicos y cuando se van pasan las responsabilidades a los que siguen. Pronto se irá uno de los que ha pasado unos buenos corajes con nosotros.

—Supongo que sé a quién te refieres, y no, no nos vamos a ir.

—¿Se van a quedar?

Luna afirmó con la cabeza e Isis le dio un abrazo que salió de lo más profundo de su ser.

—A menos que nos corran, claro está.

—Eso de ninguna manera va a pasar. ¡Oh, ya me imagino esta casa con pequeños niñitos corriendo por todas partes! Pero es preferible que no me adelante. Es la mejor noticia del día. Aunque yo imaginaba que… —vaciló y cambió enseguida el rumbo de sus palabras—. Por cierto, ¿dónde está Leo? Dijo que te llevaría a conocer el curso alto del río. No te lo puedes perder, es una parte hermosa y en estas fechas se llena de colores. Está a unos veinte minutos de aquí, así que les voy a empacar algo de comer. También lleva un abrigo porque hace fresco.

—No sé si ir allí sea seguro, alejarse me parece arriesgado…

Su compañera se detuvo de golpe, giró hacia ella y la tomó de los hombros para interrumpirla.

—Tranquila. —Su voz cambió por una misteriosa y diferente—: Ten muy presente que mientras otros duermen, nosotros bailamos con la oscuridad.

Antes de que Luna pudiera decir algo, Isis se echó a reír, contagiándola de inmediato.

—Está bien. Comprendo. Pero no sé si vayamos, anda ocupado en asuntos que desconozco. Tal vez no venga…

—O quizá ya llegó.

León apareció por detrás, sorprendiéndolas.

Él era incapaz de reconocerlo, pero desde su ataque volvió a usar a diario la capa oscura que había dejado de ponerse, hablaba menos y por ratos se encerraba en el despacho. Se notaba su recelo y las cicatrices que quedaron en su cuerpo no lo harían olvidar.

—Justo de ti platicábamos. Pero mejor dense prisa porque se les hará tarde y no quiero que me sobre la tercera comida.

—Procuraremos, aunque te aconsejo que mejor la guardes para mañana —rio él y sujetó a Luna de la mano, cosa que ya se había vuelto una costumbre—. ¿Nos vamos? —susurró como un coqueteo.

Alí y Rey todavía cubrían sus trabajos más pesados para no forzarlo. Todos los demás, incluidos ellos dos, realizaban sus propias actividades como de costumbre y el desafortunado suceso poco a poco fue quedando en el olvido. Las teorías sobre quiénes fueron los atacantes eran varias, pero la mayoría se inclinaba por creer que los culpables habían sido rebeldes que se fueron de sus pueblos y que andaban por allí, buscando problemas. Se decía que vivían en las montañas. Luna tenía sus dudas al respecto, pero al desconocer el exterior no le quedó más opción que aceptar esa creencia.




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