Niego con la cabeza.
―No voy a seguir con esta absurda estupidez ―niego con la cabeza―. Esto es pasarse de la raya.
Comento indignado por lo que están haciendo y preocupado por esa mujer que puede morir desangrada de un momento a otro.
―Si te rehúsas, entonces pierdes la apuesta y Rubén será el ganador.
Me quedo sin habla al escuchar las palabras de Julián.
―Tú aceptaste, Enzo, nadie te obligó a hacerlo.
Esta vez es Miguel el que interviene.
―Esta vez estoy de lado de Enzo ―comenta Álvaro, que tampoco parece estar de acuerdo con esta elección―. ¿No se dieron cuenta? ―niega con la cabeza―. Esa mujer se parece a la chica del aro ―me le quedo mirando atónito―. Por poco me mata de un infarto ―abraza su cuerpo como si sintiera escalofríos―. Mi hermano tiene clase y buen gusto ―estira su brazo y lo pasa por encima de mis hombros―. ¿Cómo se les ocurre querer atarlo a ese espectro siniestro que parece haber salido de una película de terror? Hay mejores opciones dentro de la carpa.
Todos estallan a carcajadas como si se tratara del mejor chiste de la historia. ¿Con qué clase de amigos he estado compartiendo durante toda mi vida?
―¡Váyanse a la mierda!
Me largo de allí y sigo la ruta por la que escapó la chica, pero no la encuentro por ningún lugar. Repaso mi cabello en señal de impotencia y preocupación. ¿Qué le sucedió? ¿Por qué estaba en ese estado tan lamentable? ¿A qué se debe tanto miedo? La primera idea que se viene a mi mente es que alguien la está lastimando. Me devuelvo por el mismo camino por el que vine, decidido a salir de esta propiedad cuanto antes. Nunca debí venir. Solo espero que se haya topado con alguien que le pueda prestar ayuda. A mitad de camino me encuentro con Rubén.
―¿Puedo saber qué demonios te está sucediendo?
Inhalo profundo. Ahora mismo no estoy de humor para hablar con él.
―Me voy a casa, Rubén.
Me mira perplejo.
―¿Y qué carajo hay de la apuesta?
Me paro frente a él y lo miro a los ojos con determinación.
―¡Por mí puede irse al diablo! ―niego con la cabeza―. Hace mucho que debimos acabar con esta estupidez sin sentido. ¡Ya no somos unos malditos adolescentes!
Me mira con indignación.
―No puedes hacer esto, Enzo, nos diste tu palabra.
¿Qué no puedo?
―Mirarme, Rubén.
Paso por su lado y abandono la mansión Cortez para siempre.
***
Corro con todas las fuerzas que me permiten mis piernas, con el corazón galopando a mil kilómetros por segundo, más vivo de lo que nunca antes lo había estado. Cuando siento que mi pecho se quema, me detengo. Apoyo las manos en mis rodillas e inhalo una profunda bocanada de aire para devolverle el oxígeno a mis pulmones. La sangre sigue fluyendo de mi herida, pero lo ignoro. Mis pensamientos me devuelven al instante en el que me topé con aquel hombre tan atractivo y hermoso. ¿Quién era él?
“―Estás herida, necesitas que te revise un médico”
No podía apartar la mirada de él, pero cuando intentó retirar el cabello de mi rostro sentí pánico. Sabía que al ver mis cicatrices sentiría asco y repulsión por mí.
―Ningún hombre sobre la tierra está preparado para amar a un monstruo ―gimoteo con pesar―. Mucho menos un hombre tan hermoso como él.
El ruido de pisadas, acercándose, me obliga a esconderme detrás de los arbustos. Estoy tan mareada y somnolienta, que apenas puedo mantenerme despierta. Me siento en el suelo y abrigo mi cuerpo con mis propios brazos. La temperatura está comenzando a bajar, mi piel se ha erizado por completo. Vuelvo a pensar en ese hombre, en su rostro tan masculino y perfecto, en el color de sus preciosos ojos. ¿Por qué me resulta tan familiar? Los minutos siguen pasando, mientras espero a que alguien venga por mí. No tengo suficientes energías para valerme por mí misma.
―¿Hasta cuándo vas a ser un estorbo para los demás, Patricia? Nadie te extrañaría si algún día decides desaparecer. Les ahorrarías muchos problemas y desilusiones ―la temperatura ha descendido tanto, que ha penetrado hasta mis huesos. Tiemblo de pies a cabeza y mis dientes comienzan a castañear. Mi reparación se va ralentizando y se vuelve superficial. Mis párpados ya no tienen resistencia para mantenerse abiertos―. Quizás este es mi final.
Comento con la voz débil y cansada. De repente, siento que alguien me levanta entre sus brazos.
―No, cariño, eso no va a suceder mientras estés conmigo.
Me acurruco contra su pecho y hundo los dedos en las solapas de su chaqueta, mientras inhalo el perfume de su delicioso aroma varonil.
―¿Estoy muerta? ―susurro casi sin aliento―. ¿Eres el ángel que vino por mí?
―No, estás más viva que nunca ―comenta cerca de mi oreja―. Pero necesito que te mantengas despierta, ¿puedes hacerlo por mí?
Asiento en acuerdo.
―Haré todo lo que me pidas.
Desde ese instante, apenas soy consciente de lo que está sucediendo a mi alrededor. Lo escucho hablar, pero no logro comprender nada de lo que dice. Hago todo lo que puedo para mantener mis ojos abiertos, pero me está constando un mundo. Sin embargo, realizo mi mayor esfuerzo para no quedarme dormida. De repente, siento que pierdo su calor corporal y eso me hace sentir aterrada.