Aprendiz

Aprendiz - FINAL - Parte 2

—Traidora. Juraste tu lealtad y tu espada a este pueblo, ¿cómo te atreves a desafiarme así?

—Quien juró ya está muerta, ¿lo olvidas? Conserven la tumba, les servirá de recordatorio.

—Abandona ahora esta insensatez y tal vez considere absolverte. Me debes todo lo que eres, te elegí porque sabía que eras diferente.

—¿Pero qué dices? Daba igual a cuál de los tres escogieras para suplirte. —Apuntó a sus hermanos sin dejar de verlo—. Lo único que querías era un bufón al que pudieras controlar a tu antojo. Y eso ya se acabó.

Luna levantó su espada larga con ambas manos. El hombre se encendió de furia y, sin decir palabra, sostuvo también su arma y la blandió.

Los guardias que rodearon la confrontación susurraban entre ellos. Dante era mucho mayor, pero también muy fuerte y más grande que ella, aunque Luna conocía cada movimiento y cada técnica del que fue su mentor por tantos años. Así él construyó a una aprendiz a su semejanza, ignorando que también podría algún día convertirse en una peligrosa adversaria.

Dante asestó salvaje contra el costado de su contrincante que se movió enseguida, alcanzando a rozar su ropa, pero el peto aminoró el impacto. Enfadado volvió a acometer, esta vez dirigiendo toda su fuerza sobre la cabeza, dejando a los espectadores asombrados porque no mostró compasión a la hora de atacarla. Luna lo paró con un choque de la espada y con esa defensa estuvo segura de que la cortada de su brazo sangró porque sintió el calor que mojó la venda.

Alí quiso terciar pero Camila se lo impidió; se trataba de una lucha de honor.

El corpulento hombre pretendió volver a atacar, girándose por un breve momento como si con eso pensara. Ella, sabiendo que tenía que ser veloz para no darle ventaja, blandió la espada invertida, sujetando la hoja con ambas manos y lo golpeó con la guarda, como si se tratase de una especie de martillo, haciéndolo caer de forma aparatosa.

Fueron necesarios treinta y seis segundos para que ella, con su vitalidad, táctica y disciplina, lo tuviera en el suelo. Tan solo treinta y seis segundos que se llevaron todo el rencor y el miedo que por tanto tiempo padeció.

—Las dos reglas de oro son nunca perder de vista a tu rival, y jamás darle la espalda.

Aprovechando su insignificante distracción lo derrotó.

—El mordhau[1] —se burló sombrío él y escupió un espeso hilo de sangre—, buena elección.

Luna sostuvo el pomo con firmeza, caminó hacia su padre y, olvidando sentir, dibujó sobre su rostro una pequeña línea que pronto dejó escapar el líquido carmín.

—Como siempre decías, no cortes cuando debas estocar, no des un tajo cuando debas cortar, y no estoques cuando debas dar un tajo. Ahora corto, por las muchas veces que tú me lo hiciste a mí —le dijo con una lágrima final derramándose por su mejilla. Había terminado con ese pesar y por fin se sentía libre.

A Amelia la tenían custodiada y presenció todo sin siquiera mostrar impresión.

Su hija envainó y avanzó hasta donde se encontraba.

—No voy a hacerte nada —expresó con desdén cuando llegó hasta ella, quedando ten cerca que podía sentir su aliento—. Ni siquiera mereces que te ponga atención tal como hiciste conmigo. Considero importante que sepas que vas a sufrir por cada error que cometiste y en tu conciencia vivirá el remordimiento de haberte perdido la oportunidad de conocer al increíble ser humano que es el hijo que abandonaste.

La mujer se mantuvo sin decir palabra. Se sentía morir al palpar el peso de cada una de sus equivocaciones. Ahora cargaría en su corazón con el pesar de saber que falló como madre porque no los supo amar.

Una vez que Dante fue detenido, Luna sacó una hoja que llevaba doblada dentro del corsé y la extendió frente a él.

—Dante de la Hoz, por el poder que se me ha sido otorgado —comenzó a leer—, y con el respaldo del consejo, te despojo del cargo que suples y te dejo en custodia de Orión para que seas sometido a juicio. Amelia de la Hoz queda bajo investigación por posible complicidad.

El hombre profirió una fuerte carcajada.

—No puedes comprobar los cargos de nada de lo que ese salvaje te contó.

—Son acusados del asesinato del alcayde —dijo y logró que la sonrisa se le borrara del rostro—. La doméstica habló, estás hundido. La prisión es lo menos que mereces… que merecen los dos. —Señaló a Amelia.

—No cuentas con la autoridad para despojarme de nada —quiso rebatir.

—Yo no, pero el nuevo alcayde sí. Bastó solo media hora para elegir a uno, el concejal más joven que simpatiza poco contigo, y allí se decidió tu futuro. Les urgía deshacerse de ti. —Dio dos pasos hacia él, cambiando la expresión por una de pena—. Ojalá hubiera sido diferente. —Por dentro ese era su mayor anhelo, pero ya no había otra opción que dejar que la justicia hiciera su parte—. Llévenselos.

Los guardias los detuvieron y se retiraron. Camila y Alí solo miraron. Ninguno emitió palabra.

Iván la alcanzó antes de que pudiera llegar a sus hermanos.

—Mi líder, ¿volverá a sus tareas?

—No —respondió sin titubear y con una media sonrisa que reflejaba calma—. Mi tiempo aquí terminó. Debo darte mis últimas instrucciones. Primero, vas a permitir que nos marchemos sin inconvenientes. —Giró su rostro hacia Camila—. ¿O quieres quedarte?




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