Aprendiz

Lazos

—Eras menor que yo —se escuchó decir en la distancia—, y no me sorprendió que no supieras de mí, hemos cambiado bastante.

—¡Tú! —El asombro fue muy grande cuando se aseguró de que era Alí quien hablaba. Quiso caminar hacia él, pero estaba demasiado débil para lograrlo y León la ayudó a que se acercara; quedando los tres en un círculo reducido—. ¿Eras tú? —le preguntó queriendo escuchar una mentira.

—Solo deseabas salir a divertirte un poco, era eso nada más —la voz de Alí, que al principio sonó fuerte, se fue apagando—. Ninguno de los dos merecía un castigo, pero por desgracia así sucedió.

—¿Quién eres? ¿Cuál es tu verdadero nombre? —Ambos cuestionamientos representaban para los dos un conocimiento que traería amargura y decepción.

—Mi nombre —exclamó observándola directo— era Emiliano, Emiliano de la Hoz.

¡Estaba dicho! Regina permaneció en silencio con el pecho a punto de estallar. Resultaba difícil creer lo que salió de su boca.

—Sí, Luna de mi amor, también lo sabía —le dijo León al abrazarla.

—La misma sangre corre por nuestras venas, soy hijo del mismo padre y de la misma madre. —Él sufría con lo que decía, pero se mantuvo sereno con una postura firme.

La impresión y conmoción de sus palabras hicieron que ella se adentrara de nuevo en sus recuerdos inconclusos, pero por más que rebuscó ningún Emiliano aparecía en ellos.

—¡Así que eres mi hermano! —exclamó sobresaltada—. Y yo pretendí… ¡Ay no! ¡Qué vergüenza! ¿Pero cómo? Soy incapaz de comprender —se recriminó y llevó las manos a la cabeza—, quiero hacerlo, pero no puedo. Lo que dicen se vuelve inaudito. ¿Por qué tengo un hermano y no lo sabía?

—Pienso que debemos dejarla descansar, es demasiado para un solo día y está delicada. En otro momento… —Alí pretendió frenar la conversación, pero ella no estaba dispuesta a permitirlo.

—¡Ni siquiera lo pienses! Nos iremos hasta que respondan todas mis preguntas. Ahora dime, ¿cómo fue que llegaste aquí?

—Porque ellos requerían de un culpable. —La expresión que dibujó dejó ver la pena con la que cargaba—. No nos permitían salir de la casa, mucho menos cruzar la muralla. Las llaves de la puerta no llegaron a nuestras manos solas, no iba a permitir que te acusaran. Así que supieron que fui yo quien las tomó sin permiso. Esa noche salí del pueblo sabiendo que no iba a poder volver. Considero que fue mejor que no me tuvieras presente.

—Pero no fuiste tú, ¿cierto? —indagó, pero los dos ya conocían la verdad—. ¡Me protegiste! ¡Basta! No puedo soportar tantas culpas —dijo y comenzó a llorar.

León la cobijó entre sus brazos para intentar calmarla.

—La situación tomó un rumbo diferente, sí, pero ninguno fue el culpable de que se llegara a tanto. Aunque debes estar tranquila, tuve buena fortuna. Cuando me adentré en el bosque, una mujer me encontró vagando y me llevó a su pueblo. Han sido años felices aunque vivía con el miedo de saber qué te había pasado a ti.

—Un hermano varón —susurró hundida en sus pensamientos y la palabra “hermano” desató una terrible angustia al saber que faltaba una pieza en toda la historia—. ¡Camila! —añadió desesperada—. ¿Qué saben de Camila?

León mostró un gesto de desasosiego y observó a Alí, quien aprobó que hablara.

—No sé en dónde se encuentre ahora, pero creo que debes saber lo que pasó —pronunció con una voz más átona y Regina se giró hacia él para no perderse de nada—. Perdóname por decírtelo, pero es necesario que lo sepas. —El corazón de ella empezó a latir frenético y se quedó en silencio dispuesta a escuchar lo que venía—. Yo estaba en la celda donde me viste, esperando mi ejecución —comenzó a narrar—. Me porté como un cobarde porque creía que era lo mejor, que así tú tendrías una vida sin preocupaciones y privaciones… Pedía por ti, porque fueras dichosa; cuando, de pronto, se escucharon gritos y pasos que me pusieron alerta. Pensé que mi hora había llegado, pero… —dudó un breve instante y aclaró la garganta—, alguien entró en las celdas secretas con la espada ensangrentada. Al verla imaginé que eras tú, aunque llevaba puesto un yelmo[1] y, cuando se la quitó, vi que era otra mujer. Dijo que su nombre era Camila; yo sabía que así se llamaba tu hermana menor. Aún no lo olvido, tenía el rostro pálido y sus ojos demostraban una enorme angustia. Se acercó sin bajar la guardia, preguntó mi nombre y cuando se lo dije solicitó mi ayuda. Pude ver que tenía las llaves colgadas en su cintura. Hizo unas cuantas preguntas más, y le conté lo que pude. Se quedó escuchando en silencio y luego me dio esto.

León extendió un papel arrugado que llevaba guardado. Alí lo tomó para poder leerlo y Regina comprobó que se trataba de su nota.

 

Ya nada me detiene,

soy infeliz y soy cobarde.

Si el destino ha permitido

que sea tan desdichada,

lo único que me queda

es adelantar mi camino.

 

No me busquen porque

en esta ocasión tendrán

que seguir más que un




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