—Siento que le estoy fallando a Evan al quererte. Eres su hermana, y yo...
—Su superior —lo interrumpí.
Evoqué el momento en el que sus ojos marrones me atraparon, me cautivaron e hipnotizaron. El pulso se me aceleraba cada vez que me miraba como una persona diferente, como si me conociera de toda la vida. Como si yo le gustara.
—Y no le estás fallando —agregué —. Evan confiaba en ti, y te hizo prometerle que me cuidarías, Ethan —puse mis manos en sus mejillas e hice que me mirara —. Evan sabía que no existía otra persona que me cuidaría mejor que tú. Desde el principio, cuando entró a los Dominis, te lo pidió. Ese era tu trabajo, ¿no?
Ethan asintió, yo le dediqué una sonrisa tranquilizadora y él me imitó. Me puse de puntas para acercarme a sus labios y besarlo. Ethan rio.
—Eras una maldita insoportable la segunda vez que hablé contigo.
Comencé a reír fuerte, y de la misma forma me abrazó.
—April.
Escuché la voz del terapeuta y cuando volví a la realidad llené mis pulmones de aire y parpadeé varias veces seguidas. Ya estando en su oficina, nos acomodamos para retomar los acontecimientos pasados.
—¿Tu padre te comentó alguna vez cómo se sintió al saber que su hijo era alguien admirado entre esas personas?
—No, no recuerdo que me haya contado como se sentía al respecto.
—Pero, si Evan era alguien admirado y respetado, ¿Por qué querrían asesinarlo?
—Alexander había dicho que Evan pudo haber sido envidiado por muchos.
Glambolia se quedó en silencio y asintió lentamente.
—Pareces preocupada.
—Es que ya no sé si seguir contándole la historia.
—¿Por qué?
—Porque ya es donde entro a los Dominis y... —hice una pausa larga. El doctor se quedó viéndome con firmeza esperando a que terminara la frase —. Y no sé cómo usted pueda tomarlo.
El rostro del terapeuta tomó una expresión seria y me di cuenta de que había tragado ya que su nuez de Adán se movió.
—Cuéntame, April.
Tomé un respiro muy hondo. Y no estando muy segura, empecé a recordar y a hablar de aquello.
—Bien, April, yo voy a dejarte por aquí —dijo papá al terminar de aparcar el auto en la acera.
Hace unas horas le había enviado un mensaje de texto a Jackson diciéndole que iba a ir a donde Alexander me había dado la dirección, que si quería podía acompañarme, y que de igual forma estaba decidida a hacerlo sola.
—No queremos que sospechen si te ven conmigo, esta zona podría estar bien vigilada —asentí estando de acuerdo —. Ryan se quedará por este territorio. Y de seguro se quedarán con tu celular cuando los veas, así que toma —sacó un pequeño aparato que tenía un botón negro —. Pon esto en alguna parte de tu ropa que sea alcanzable y segura.
—¿Qué es esto? —pregunté mientras fruncía el ceño.
—Si necesitas ayuda, solo aprieta ese botón. No dudaré en llamar refuerzos. Deberías llevar una navaja o un arma.
—No llevaré nada de eso, papá.
—¿Cómo qué no?
—Porque van a verme como una amenaza. Mejor me voy ahora antes de que sea más tarde.
No pasó mucho tiempo cuando me encontraba caminando por la acera bajo las luces de neón que la alumbraba para ir al lugar en donde por fin iniciaría mi peligrosa aventura.
Y al doblar en una esquina, encontré aquel lugar que buscaba. Era una casa grande. No tan grande como la mía, pero de seguro muy era espaciosa por dentro.
Miré la dirección que estaba en mi celular con el entrecejo arrugado y volví a mirar aquella casa con la misma expresión. Pensé que Alexander me enviaría a un lugar abandonado.
Me quedé analizando la casa que estaba a unos metros delante de mí. El porche, las ventanas. ¿Quién viviría allí?
Descarté la idea y me dispuse a acercarme a la casa cuando de repente una mano tapó mi boca, un brazo pasó por mi torso y una fuerza me llevó un poco alejado de donde yo estaba.
Esta persona me empujó contra una pared. Mi respiración era agitada.
—Debes estar bromeando.
Al escuchar esa voz, de alguna extraña forma sentí alivio. Tal vez porque ya sabía quién era.
—Jackson.
—Dime que no vas a hacer esto.
—¿Por qué crees que estoy aquí?
—Porque eres una impertinente, tal vez.
—No soy una impertinente. Que tus objetivos y los míos sean diferentes no me convierte en una impertinente.
—Quien te escucha te compra.
Mi cara hizo una expresión de pocos amigos.
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Editado: 03.05.2020