Aprendiz

Petición - Parte 2

—¿Puedo pasar? —pidió una voz que Luna adoraba escuchar. Alí llamaba después de que transcurrieron las tres horas pactadas.

—Por supuesto —le respondió desanimada, todavía recostada.

Brisa entró primero.

—¿Todo bien? —Su amigo lucía preocupado.

—Sí…, creo que sí —pronunció titubeante.

—Leo nos dijo lo que harás —añadió la joven, quien se acercó a la cama para acariciarle el cabello—, y te agradezco. Sé que es difícil, pero saldrá bien, ya lo verás.

Brisa era una de las chicas más maduras de la casa. Era tan solo un par de años mayor que ella pero parecía ser la madre de todos en esa casa. Siempre calmada y conciliadora. Llevaba su cabello suelto todo el tiempo y era tan largo y rizado que los mechones parecían ser ramas de un bello negro azabache. De estatura alta, piel pálida, cuerpo delgado y un rostro dulce con facciones armoniosas: ojos cafés oscuros enormes con pestañas gruesas y largas, nariz mediana y labios delgados. Luna se preguntaba por qué no había sido desposada todavía y pensó que tal vez esperaba una declaración en especial, porque una mujer así era difícil de dejar pasar; al menos en Isadora se consideraban joyas invaluables. La joven había tomado el banderín de sobreprotectora y era su turno el estar presente y darle su apoyo.

—Pensé que vendría Isis, ella siempre está aquí. —Tenía ya entablada una estrecha amistad con su joven compañera y le extrañó el no verla cerca.

—Fue a cumplir un favor que le pidieron —comentó Alí sin dar más explicaciones.

—Déjame felicitarte —exclamó Brisa—. Va a sonar horrible, pero Christina ya necesitaba que alguien la pusiera en su lugar. No es mala persona, solo está enamorada, pero puede volverse muy insistente si se lo propone.

—Fue todo un placer. —Una sonrisa malévola que estaba aprendiendo a usar se dibujó en su rostro.

Sin desearlo, algo estremeció a Luna como un latigazo. Sus pensamientos volaron hacia Isis, ella le recordaba mucho a Camila. Eran casi de la misma edad y un leve parecido asomaba en su rostro, o al menos eso creía. De una forma u otra añoraba poder ver a su hermana otra vez y sonreírle como tantas veces le negó, y se entristeció al saber que algo le haría falta siempre en cualquier lugar al que fuese.

 

Luego de que se preparara sin tener ganas de hacerlo, los tres partieron a casa de Rey, que era la que tenía el patio más amplio. Se ubicaba en los límites del pueblo, del lado contrario de la entrada que daba a su antiguo hogar. Al llegar, la misma cantidad de gente que estuvo en la celebración de hacía más de un mes se encontraba dentro del lugar. A un costado de la puerta de la casa, sobre las escaleras de piedra, estaba Christina acompañada de su madre. Tenía la cabeza baja, el rostro amoratado y unas pequeñas marcas en los brazos por los piquetes de la alambrada, luciendo como una perfecta víctima.

León la esperaba a un lado de las sufridas mujeres, guardando una distancia de más de un metro, y con una discreta señal le indicó que se acercara, dejando atrás a sus acompañantes. Mientras avanzaba por el camino que se abrió ante ella, pudo sentir las miradas de recelo de los pobladores, quienes chismorreaban entre ellos sin poder creer lo que otros decían. Era difícil de digerir todo aquello, pero por ninguna parte el temblor que antes la atacó apareció. Cuando por fin llegó a su lado él la sostuvo de la mano.

—Sé rápida y clara, intenta lucir sincera. Todo saldrá bien y después de esto voy a recompensarte —le murmuró al oído.

Sin esperar más, Luna se preparó para dar inicio.

La multitud guardó silencio en cuanto la vieron avanzar un paso hacia adelante.

—Sé que el día de hoy he cometido una falta que debe resarcirse —exclamó con voz fuerte y segura. Después de todo el dar discursos no era nada desconocido, solo que en Isadora si lo hacía era para presentar informes de Orión o darle una buena reprimenda a algún vigilante—. Perdí por un breve momento el juicio y permití que la ira me controlara, por eso he venido a repararlo. —Se silenció por un breve momento para tomar aire y poder continuar—: Porque estoy segura de que es algo imprescindible, te pido una… disculpa, Christina, esperando que la aceptes sin rencor alguno. Esto no volverá a ocurrir jamás «si no se te ocurre volver a provocarme» —pensó al terminar.

Las miradas fueron directo a la agraviada, quien se mantenía quieta con los ojos enrojecidos.

—Tus disculpas son aceptadas —respondió apenas, gimoteando.

Antes de que alguien pudiera decir algo más, León tomó la palabra para asombro de todos.

—Yo también tengo algo importante que decir —pidió y aclaró su garganta—. Luego de este lamentable suceso me he dado cuenta de algo y deseo compartirlo con todos ustedes, mi gente que tanto espera de mí. Descubrí que tengo a mi lado a una mujer ejemplar, ¡a una capaz de reconocer sus fallas y eso es de admirarse! Por eso me ha parecido innecesario alargar más esta espera. —Su discurso tomó por sorpresa a cada persona que se encontraba allí, en especial a su acompañante que comenzó a abrir los ojos de forma exagerada—. ¡Mi amada! —le dijo observándola y le sostuvo ambas manos—, no puedo aguardar más el día en que tú y yo pasemos a formar un hogar. Por eso quiero pedirte, ante toda nuestra familia, que seas quien se convierta en la madre de mis hijos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.