April ©

Epílogo | Cuenta saldada

     El ambiente se sentía pesando. O al menos yo lo percibía así. Después de varias semanas vería de nuevo a mi padre. La última vez que lo vi fue cuando se llevó a juicio mi caso. Mamá no dejaba de llorar, ni de abrazarme. Sabía que esto la estresaba en sobremanera, pero yo estaba haciendo lo correcto. Me declararon diez años de cárcel.

     Mis muñecas estaban esposadas delante de mí. Mi cabello estaba suelto y caminaba hasta la sala de interrogación. Tardamos como media hora para que me trasladaran aquí.

     Sentía mi garganta bloquearse y seca, con los músculos del vientre contrayéndose. Ryan abrió la puerta e hizo un gesto con la cabeza invitándome a entrar.

     Visualicé a papá sentado a un lado de la mesa de metal con los brazos recargados en ella y en cuanto me vio se puso de pie. Noté que tenía ojeras y se veía más pálido de lo normal. Yo me limité a sentarme en frente de donde él estaba. La puerta se cerró.

     —¿Trajiste lo que te pedí? —le pregunté con un toque de indiferencia. Papá asintió y tomó asiento.

     Deslizó un sobre por la mesa para hacérmelo llegar. Al tener papel tan vital para mi sentí como pude respirar. Tener esto entre mis manos me calmaba y me hacía sentir que no necesitaba nada más.

     —¿Cómo te está yendo en la prisión? —se atrevió a preguntarme.

     —Sobrevivo —le dije cortante.

     Observaba con admiración aquel sobre. Era lo mejor que había pedido mientras estaba tras las rejas.

     —¿Cómo está mamá? —quise saber. Todavía recordaba sus ojos llorosos el día del juicio y la nariz roja. Estaba más dolida que nunca.

     —No muy bien. Me pidió el divorcio —confesó.

     Y por primera vez en mucho tiempo hice contacto visual con él. Después de unos segundos no pude aguantar más y decidí apartar la mirada. Odiaba tener que dirigirle la palabra, por lo que hizo. Sabía que si conocía sus razones me cabrearía y estar lo más calmada posible es lo que quiero lograr. Para lo único que me comuniqué con él, era para que me trajera lo que ahora había en mis manos.

     —No tienes por qué hacer esto, April, podemos resolverlo.

     —Asesiné a dos personas —respondí.

     —Pero no vale la pena hacerlo por la segunda. Podemos decir que fue en defensa propia.

     —No —sacudí la cabeza —. No fue en defensa propia —dije recordando la forma en que asesiné a Jackson, igual a como él lo hizo con Evan —. Lo asesiné estando consciente de lo que hacía. Además, también lo hago por ese chico que asesiné para entrar a los Dominis, él fue víctima de todo ese plan macabro. Y yo lo asesiné —lo miré y vi que papá mantenía la mandíbula tensa y luchaba por no golpear la mesa con las palmas de sus manos. Me perforaba con sus ojos negros. Esos mismos que eran similares a los de Evan.

     —No hemos sabido nada sobre Liza, la novia de Evan —habló calmado.

     —Y mejor que no lo sepan, nadie sabe de lo que eres capaz —le dije indiferente recordando lo que le hizo a Ethan.

     Lo oí respirar ruidosamente. Estoy segura de que perdería la paciencia. Y la verdad era que no me importaba, ya nada lo hacía.

     —¿Acaso sabes la razón por la cual Evan se unió a los Dominis? —me preguntó. Ya a estas alturas yo sabía todo.

     —Por mi seguridad —dije acariciando las palabras.

     —No tiene sentido. Para eso estoy yo, los oficiales.

     Moví la cabeza en negación.

     —No pudiste protegerme de un abuso sexual, así que no te creas la gran cosa —mi voz sonaba demasiado calmada como para ser verdad. Volvió a respirar de igual forma. Se estaba controlando.

     —Hay alguien que quiere verte —dijo rendido.

     Un minuto después oí la puerta abrirse. No me molesté en mirar, solo ponía atención en lo que mi padre me había traído. Pegué mis labios al sobre, cerré los ojos y respiré su aroma. Era de lo más tranquilizador.

     —April, ésta es Lucy Gibson —una mujer se paró frente a mí. Tenía piel india y su cabello negro estaba un poco desordenado. Se veía demacrada y sus ojos estaban vidriosos —. Es la madre de Braden Gibson, el chico que asesinaste.

     Juro que mi corazón se detuvo por un segundo al saberme informada de tal noticia. La miré fijamente, asustada, culpable. Joder, era su madre. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Quería hablar conmigo o qué?

     Después de mucho tiempo me encontré por primera vez desorientada. La vergüenza estaba comiéndome viva, no sabía en donde esconder la cara. Mordí mi labio inferior.

     Ella tomó asiento frente a mí. Con dificultad tragué y sentí unas inmensas ganas de pedirle perdón y arrodillarme, explicarle. Sin embargo, me quedé más quieta que una estatua. Papá salió después de anunciar que nos dejaría a solas. La sala se quedó en un completo silencio.

     —Lo siento —dije cuando se me nubló la vista y lloré después de varias semanas. Me encontraba tan avergonzada. Ella cerró los ojos y negó con la cabeza lentamente. Después los abrió.

     —El doctor Erick se comunicó conmigo cuando salió a la luz que fuiste tú quien asesinó a Braden —se le escapó una lágrima. Tapé mi boca con una mano y sollocé sin dejar de mirarla.




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