Apuesta de amor

Capítulo 6 Sentimiento de culpa

―¡No, no me toquen, quiero que todos se vayan de mi habitación!

A pesar de la fe que habían puesto en mí, terminé decepcionándolos como siempre. Por más que lo he estado intentando, no es posible que pueda superar el trastorno que he venido padeciendo durante estos últimos años. Sigo sin poder soportar el contacto con otras personas que no formen parte de mi entorno social. No he dejado de temblar desde que estás personas aparecieron en mi habitación. Ni siquiera la presencia de Macarena pudo evitar que estallara y reaccionara como una desquiciada mental.

Salgo corriendo de allí e ingreso a mi vestier para ocultarme en un rincón oscuro y apartado. Lejos de la gente, del ruido y de las presiones. Pego las piernas contra mi pecho y las rodeo con mis brazos, mientras lloro sin parar. Estoy devastada y decepcionada conmigo misma. Si no pude interactuar con tres personas, tampoco podré hacerlo en presencia de una multitud. ¿Cómo es posible que no pueda hacer este sacrificio por la persona que tanto ha hecho por mí? Martín me necesita, me dijo que no podría hacer esto sin mí. ¿Es así como le pago?

―Eres una inútil, Patricia, no sirves de nada. ¿Cuándo vas a dejar de ser una carga para todos?

Me digo a mí misma, en medio de aquella soledad en la que me siento protegida y segura. ¿Cómo puedo seguir viviendo en estas condiciones tan miserables? ¿En algún momento de mi vida seré capaz de actuar como un ser pensante y racional? ¿Dejar atrás mis miedos y ser capaz de interactuar con otras personas?

―Nunca has sido una carga para mí, cariño ―suelto un jadeo y elevo la mirada al verme sorprendida por mi hermano. El ser que lo ha dado todo por mí―, y nunca vas a serlo ―expresa con una dulzura y determinación que cala hasta el fondo de mi corazón―. Tú has sido el motivo que me ha dado fuerzas para seguir luchando, porque no hay nada que desea más que verte recuperada del todo ―evado su mirada debido a la vergüenza que siento. A pesar de las innumerables decepciones que le he hecho pasar, nunca ha perdido su fe en mí―. ¿Puedo sentarme a tu lado?

Acepto en acuerdo con un asentimiento de cabeza.

―Te juro que lo estoy intentando con todas mis fuerzas, Martín, pero hay algo dentro de mí que me lo impide.

Expreso con pesar.

―Lo sé, cariño ―toma mi mano, la acerca a su boca y besa mis dedos―, tarde o temprano vas a lograrlo ―no quiero decepcionarlo más de lo que ya lo he hecho, pero no apostaría mi fe en ello―. ¿Te sientes mejor?

Fuerzo una sonrisa.

―Sí, voy a estar bien ―me limpio las lágrimas y me pongo de pie―. Ve a lo tuyo y no te preocupes más por mí, Dayana espera por ti ―niego con la cabeza―. No quiero arruinar la mejor noche de sus vidas.

Martín se pone de pie, se acerca y me estrecha en un sólido abrazo.

―Siempre vas a formar parte de mi vida, Patricia, y eso nunca va a cambiar.

Me alzo sobre las puntas de mis pies y lo beso en la mejilla.

―Vete ya, hermano, se te hará tarde, no hagas esperar a tu futura esposa.

Me besa en la frente y se marcha. Me quedo encerrada allí por largas horas, pensando en lo patética que soy, en lo absurdo que es vivir de esta manera. De un momento a otro, escucho la música. Mi corazón se bambolea con emoción. Salgo de mi escondiste y regreso rápidamente a la habitación. Agradezco que las luces están apagadas. Me acerco a la ventana y, oculta detrás de las cortinas, observo hacia el exterior. La fiesta ya ha dado inicio y los invitados comienzan a aglomerarse debajo de la carpa. Un sentimiento de culpa me hace sentir ansiosa.

“Sí, ese día se llevará a cabo la fiesta de compromiso y la presentación a la sociedad de mi prometida y futura esposa. Y quiero que tú formes partes de ese acontecimiento tan importante de nuestras vidas, Paty. Necesito que estés presente. No puedo hacer esto sin ti”

―Martín me necesita, no puedo defraudarlo.

Doy marcha atrás, enciendo la luz de mi habitación y me meto de cabeza en el vestier. Con gran nerviosismo, saco del perchero el vestido rosa que mi hermano me regaló y recojo del suelo las zapatillas de tacón alto. Estoy temblando de pies a cabeza con lo que tengo pensado hacer. Los latidos de mi corazón y mi respiración marchan a una velocidad vertiginosa. Dejo todo sobre la cama y me quito la ropa que llevo puesta. Mis manos no paran de temblar. Creo que de un momento a otro voy a hiperventilar.

―¡No, Patricia, tienes que controlarte! ―me animo a mí misma―. ¡Tienes que hacer esto por él!

Recojo el vestido de la cama y me lo meto por la cabeza. La seda se desliza delicadamente sobre mi piel y se amolda a mis curvas como si estuviera hecho a la medida. Meto mis pies en las sandalias, inhalo profundo y camino hacia la puerta con bastante dificultad, porque no puedo controlar la altura de los tacones. Es la primera vez que uso un par como estos. A medida que me acerco a la puerta, mis nervios se disparan fuera de control. Cierro los ojos y me tomo algunos segundos antes de continuar.

―Vamos, Patricia, tú puedes hacer esto.

Asiento en acuerdo conmigo misma. Extiendo mi brazo y aferro mis dedos alrededor del pomo de la puerta. Casi de inmediato, una corriente de escalofrío recorre mi cuerpo y eriza mis vellos por completo. Un par de lágrimas ruedan por mi rostro. Esta es la cosa más difícil que he hecho en toda mi vida. Giro la perilla y abro los ojos cuando escucho el sonido de la puerta al abrirse. Tiro con nerviosismo y la abro de par en par. Me siento mareada al ver el corredor a pocos centímetros de mis pies. Una película de sudor empapa la piel de mi pecho y mi frente. Siento mis piernas tan flácidas que no sé si pueda moverme.

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En el texto hay: romance, drama, venganza

Editado: 08.01.2025

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