Apuesta de amor

Capítulo 1 La apuesta

Un par de toques en la puerta me expulsa, de forma brusca, del profundo sueño en el que estoy inmerso. Me cuesta conciliar el sueño, así que detesto cuando alguien lo interrumpe, incluso, tratándose de mi mejor amigo.

―Hora de despertar, imbécil.

La estridencia en su voz hace que las paredes de mi cerebro se tambaleen. ¿Por qué demonios tiene que gritar?

―¿Tienes idea de la hora que me acosté?

Refunfuño molesto. Por supuesto que lo sabe, estaba conmigo cuando decidí marcharme del club. Eran las cinco de la madrugada y no pude dormirme sino hasta casi dos horas después. No sé qué es lo que me está pasando, pero siento que mi vida ya no es tan divertida como antes. Le estoy perdiendo el gusto a las cosas habituales, a la rutina, a lo que me resultaba divertido, a las mujeres con las que suelo relacionarme; en fin, a todo.

―Deja de lloriquear como un bebé, Enzo, y saca tu asqueroso trasero de la cama ―comenta divertido mientras se mueve por la habitación―, tengo noticias interesantes.

¿No podía esperar hasta esta noche para decírmelas? De repente, un rayo de luz enceguecedora se filtra a través de la ventana y traspasa la piel de mis párpados. ¿Qué demonios? Furioso, me doy la vuelta para sermonearlo, pero me arrepiento en el acto. Mi cabeza palpita como bomba de tiempo y mis retinas están a punto de derretirse debido a la intensidad de la luz del sol. Vuelvo a caer como peso muerto sobre la cama, me tapo la cara con una de las almohadas e inhalo profundo. El dolor está a punto de dividir mi cerebro en dos.

―¡Vete a la mierda, Rubén!

Espeto furioso al darle la espalda, lo que recrudece el dolor.

―Este fin de semana se llevará a cabo un gran evento en la mansión de los Cortez ―sí, lo sé, recibí la invitación, pero decidí ignorarla―. ¿Recuerdas a la hija menor del viejo? ―no me interesa en lo absoluto la vida de ninguno de esos malagradecidos―. Dicen que estará allí.

Hago memoria y recuerdo a la chica robusta, de rostro hermoso, pero sin ningún encanto en particular. Por aquel entonces, ella tenía unos nueve años. Yo era un chico en plena adolescencia, que disfrutaba de las mujeres hermosas y de las facilidades que mi posición económica y mi apellido me ofrecía. Detestaba su forma de vestir, su simpleza, su falta de gracia, pero, sobre todo, lo grande que era para su edad.

―¿Qué tiene que ver eso conmigo?

Respondo con fastidio.

―Bueno, si quieres saberlo, sal de esa cama y reúnete con nosotros en la terraza. No te tardes.

¿A qué se refiere? Me doy la vuelta y lo miro con los ojos entrecerrados.

―¿De qué demonios se trata esto, Rubén?

Una sonrisa cínica y perversa tira de las esquinas de su boca.

―De mucho dinero, hermano.

Ruedo los ojos.

―Tengo lo suficiente como para vivir diez vidas enteras sin tener que mover un solo dedo.

He trabajado muy duro para abrirme camino en esta vida. Me partí el lomo e hice sacrificios para alcanzar el estatus y la posición social que tengo. Nada me cayó del cielo, cada centavo que tengo es producto de mi propio esfuerzo, pero también de enfrentarme y derrotar a enemigos poderosos que quisieron poner trabas en mi camino.

―No es lo que te imaginas, hermano ―niega con la cabeza y ríe divertido―. Hay una apuesta involucrada.

Aquella simple palabra logra captar toda mi atención. Levanto la ceja derecha y lo miro intrigado. Sabe que no me resisto a una provocación y, mucho menos, a una que incluya un reto. Sin embargo, me hago el desinteresado, hasta conocer el trasfondo del asunto.

―¿Una apuesta? ―pregunto, como a quien no le interesa la cosa―. ¿Por qué crees que pueda estar interesado?

Esboza una sonrisa arrogante. Una de esas que precede a una provocación o a un desafío imposible.

―Me sorprendes, Enzo ―chasquea su lengua y sonríe de manera burlona―. Desde que te conozco, jamás has rechazado un desafío por más difícil que este sea ―se acerca y me habla como si me estuviera contando un gran secreto que nadie más puede oír―. Sobre todo, si hay mujeres de por medio.

Acaba de tocar un nervio sensible. No hay ninguna persona en este planeta que me conozca mejor que él, hemos estado juntos desde que éramos unos chiquillos. Es mi compañero de juergas, fiestas y aventuras. Sabe lo que me gusta, el tipo de mujeres que cortejo, lo exigente que son mis estándares.

―¿Qué se traen entre manos?

Sabe que ya mordí el anzuelo, que no voy a dar marcha atrás. Además, estoy aburrido y necesito un entretenimiento que pueda sacarme de estado de ánimo que empieza a devorarme como un poderoso agujero negro. Nunca me había sentido de esta manera. Estoy hastiado de todo, cansado y deprimido. Tengo la sensación de que, en mis treinta y dos años de vida, no he hecho absolutamente nada más que trabajar. Lo que quiero decir es que, a pesar de tenerlo todo; influencia, poder y dinero, no hay ninguna otra cosa que me genere satisfacción.

―Ya te lo dije, hermano ―esboza una sonrisa burlona―, tendrás que salir de allí para averiguarlo.

Se aleja de la ventana y se marcha de la habitación, dejándome interesado, curioso y expectante. Salgo de la cama y me voy directo hacia el baño, con el cerebro a punto de hacerse pedazos. Abro el gabinete y saco un par de calmantes. Tomo un vaso, abro la llave del agua y lo meto debajo del chorro. Arrojo las dos pastillas dentro de mi boca y me las bebo de un tirón. Dejo el recipiente a un lado y apoyo las palmas de las manos sobre la encimera antes de mirarme al espejo.



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En el texto hay: romance, drama, venganza

Editado: 22.11.2024

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