Apuesta de amor

Capítulo 2 Trauma

Una pesadilla aterradora me despierta súbitamente. Tengo la respiración acelerada, el corazón agitado como loco y el cuerpo emparamado de sudor. Inhalo profundo. No sé hasta cuándo va a seguir sucediendo esto. Quince años padeciendo de episodios pavorosos que no me permiten vivir una vida normal. ¿Por qué razón no puedo recordar?

Con piernas temblorosas y el miedo aferrado con sus garras a mi garganta, abandono la cama y me dirijo hacia el baño. Ni siquiera soy capaz de socializar con la gente. Vivo enclaustrada dentro de mi habitación, porque es el único sitio en el que me siento segura y protegida. Hay sombras oscuras invadiendo mi cerebro a cada segundo del día, rostros sin facciones, voces que no reconozco, gritos atormentados y crujidos de fierros retorciéndose, que suenan tan reales que no sé si se trata de un recuerdo perdido o de una fantasía recreada por mi imaginación. Me acerco al lavamanos y observo con tristeza que hay un trozo de tela negra ocultando el espejo, porque ni siquiera soporto verme reflejada en él. Soy un monstruo, una abominación a la que ninguna persona soportaría ver a la cara. Elevo la mano y recorro con la yema de mis dedos, cada una de las cicatrices que hay en él. No tengo idea de cómo se produjeron. Solo sé que un día desperté en la habitación de un hospital sin recuerdos, sin pasado y con una vida perdida con la que hasta ahora no he podido reencontrarme.

Me aparto de allí, ingreso a la ducha y me meto debajo del chorro de agua. Ya no quiero seguir viviendo así. He perdido demasiado tiempo de mi vida. Ni siquiera sé cómo logré sobrevivir hasta ahora. Sin familia, sin apoyo, sin una madre que se preocupara por mí. Un golpe en la puerta me obliga a abandonar mis pensamientos. Cierro la llave del agua para poder escuchar.

―Señorita, bajará a desayunar o lo hará aquí en la habitación.

¿Por qué siguen preguntando lo mismo si ya saben mi respuesta?

―Donde siempre, Margarita.

Respondo con un susurro débil y vergonzoso. Suspiro con frustración.

―Eres patética, Patricia.

Me digo a mí misma con gran decepción. Pero, ¿cómo superar este trauma que me destruyó la vida? Era una niña de nueve años cuando sufrí el fatídico accidente que me cambió la vida y desperté de mi largo letargo, siendo una mujer. Pasé parte de mi niñez, toda mi adolescencia y algunos años de mi juventud, postrada en una cama. Diez años durante los cuales nadie daba un centavo por mi recuperación. Papá estuvo a punto de aceptar la sugerencia del doctor de desconectarme de la máquina que me mantenía con vida, pero la oportuna intervención de mi hermano le hizo dar marcha atrás. Martín renunció a sus sueños de convertirse en el mejor quarterback de todos los tiempos, para trabajar con papá en su empresa, a cambio de que me dejara vivir. A él le debo mi vida. Haría cualquier sacrificio por mi hermano. Me pongo la bata de baño y regreso a mi habitación. Por poco me da un infarto en cuanto veo a mi hermano sentado en mi cama.

―¡Martín!

Grito de emoción y corro hacia sus brazos.

―Hola, cariño, no sabes cuántas ganas tenía de verte ―me envuelve entre sus brazos y me besa la frente―. Te he extrañado un montón.

Mis ojos se anegan de lágrimas.

―Soñé con este día.

Le digo emocionada. No puedo creer que esté aquí conmigo.

―¿Cómo estás?

Bajo la mirada. ¿De qué manera puedo responder a su pregunta?

―Como siempre.

Mete sus dedos debajo de mi mentón para obligarme a que lo mire a los ojos.

―No puedes continuar de esta manera, Patricia, tienes que poner de tu parte e intentar salir de este encierro ―he hecho un gran esfuerzo, pero ni siquiera puedo cruzar el umbral de la puerta de mi habitación―. Tienes una vida maravillosa esperando por ti.

Aquellas palabras se sienten como una dosis de cruda realidad. Me desprendo de su abrazo y le doy la espalda.

―No hay nada ni nadie esperando por mí, Martín ―niego con la cabeza―. ¿Has visto mi rostro? ―susurro sin aliento, sintiendo mi alma rota y el corazón hecho pedazos―. ¿Quién se atrevería a fijar su mirada en mí sin sentir asco o repulsión? ―espeto con frustración―. ¡Ni yo misma puedo soportar mirarme al espejo!

Me toma del brazo y me da un tirón para hacerme girar.

―¡No vuelvas a decir esas palabras en mi presencia!, ¿me oíste? ―ahueca mi rostro entre sus manos. Las lágrimas comienzan a derramarse por mi rostro―. ¿Crees que esas cicatrices te definen? ―expresa con enojo―. Eres la mujer más fuerte, decidida y maravillosa que he conocido en mi puta vida ―me envuelve en un fuerte abrazo que por poco pulveriza mis huesos―. Eres lo único que me queda, cariño ―aferro mis dedos a las solapas de su chaqueta y hundo la cara en su pecho―. Después de nosotros no hay nadie más.

Mi madre entregó su vida a cambio de la mía. Era una mujer enferma y quedar embarazada era un riesgo para su vida. Sin embargo, el día que se enteró de que estaba preñada de mí, decidió tenerme. Papá se puso fúrico, pero no pudo hacer nada para convencerla. Murió una semana después de traerme al mundo. Nunca me lo dijo, pero su indiferencia fue suficiente para saber que nunca me perdonó que fuera la culpable de su muerte.

―¿Por qué no me dijiste que venías?



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En el texto hay: romance, drama, venganza

Editado: 22.11.2024

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