April ©

04 | Sospechosa

    Mis manos sudaban. Los músculos de mi vientre se retorcían y mi respiración era pesada. Estaba sentada en uno de los bancos de la sala de espera para que el doctor Glambolia me recibiera en su oficina. Respiré con profundidad.

     —Ojalá estuvieras aquí, Evan —susurré a la vez que miraba hacia arriba y retorcía mis manos.

     Una puerta a mi lado se abrió al lado de donde estaba sentada. Al ver hacia aquella dirección me encontré con la mirada del terapeuta que trataba mi caso.

     —Querida April —escuché la voz comprensiva de mi terapeuta y sonreí con alivio.

     El doctor Glambolia me invitó a entrar. Me levanté y lo seguí hasta entrar en su oficina. Cuando estuve dentro comencé a caminar con lentitud observando cada cosa con mucho detenimiento. Recordaba todo un poco más grande.

     El doctor Glambolia me esperaba ya sentado en su escritorio.

     Me detuve en frente de la mesa del terapeuta y puse toda mi atención en una fotografía. Estaba él, junto a dos niños y una mujer. Pensé que seguramente era su esposa e hijos.

     Sonreí con dulzura y melancolía. El doctor Glambolia me miraba con mucha atención, como si esperara una reacción por parte mía.

     —Lamento que todo esto te pasara, April —dijo con una voz muy calmada al ver como yo admiraba aquella fotografía, como si deseara que así fuese mi familia en la actualidad.

     —Cada quien elige su camino, doctor. Es esa su esposa, ¿verdad? —pregunté mientras señalaba a la mujer de la fotografía. Glambolia asintió con lentitud.

     —Ella... Ya no está en este mundo.

     Puse los ojos de par en par.

     —Discúlpeme... Yo... No sabía... —dije con la voz cargada de arrepentimiento.

     —Tranquila, está bien —me interrumpió.

     De pronto me sentí tan culpable y estúpida. Una vergüenza abrumadora se apoderó de mí, tanto así que ni siquiera quise preguntar cómo murió.

     —Fue en un accidente de tránsito —respondió como si hubiese leído mis pensamientos —. Murió al instante.

     Tragué y me senté en frente de él. Lo miré con mucha tristeza.

     —Íbamos a tener tres hijos —agregó.

     —Lo siento mucho, doctor.

     —¿Y sabes qué es lo peor de todo? —lo observé con intriga —. Que no pude hacer nada para salvarla.

     —Puedo entenderlo a la perfección.

     —Sé que sí. ¿Ves las cosas de la vida? Tienes a tus padres, pero no a tu hermano. Mis hijos se tienen a ellos, pero no a mi esposa, su madre. Algo que tú tienes les hace falta a mis hijos, y algo que mis hijos tienen te hace falta. Digo, es solo un comentario.

     —Un comentario muy cierto —admití —. Supongo que mientras podamos valoremos las cosas que nos da la vida. En algún momento ya no estarán.

     —¿Cómo te sientes hoy, April?

     —Un poco bien, supongo.

     —¿Crees que estamos avanzando?

     Me encogí de hombros.

     —De acuerdo —aceptó Glambolia —. ¿Puedes contarme cómo era la relación con tu padre después de la muerte de Evan?

     Me quedé en silencio y rodé los ojos como si quisiera recordarlo.

     —Fue un poco difícil —admití —. Recuerdo que en su cara se le notaba que quería preguntarme qué ocurrió cuando murió Evan, pero no lo hacía, ya que no sabía si yo quería hablar del tema. Pero los oficiales comenzaron a investigar, y yo fui testigo y sospechosa principal del crimen.

     —¿Por qué dices testigo y sospechosa?

     —Porque estuve ahí cuando encontraron el cuerpo de Evan. Pudieron pensar que yo lo asesiné.

     —Pero eres su hermana, ¿por qué creerían que quisieras asesinarlo?

     —En este mundo hay mucha maldad, doctor —hice una larga pausa —. ¿Acaso no ha escuchado sobre niñas que son abusadas sexualmente por su propio padre? ¡Su propio padre! —pausé brevemente —. ¡El mismo que ser que colaboró para traerla a este mundo! ¿No se supone que por ser su hija tiene que cuidarla como tal? —Volví a guardar silencio —. En este mundo hay tanta maldad que hasta el ser más inocente está tentado a hacer daño. Lo digo por mí, porque yo... era tan inocente y herí a personas que no tenía que herir.

     El doctor Glambolia me observaba con interés y asentía.

     —No me importó que dudaran —agregué —. Si ponía resistencia en que yo no lo asesiné sería peor aún, me culparían aún más. Además, yo sabía que no lo había hecho.

     —¿Y les contaste qué ocurrió?

     Afirmé.

     Evoqué aquel momento en el que el frío abrazaba mi piel y yo solo me mantenía callada y tranquila. Miraba a mi alrededor y me miré en el vidrio unilateral de la sala de interrogación.

     Sabía por completo que me preguntarían acerca de la muerte de Evan. De eso no tenía duda alguna. Y no sabía que decirles. Tal vez podría decir que nos raptaron dos tipos que no conocíamos, y que en ese momento asesinaron a mi hermano mayor. Pero eso llevaría a otra pregunta que no sabría responder: ¿Por qué raptarnos si no nos conocían? A lo que ellos no tardarían en descubrir que conocían a Evan y piensen que yo tenía algo que ver con eso, y que me harían hablar hasta romper la promesa que le hice a Evan: no decir ni una palabra de los Dominis.




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