¿De qué sirve tener una casa enorme... con muchos lujos si al final quienes habitan en ella no viven con armonía, ni con amor? Si al final es solo una casa, solo concreto bañado de pintura. Al final son solo vasijas que adornan la entrada, y muebles para que acumulen el polvo que expresa a gritos que nunca hubo personas que lo utilizaran. Al final es solo una casa con una familia destruida. ¿De qué sirve tener tantas cosas si al final no vamos a disfrutarlas con quienes apreciamos y con quienes nos hacen falta? Si al final, todas esas cosas no llenan el vacío que tenemos en nuestro interior.
El doctor Glambolia observaba con detenimiento el área mientras yo pensaba. El corazón me latía fuerte y casi estaba por romper en llanto. Ya odiaba llorar y había perdido la cuenta de cuantas veces había llorado frente al doctor que me trataba.
Al final él no estaba ahí solo para saber la historia, sino también para ayudarme a superar muchas etapas de mi vida que sé que le contaré más adelante. Lo sé. Y tenía mucho que sacar y qué decir y qué contar. Y si no sacaba todo eso que sentía, todo eso me mataría lentamente. Y eso los dos lo sabíamos.
—¿Por qué será que las familias adineradas siempre tienen que pasar por estas situaciones? Es decir, siempre tienen problemas, infidelidad, odio. Creen que todo pueden resolverlo con dinero. Y yo me incluyo, ¿sabe? Creía eso antes de que Evan muriera —hice una pausa —. Ni siquiera el dinero pudo salvar la vida de Evan —murmuré.
—April, no todas las familias adineradas pasan por esas situaciones que acabas de mencionar. A muchas les gustan pasar tiempo con su familia y...
—Exacto —lo interrumpí —. A eso me refería. Mi papá casi no tenía tiempo para Evan y para mí. Él creía que podía... Resolver todo solo con depositar dinero en nuestras manos y que hagamos de nuestra vida como queramos. Evan me tenía a mí y yo lo tenía a él.
—¿Qué me dices de tu madre?
—Ella... Ella es... —de pronto un nudo se formó en mi garganta —. Ella siempre se preocupó por nosotros. Siempre estuvo ahí, pero no... no lo suficiente.
—No lo suficiente —repitió el terapeuta.
Seguimos caminando por la orilla de la piscina hasta llegar a una parte del patio donde había sillones al aire libre. Me senté y Glambolia hizo lo mismo, pero en frente de mí. Nos dividía una mesa pequeña. El doctor solo me estudiaba con la mirada, paciente.
Suspiré y hablé.
—Bueno, hablemos de lo que en realidad nos importa.
—Bien. Quisiera saber cómo tuviste la grandiosa idea de entrar a los Dominis para vengar la muerte de tu hermano.
Rodeé los ojos como si quisiera recordarlo.
—En realidad todo empezó cuando fui a la comisaría y por desgracia tenía que verle la cara al detective Beckett. Papá no me había dicho por qué el detective quería hablar conmigo.
—¿Y ahora... por qué quería hablar contigo?
Hice una larga pausa y respondí.
—Habían encontrado algo. Obviamente no lo descubrí hasta ese momento.
La puerta de la sala de interrogación se abrió y un hombre con mirada endurecida entró a la sala de interrogación. Papá y Ryan entraron y no sé por qué de repente me sentí nerviosa. No tenía ni una sola idea de qué estaba ocurriendo. Estaba total, única y condenadamente asustada. Mis manos sudaban y los músculos de mi vientre se retorcían. El detective Beckett tiró un portapapeles y una libreta que me parecía familiar en la mesa fría de metal. Una pequeña sonrisa —que había que esforzarse mucho para poder darse cuenta —apareció en su rostro.
Miré a papá. Estaba pálido y me miraba como si estuviese asustado, y como si de alguna forma su mirada me culpara. Puse mis pupilas en los de Ryan y sus ojos me pedían una explicación.
¡¿Qué estaba ocurriendo?!
—Señorita Howland —dijo el detective con mucho énfasis y una muy posible burla en su voz.
Estaba apoyado en la mesa con las manos, acercándose a mí.
—¿Por qué tengo el tan gustoso placer de verle, señor detective? —dije con su mismo tono.
Su tan pequeña sonrisa se borró al instante.
—Tal vez le guste... —comenzó a abrir la libreta y a buscar entre sus hojas —. Echarle un vistazo a esto.
Fruncí el ceño y vi que paró de buscar. Se quedó casi en el final de la libreta, como si quedaran veinte hojas más para terminar. La deslizó, mostrándome un párrafo escrito a mano.
Pude darme cuenta de que era la letra de Evan. Tragué fuerte y de repente me sentí mareada.
Era el juramento de los Dominis.
Comencé a respirar con dificultad. Un nudo se me había hecho en la garganta y lo único que pensaba era en la muerte de Evan mientras leía el juramento. Lo maldije.
—¿En dónde...? —hablé con dificultad —. ¿En dónde encontraron esto?
—Esa no es la pregunta, April. —Comentó papá.
—¿Y cuál es la pregunta? —lo encaré un poco enojada.
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Editado: 03.05.2020