Apuesta de amor

Capítulo 11 Mi nueva inquilina

Mi primera reacción es coger la manta y cubrir su cuerpo desnudo con esta.

―No me digas que esto se trata de un secuestro.

Comenta Peter al ingresar a la habitación y acercarse a nosotros. Ruedo los ojos.

―¿Me crees capaz de algo tan descabellado como eso?

Niega con la cabeza.

―No sé, dímelo tú ―señala con su dedo índice hacia el piso―. A las pruebas me remito.

Giro la cara en esa misma dirección y observo el vestido manchado de sangre.

―Te lo explicaré en cualquier momento, Peter, no tomes conclusiones apresuradas.

Deja su maletín sobre la mesa y se acerca a nosotros. Nos mira como si fuéramos la atracción principal de un circo.

―Me pagas suficiente dinero para que sea tu médico particular, así que un par de horas más no alterará en nada tu presupuesto ―insiste―. ¿Quién es esta chica y por qué está en tal condición?

Bufo con fastidio. Cómo le explico que la encontré en casa de la familia Cortez, que me creí un superhéroe, que fui a rescatarla y la traje conmigo porque no estaría en paz con mi consciencia si la hubiera dejado allí, sola y desamparada. Así que decido mantener la misma mentira que le dije a mi empleado.

―Vi a una chica en aprietos, la subí al auto y decidí traerla a casa para prestarle ayuda.

Eleva una ceja y me mira con suspicacia.

―¿Y no se te ocurrió llevarla al hospital?

Comienzo a hartarme con tantas preguntas.

―¿Vas a atenderla o no? ¡Joder! Puede morir mientras perdemos tiempo en una conversación innecesaria.

Se nos queda mirando durante algunos segundos, antes de aproximarse a su maletín. Ella sigue encajada en mi regazo y adherida a mi cuerpo como una ventosa. Peter saca su estetoscopio y se acerca de nuevo.

―¿Podrías facilitar mi trabajo apartándola de ti? Esta no es una consulta pediátrica, Enzo.

Maldito idiota. Me inclino para dejarla en el colchón, pero ella se niega a dejarme.

―Oye, el doctor está aquí ―le hablo bajito al pie de su oído―, necesito dejarte en la cama para que pueda chequearte ―nada. No hace ni el más mínimo intento por desprenderse de mí. Giro la cara y le hablo a mi doctor de confianza―. ¿Puedes examinarla bajo estas circunstancias?

Peter no sabe si reír o llorar. Un segundo después, esboza una sonrisa sardónica.

―Veo que no has perdido tu encanto ―su mal chiste no me causa ninguna gracia. Vuelvo a mi posición inicial, pero en cuanto me muevo, la cobija se desliza hasta la cintura de la chica y la deja desnuda. En un acto reflejo involuntario e inconsciente, extiendo mi brazo, cojo la cobija y tiro de ella para volverla a cubrir. Envuelvo mi brazo alrededor de la pieza para evitar que esta vuelva a escurrirse. Peter me observa con asombro―. ¿Eres consciente de que soy el doctor?

No digo nada al respecto, pero me justifico a mí mismo diciéndome que es mi deber protegerla, porque fui yo la que la puso en esta situación. Además, ¿a qué mujer le gusta que la vean desnuda sin su consentimiento?

―Haz lo que tengas que hacer y cierra tu puta boca.

Ya tengo suficiente con esto como para estar soportando sus tonterías. Peter sonríe divertido, se acerca a la chica y comienza a explorarla. De un momento a otro, la chica mete su cara en mi cuello y me olfatea. Sus labios acarician mi piel provocando que se erice por completo. Me tenso cuando siento que mi miembro comienza a crecer hasta endurecerse como barra de acero. Me quedo quieto, no me atrevo a mover ni un solo músculo. Incluso, creo que dejo de respirar. Ella gime, pero el sonido es tan bajo que Peter no logra percatarse de lo que está sucediendo debajo de la manta. Mi brazo se contrae alrededor de su pequeña cintura, cierro los ojos y separo los labios para absorber un poco de oxígeno.

«¿Qué estás haciendo, Enzo? Te están comportando como un pervertido»

Trato de distraerme y pienso en cosas que me molestan hasta el punto de hacerme enfurecer. Por supuesto, lo primero que aparece en mi mente es el rostro del hombre que hace llamarse mi padre. Mi polla se desinfla como por arte de magia.

―Tendré que suturar su herida ―me indica, sacándome de mi distracción―. La cantidad de sangre perdida no es motivo de alarma, las heridas en esta zona suelen ser muy escandalosas.

Asiento de manera mecánica. Mi mente sigue haciendo un gran esfuerzo para que no tome caminos inapropiados.

―Cuando la conseguí su temperatura era muy baja, Peter, pensé que moriría de hipotermia.

Escucho una risita repentina.

―¿Hipotermia? ―niega con la cabeza y sigue riendo divertido―. Ya no creo que la falta de calor sea un factor de riesgo para la vida de esta chica, además ―agrega, mientras se pone los guantes y saca su kit de instrumentos para suturar―, estás haciendo un excelente trabajo para mantenerla calentita.

Maldigo en voz baja, mientras se divierte a mi costa. Un par de toques a la puerta consiguen apartarme de mi creciente mal humor.

―Pasa, Ferguson.

Le indico en tono hosco.



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En el texto hay: romance, drama, venganza

Editado: 11.12.2024

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