April ©

17 | Con la soga en el cuello

   Glambolia me miraba lleno de preocupación y yo le sonría con debilidad. Se aclaró la garganta y se acomodó en su asiento ejecutivo.

     —¿Qué ocurrió después, April?

     Ethan aparcó en frente de casa. Su silencio era estresante y frustrante. Estaba segura de que se sentía muy decepcionado de mí y que se confundiría respecto a mis intenciones con él. Mi pulso estaba acelerado y estaba asustada por la situación, por la reacción que tomaría. Sabía que no era una buena.

     Quería explicarle. Quería explicarle que enamorarme de él no estaba en mis planes, que no estaba aprovechándome de él. Pero no sabía si quería escucharme.

     La impotencia corría dentro de todo mi cuerpo. Adueñándose de mi mente y sentidos, dispuesta a volver a sacarme las lágrimas y atormentarme. Dirigí mis ojos hasta Ethan y él solo mantenía los suyos en el volante.

     Sabía que no quería que le aclarara las cosas, así que me limité a respirar hondo y a sacudir la cabeza. Cuando él quiera hablar que me busque, yo no me negaré.

     —Gracias por traerme —le dije con la voz apagada. En verdad le agradecía, si fuera otra persona me hubiera dejado tirada por ahí en medio de la fría noche.

     Abrí la puerta del copiloto y me apresuré a salir.

     Preferí mejor no hablar del tema porque no sabía si quería escucharme. Bajé del auto me apresuré a entrar a casa. Ethan no me siguió y saber que no le interesaba que le explicara me hirió.

     Cerré la puerta detrás de mí y me recargué en ella sintiendo mis lágrimas correr. Fui hasta la cocina. Al entrar, encendí el interruptor y pegué un salto del susto al ver a papá ahí sentado en el taburete, con un vaso de agua entre las manos. Estaba vestido con una camiseta negra y unos pantalones de pijama. Yo me quité las lágrimas antes de que las viera.

     —¿No crees que es un poco tarde para que llegues a casa?

     No estaba con las ganas como para discutir. Que a Ethan ya ni siquiera le apeteciera mirarme, me tenía demasiado preocupada y estresada como para tomar en cuenta la hora de llegada a casa.

     Me acerqué al armario y saqué de allí un vaso de cristal. Abrí el refrigerador y eché agua en el recipiente.

     —Prometiste que me mantendrías al tanto de todo lo que pasara entre los Dominis —habló —. Dime en donde se esconden y los atraparemos.

     Después de dar mi último trago, dejé el vaso en la encimera y miré a papá.

     —No has hecho nada más que llegar tan tarde a casa.

     —Créeme, estoy muy cerca de encontrar al asesino de Evan. Solo necesito más tiempo.

     —¿Para qué? ¿Para que asesines a más personas? Por el amor de Dios, April —hizo una pausa yo aparté la mirada, lastimada por sus palabras. Oí su profunda respiración que luego dejó escapar —. Si ya no puedes seguir con esto, nosotros podemos encargarnos.

     —Jamás —declaré poniendo mi vista en él —. No voy a detenerme hasta encontrar a ese miserable. Te juro que estoy mucho más cerca que antes.

     Los ojos de papá me inspeccionaban, buscando que me retractara de lo que dije. El problema era que yo cumpliría lo que prometí.

     —Ya no quiero que sigas con esto, April —admitió y su expresión cambió de enojo a preocupación —. Si te pasa algo yo...

     —¿Qué? ¿Que no te lo perdonarías? —hablé despectivamente —. Creo que tuviste que pensártelo antes de pegarme, ¿no recuerdas?

     Papá alzó las cejas ante mi hiriente comentario.

     —Perdón —habló con voz grave. Yo lo miré de soslayo —. No debí pegarte. Mucho menos pensar que hubieras asesinado a Evan.

     —Si eso te hace sentir mejor —dije como quien no quiere la cosa.

     La pieza se quedó en un silencio incómodo. Mordí mi labio inferior y moví la cabeza, acto seguido puse el vaso en el fregadero.

     —Iré a acostarme, hablamos después —sentencié.

     —Cuando ya sepas quien asesinó a Evan, dime en donde se esconden para encontrarlos.

     Me detuve en seco en cuanto escuché su petición. Tragué mientras sentía que no quería que los encontrara. No quería que Quinn fuera a la cárcel, Jackson, Liza. Mucho menos Ethan.

     —¿Estamos? —oí su voz cargada de autoridad, lo cual me hizo hervir la sangre, porque yo era su hija, no uno de sus oficiales.

     No quería decirle que sí. No quería prometerle que se los entregaría en bandeja de plata. Mi corazón latía con fuerza y la incertidumbre de no saber qué ocurriría después me atemorizaba.

     Pero sabía que tenía que dar una respuesta ahora mismo, aunque saliera otra cosa luego, aunque esa otra cosa fuese una consecuencia. Joder, estaba entre la espada y la pared y tenía que separar esa espada un poco de mí, al menos para hacer un movimiento que me permitiera liberarme.

     —¿April?

     —Sí —respondí en cuanto terminó de mencionar mi nombre. Tragué y cerré los ojos con fuerza, tanto así que se me escapó una lágrima de la impotencia —. Sí, te lo diré —y antes de que me hiciera prometérselo, salí y subí a mi habitación.




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