Apuesta de amor

Capítulo 13 De un pésimo humor

Me le quedo mirando, aturdido, después de escuchar aquella respuesta. ¿No tiene familia? ¡Esto era lo único que me faltaba!

―Bien, el doctor sugirió dos días de reposo, después decidiré que hacer contigo.

Ni siquiera espero su respuesta, me doy la vuelta para salir de allí, pero un grito repentino detiene mis pasos.

―¿Por qué estoy desnuda? ¿Dónde está mi ropa?

Cruza los brazos sobre su pecho y me observa a través de su maraña de pelos como si fuera un depredador. Ruedo los ojos.

―Tu vestido estaba empapado, tuve que quitártelo para evitar que murieras de hipotermia ―abre sus ojos como platos. ¿Y ahora qué? Bufo, resignado, mientras niego con la cabeza. Me acerco a la silla y tomo la camiseta que mi empleado trajo para ella―. Ponte esto ―me acerco y se la ofrezco―, es lo que pude conseguirte por ahora.

No se mueve, se queda allí mirándome como si en cualquier momento fuera a saltar sobre ella y devorarla. Si no fuera porque comienzo a ponerme de mal humor, me habría carcajeado en su cara. No me gusta, no es mi tipo y, si el mundo sufrirá un apocalipsis, ella tampoco sería parte de mis opciones. Sin decir ni una sola palabra más me doy la vuelta para salir de aquí y poner en orden a mis pensamientos.

―Gra… Gracias.

Hago una pausa, cierro los ojos e inhalo profundo. Abro la puerta y abandono la habitación sin volver a mirar atrás. Una vez en el corredor, suelto el aire que estoy reteniendo en mis pulmones. Me aprieto las sienes con los dedos, la cabeza empieza a dolerme. ¿En qué estaba pensando cuando regresé por ella? No puedo hacerme responsable por una persona que ni siquiera conozco.

―Señor ―abandono mis pensamientos y elevo la mirada―. Aquí tiene su teléfono, intenté entregárselo anoche, pero después de tocar la puerta en dos oportunidades, no quise insistir.

Asiento en acuerdo y recibo el móvil.

―Gracias, Ferguson, puedes retirarte ―antes de que se aleje lo detengo―. Por favor, trae el desayuno a mi… ―es entonces cuando recuerdo que cometí la estupidez de alojar a mi inquilina en mi propia habitación―. Bajaré a desayunar en el comedor.

Se me queda mirando como si hubiera olvidado algún asunto importante.

―¿Su invitada también bajará a desayunar con usted?

Bufo con enfado.

―No sé, pero puedes preguntarle tú mismo si lo prefieres.

Paso por su lado y me alejo de allí para poder pensar en lo que voy a hacer con esta chica durante los dos días reposo que Peter sugirió para su recuperación. No puedo echarla a la calle en las condiciones en las que está, mucho menos ahora que sé que es una desamparada. No soy tan desalmado. Me acerco al desayunador y me siento en una de las sillas para revisar las notificaciones en mi teléfono. Maldigo en voz baja al ver la decena de mensajes y las llamadas de mi madre. Debe haberse preocupado al no verme llegar. Lo olvidé por completo. Marco su número para comunicarme con ella y evitarle más angustias de las que ya ha recibido en nombre del amor. ¿Amor? Bufo con ironía.

El miserable del que mi madre se enamoró le prometió el cielo, pero, a cambio, le hizo vivir un infierno. Ella fue engañada por ese bastardo que la usó para sus propios propósitos. La manipuló y le hizo creer que la amaba, pero todo fue una farsa. Un vividor sin dinero en el bolsillo, que se aprovechó de la niña rica, inocente y enamorada, para arrebatarle de las manos una fortuna que le pertenecía y que, ella, confiada, le cedió una generosa parte para que la administrara, sin saber que, al hacerlo, él sacaría a relucir su verdadera esencia malvada y mezquina.

―¿Enzo?

Me recrimino a mí mismo al escuchar la desesperación en su voz.

―Hola, mamá, siento no haberte informado que no pasaría la noche en casa.

La escucho suspirar con alivio.

―¡Oh, cariño! Estaba tan preocupada por ti.

No es la primera vez que paso la noche fuera, pero sí la primera que no le aviso antes de hacerlo.

―Tuve que resolver algunos asuntos de imprevistos, mamá, pero estoy bien ―le digo lleno de culpa―. No tienes nada de que preocuparte, sé cuidar de mí mismo.

A pesar de todo, siempre se preocupa por los demás antes que por ella misma.

―Una madre no deja de preocuparse por sus pequeños y, aunque sé que eres un hombre, nunca dejarás de ser mi bebé.

Cierro los ojos e inhalo profundo.

―¿Tienes idea de lo afortunado que fui al tenerte como madre?

La escucho sollozar al otro lado de la línea.

―No más de lo que yo me siento de tenerte a ti y a María Camila como mis hijos. Ustedes son lo más importante que tengo en la vida. Son mi razón de vivir.

Detecto un movimiento por el rabillo del ojo que me hace girar la cara. Trago saliva al ver un par de pies descalzos con uñas pintadas de rosa, seguidos por dos piernas kilométricas que se extiende hasta el cielo. Deslizo la mirada de abajo hacia arriba hasta que mi camiseta obstaculiza mi visión a mitad de sus muslos delgados. Sigo el recorrido de forma ascendente hasta toparme con sus ojos celestes. ¿Qué manía tiene con su cabello? ¿Por qué se empeña en cubrirse el rostro con él? ¿Se avergüenza de sus cicatrices? Sí, tengo que reconocer que se ven horrorosas, pero detrás de ellas hay una mujer hermosa. No debería sentirse acomplejada por ello.



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En el texto hay: romance, drama, venganza

Editado: 11.12.2024

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