April ©

Prólogo

Cincinnati, Ohio. 2: 26 a. m.


     —Has estado muy callada, April —había dicho el hombre que estaba sentado frente a mí con una mirada tensa.

     El silencio se incrementó en la sala de interrogación de la comisaría y yo solo me mantenía callada y quieta. Tenía mis brazos recargados en la mesa de metal. Mi cabello negro estaba un poco desarreglado y mis ojos rojos. Vestía unos vaqueros y una camisa hasta la mitad de los brazos.

     —¿Sientes frío? —Volvió a decir el doctor Glambolia.

     Miré hacia mi izquierda y observé mi reflejo en el vidrio de visión unilateral. Estudié mi mirada cansada y derrotada. Lo había perdido todo.

     Ignoré mi imagen y me enfoqué más en lo que había detrás de él. Sabía quién estaba ahí, observándome con atención. Siendo expectante de cómo me encontraba en una situación crítica.

     —April, estoy aquí para ayudarte —comentó Glambolia —. Para aclararte dudas. En verdad quiero ayudarte a salir de todo esto, pero si tú no me dices cómo te sientes, que ocurrió, no podré hacerlo porque no estaré informado, no tendré una base para ayudarte —hizo una larga pausa —. Sé que estás en un estado de shock por todo esto que ha pasado en estos últimos meses. Y te aseguro que puedo ayudarte a superar todo esto.

     Llevé mis ojos hacia el doctor Erick. Mi mirada indiferente se mantenía fijamente en él.

     —He hablado con tu padre. Quiere que estés bien, en todas las maneras posibles.

     —¿Y por qué no me lo dice él? —dije enojada en voz alta mirando el espejo de visión unilateral —. ¡Sé que estás ahí! —exclamé y caminé con rapidez hacia el cristal que nos dividía. —. ¡¿Por qué no vienes y me lo dices a la cara?! ¡¿Ahora no quieres verme?! ¡¿Ah?!

     Alterada, comencé a golpear el vidrio mientras le gritaba al hombre que, estoy segura, estaba examinándome a través del cristal.

     —¡Ven aquí! ¡Entra y habla con tu hija! ¡Si tienes agallas para asesinar a Ethan, por qué no entras y hablas conmigo!

     Ya había perdido el control total. Le gritaba cosas feas a mi padre mientras golpeaba con fuerza el vidrio.

     —¡Eres el peor padre del mundo! ¡Te odio! ¡Mira como dejaste morir a Evan! ¡Nunca le diste la atención que merecía! ¡Te importaba más revolcarte con tu amante en un motel mientras tu hijo se acercaba más y más a la muerte!

     En ese momento entraron dos agentes de seguridad y una enfermera. Los dos hombres altos y fuertes me tomaron de los brazos para que la enfermera me inyectara.

     Luchaba por no dormirme, pero este sedante era más fuerte que yo. Sentía como mi cuerpo dejaba de funcionar a medida que pasaban los segundos. Mi voz descendía, mis piernas comenzaron a debilitarse y simplemente dejé de pensar y de gritar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.