Aprendiz de Marionetas Humanas

Capítulo 5

El doloroso anhelo de una familia, que tanto había pesado en el corazón de Aurora, se disipó al día siguiente, dando paso a una invasión de felicidad. La niña, más radiante que nunca, salió de su hogar de cartón al encuentro de la mañana. El sol, aunque aún tímido, filtraba sus rayos anaranjados entre las nubes grises, prometiendo un nuevo comienzo. Con ese pensamiento, se dirigió a Marcos, quien estaba de pie a la entrada, observando su pequeña fisionomía, sus cabellos sin lavar y un rostro sonriente que no parecía sucio.

“¿Por qué hiciste eso ayer, Marcos?”, preguntó Aurora, su voz gentil, pero curiosa.

“Porque ese pájaro te distrae, necesito que confíes solo en mí”, gritaban los pensamientos de Marcos. Este se arrodilló lentamente, fingiendo sumisión y declaró bajando la mirada, “Perdóname, joven ama. El miedo me dominó, pero… ¿no entiendes? Ross intentó lastimarme primero”.

Aurora se giró a observar los rayos de luz que descendían desde el arco del puente y daban sombra a las aves en el suelo.

“Tú nunca temes, Marcos”, susurró la niña. “Yo sentí tu odio… eso, yo lo he sentido antes…”.

“El odio es un monstruo que llevo dentro, mi ama. ¡No lo puedo evitar! Pero no hacia ti. Hacia… ellos”, respondió cortando lo que había pensado segundos antes, “¡Maldición, olvide que…”

“¿Ellos?”

“Los que nos hacen daño, ama… Odio a todos que dañan a los inocentes como tus padres”.

Aurora se estremeció. La palabra “padres”, no la estremeció más que oír “sus padres”, recordando el sufrimiento que tuvo con ellos. Su corazoncito se presionó de tal manera que el dolor e incomodidad brotaron en sus ojos y Marcos lo supo. Supo que era momento de introducir su cizaña.

“Mi joven ama, es la naturaleza misma de las personas. La vida, y la crueldad que habita en ella, se aferra a la mente de los hombres como una maldición. Tú eres perfecta, un faro de vida en un mundo de oscuridad. Pero ellos... ellos son la simiente del mal, una planta que crece en el desesperado terreno del alcoholismo y la agresión. El dolor que causaban, los gritos que te daban, los golpes... ¿Crees que el amor pueda surgir de un lugar tan oscuro? ¿Crees que un corazón que solo conoce la ira puede sanar?”.

Aurora mordía sus uñas con nerviosismo, las palabras de Marcos resonaban en ella.

“Y... ¿Qué debo hacer?”, musitó, su voz apenas un suspiro. “Yo no sé cómo quitarlo, no sé cómo quitar esa maldad. Nadie me enseñó... solo... puedo hacerlo. Pero yo quiero que me amen de verdad”.

Avanzó hacia ella, arrastrándose como una sombra obediente. Sus dedos, callosos y fríos, rozaron el borde de su vestido.

“Tus padres… Elena y Ricardo”, pronunció los nombres como veneno. “¿Crees que su crueldad era solo ira? No, pequeña reina. Era un plan”.

Aurora inclinó la cabeza, confundida.

“Querían romperte, ama. Convertirte en su esclava. Por eso te golpeaban, por eso te gritaban. Porque sabían que eras especial… y tenían miedo”, Marcos giró su cabeza a la entrada de la casa, salía en ese instante Ross. “Yo lo he visto antes. Gente así… son semillas malvadas. Crecen en la oscuridad y alimentan su poder con el dolor de los inocentes. A mí también me hicieron eso”.

Aurora apretó su pecho, empezó a observar a Marcos con compasión.

“¿A ti?”

“Sí”. Marcos mostró una cicatriz imaginaria en su muñeca, “yo fui como tú. Me golpearon, me despreciaron, me llamaron monstruo. Tuve que aprender a pelear, a sobrevivir, a defenderme de aquellos que creían que podían dominarme. Yo entiendo. Por eso te necesito. Porque mi ama no puede hacerles daño, pero yo... yo soy su guardián. Su guardián contra la maldad de los agresores”.

Marcos habló con un orgullo y malicia explícita que apagaba las esperanzas de Aurora. Marcos se acercó un poco más, su rostro se volvió una máscara de preocupación.

“Sus padres, si usted me deja... yo puedo”, dijo Marcos, dejando la frase incompleta. De este modo, insinuó sus intenciones sin decirlas abiertamente.

“¿Matarlos?”, musitó.

“No… No… No es matar, ama. Es… liberarlos de su maldad”, su sonrisa se ensanchó, un destello de malicia que iluminó la penumbra. “Y luego, tú puedes restaurarlos. Convertirlos en lo que siempre debieron ser: padres que te adoren... que te amen…”

Aurora se mostraba confundida e insegura. Marcos se levantó y se paseó de un lado a otro, como un maestro dando una lección a su alumna. Su mente, un torbellino de malicia, se regocijaba. Por fin, iba a tener la oportunidad de ejercer su poder de la manera más perversa.

“La mente de las personas, mi ama, es un lugar muy peligroso. Si los reanimas y sus mentes siguen llenas de ese odio, de esa maldad que sentían por ti... ¿Crees que te van a amar de verdad?”.

Aurora, sin aliento, solo lo miraba. La niña sabía que la verdad estaba en el pensamiento, en lo que no se decía, pero el deseo de una familia era más grande que la duda.

“¿Cómo lo hiciste conmigo, ama?”, preguntó Marcos, mirándola fijamente. “Cuando me encontraste en el callejón… ¿Qué palabras usaste?”

La niña cerró los ojos, reviviendo el momento:

“Caballero triste y desolado… ahora vivirás para mí”.

“Fueron poderosas, joven reina”, asintió mostrando seguridad, pero un tanto irritado con la palabra vivirás para mí. “Pero… ¿y si les agregas algo más? Algo que ate sus pensamientos al amor”.

Aurora frunció el ceño.

“¿Cómo?”

“Cuando los revivas, dile a la muerte: ‘Que sus mentes solo guarden bondad hacia mí. Que ningún pensamiento oscuro nuble su devoción’”, se inclinó, susurrando como un cómplice. “Así, cuando despierten, sus cabezas estarán limpias… llenas solo de cariño por ti”.

Ross aleteó, alarmado. Sintió como si Marcos estuviera diciendo mentiras.

“¡Mi ama, no puedes controlar los pensamientos! ¡Es mentira!”, gritó Ross agitando frenético sus alas.

No obstante, era tarde. Marcos ya había lanzado lo necesario para hacer dudar a Aurora.




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