Apuesta de amor

Capítulo 12 El chico de mis sueños

Salgo de mi habitación caminando sobre las puntas de mis pies. Mi corazón no ha dejado de latir desde que supe que él estaba en casa. Atravieso el corredor y sigo el sonido de las risas que se escuchan en el fondo de una de las habitaciones. Gimo de felicidad al reconocer la suya. Un gesto tan simple como ese es suficiente para alegrarme el día, a pesar de que para él soy como un grano de arena en el desierto. ¿Por qué no recuerdo su nombre? Por más que intento recordarlo, no puedo hacerlo.

Sigo caminando hasta que sus voces ya no son ecos lejanos. Me acerco a la puerta que, por fortuna, está entreabierta, y observo a través de la ranura. Sin embargo, lo que veo me deja confusa. ¿Quién es ese hombre? Doy un paso para acortar la distancia y poder espiar el interior de la habitación, en busca de la persona a la que tanto ansío ver, pero no lo veo por ninguna parte.

―Cariño, ¿por qué no entras? Te estaba esperando ―suelto un jadeo y retrocedo nerviosa. Mis ojos se abren como platos al ser descubierta. ¿Por qué ese hombre me está hablando? ¿Por qué me llama cariño? Sonríe, saca la mano del bolsillo de su pantalón y se acerca. Estoy tan asustada que me he quedado paralizada. Mis pies se han atascado en el suelo―. Te ves hermosa.

Trago saliva. Me tiende su mano para que la tome. Bajo la mirada y la observo con curiosidad. Es grande, fuerte y poderosa. La mano de un hombre, no la del chico que estoy buscando. Vuelvo a elevar la mirada y la fijo en sus hermosos y risueños ojos verdes. Me quedo prendada en ellos.

―Yo solo estaba…

De repente, soy atraída por una fuerza magnética irresistible que me hace elevar la mano y tocar la suya. Sin embargo, algo extraño sucede. No es mi mano la que veo, sino la de una mujer. ¿Qué está sucediendo? ¿A dónde fue la chica de nueve años? Levanto mi otra mano y noto mis uñas pintadas de rosa. Me siento mareada y confusa.

―¿Sucede algo, cariño?

Vuelvo a levantar la cara y lo miro a los ojos.

―Esta no soy yo.

Eleva una ceja y sonríe divertido.

―Por supuesto que eres tú, Patricia, la mujer que amo ―¿la mujer que ama?―. Ven vamos a bailar.

Me lleva hasta el centro de la habitación, me rodea con sus brazos y comienza a moverse al compás de la música. No sé por qué, pero no puedo resistirme a su encanto. Sigo el ritmo de sus pasos, mientras lo miro a los ojos, perdida en el verdor de sus irises resplandecientes. Él no deja de sonreír, ni de mirarme como si fuera la cosa más importante y especial del mundo. Como nunca nadie lo hizo. De un momento a otro, esbozo una sonrisa espontánea.

―¿Quién eres?

Pregunto, curiosa. Eleva mi mano izquierda y besa el anillo que llevo incrustado en mi dedo anular.

―¿Tu esposo?

Responde a mi pregunta con otra pregunta, sin dejar de sonreír. Me quedo sin aliento, ¿mi esposo? Pero, no soy más que una niña de nueve años. Desconcertada, me suelto de su agarre y salgo corriendo directo al espejo. Una vez que me detengo frente a él, quedo asombrada. Examino el reflejo de pies a cabeza, todavía con incredulidad, preguntándome quién es esa chica del vestido rosa que me mira de vuelta. De un momento a otro, él está detrás de mí, observándome a través del espejo. Llevo la mano hasta mi cara y descubro que ya no hay cicatrices. Sin embargo, no es eso lo que más llama mi atención, sino lo feliz que me veo. La sonrisa no ha desaparecido de mi boca y, es tan inesperada, que tengo que tocar mis labios para saber que me pertenece, que esa chica hermosa reflejada en el espejo, soy yo.

―¿Cómo pudo suceder esto?

No puedo dejar de tocarme, porque sigo sin podérmelo creer.

―Porque no es lo que ves a través de tus ojos, sino lo que aprecies con tu corazón ―envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y apoya su mentón sobre mi hombro―. Deja de fijarte en tus imperfecciones, concéntrate en tus atributos. Eres perfecta, Patricia, para ti y para mí ―niega con la cabeza―. No importa lo que opinen los demás.

Me doy la vuelta rápidamente, me aferro a su cuerpo con mis brazos y hundo la cara en su pecho.

―¿Eres real?

Mi corazón palpita desbocado, mientras espero su respuesta.

―Tanto como tú me lo permitas.

Suelto un suspiro de alivio.

―No quiero despertar.

―Entonces no abras los ojos ―sonrío de felicidad―. Siempre te noté, pero no era el momento oportuno para nosotros ―besa la cima de mi cabeza y me acaricia la espalda con las yemas de sus dedos―. Ahora nada me impide amarte, cariño. Fuimos hechos el uno para el otro.

Aquellas repentinas palabras me obligan a abrir los ojos. Sin embargo, no es al hombre que dijo ser mi esposo al que encuentro frente a mí, sino a un desconocido. Un chico de ojos oscuros que me mira de manera amenazante. Me alejo, porque su cercanía me provoca desconfianza. Hay algo en él que me causa pánico y terror.

―¿Crees que un hombre como él puede fijarse en un monstruo como tú? ―pronuncia con asco y repulsión al repasarme de pies a cabeza―. ¿No te has visto en un espejo? ―sisea con odio―. Eres repúgnate y asquerosa.



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En el texto hay: romance, drama, venganza

Editado: 11.12.2024

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