Apuesta de amor

Capítulo 15 Durante el tiempo que sea necesario

¿Qué me está sucediendo? No sé por qué motivo me estoy sintiendo de esta manera. Termino de anudar mi corbata y me pongo el reloj. Durante todo este tiempo la imagen de esa chica no ha querido salir de mi cabeza. Es como si hubiera arrojado algún tipo de maleficio sobre mí. Cojo mi cartera de la mesa, la guardo en el bolsillo interno de la chaqueta y salgo de mi habitación. Mi corazón no deja de martillar debajo de mi pecho desde que la vi por primera vez. Quizás se deba a todo el revuelo causado desde su imprevista aparición, a la inquietud que me produce saber que estará aquí durante los próximos dos días o es algo más que no he podido descifrar. Lo cierto es que me pone inquieto saber que estará revoloteando por los alrededores, inmiscuyéndose en mi vida, metiendo sus narices en mis asuntos.

Bajo los escalones, pero me detengo a mitad de camino, cuando la escucho reír. El sonido es sencillo, ligero, común y corriente; no obstante, hay en él, un no sé qué, que me hace sentir interesado. Desecho el pensamiento y continúo mi camino. Atravieso el salón y me dirijo a la cocina.

―No es tan fácil como parece.

Quedo atónito al verla interactuar con Ferguson como si fueran viejos amigos.

―Es cuestión de práctica.

Responde mi empleado, risueño, mientras le enseña algunos trucos de cocina. Aquella confianza existente entre ellos me hace sentir, ¿enfadado?

―¿Está listo el desayuno? ―pregunto con un tono más alto de lo debido. La chica jadea, pega un respingo y se me queda mirando como si hubiera visto una aparición fantasmagórica. Ferguson gira su cabeza, me observa por encima de su hombro con cierta socarronería y esboza una sonrisa divertida que me calienta las pelotas. ¿Qué le parece tan gracioso? ¿Olvida que es un hombre casado? ¿Qué hace flirteando con una jovencita que tiene menos de la mitad de su edad?―. No quiero llegar tarde a mi oficina.

Tiro de la silla con brusquedad y me siento en ella.

―Ve a tu lugar, cariño ―¿Cariño? Por poco me atraganto con la saliva―. Me haré cargo de todo. Luego seguiremos con las lecciones.

Acribillo su espalda con la mirada con tanta intensidad, que, si tuvieran la capacidad de lanzar rayos láser, ya lo habría pulverizado.

―¿Cómo están, Carrie, y tus dos hijos?

La mirada que me da mi empleado me hace arrepentir de la pregunta que acabo de hacerle. ¿A qué narices vino eso?

―Mi mujer está más hermosa que nunca, mis dos hijos grandes y robustos y, el tercero, a cuatro meses de nacer.

Maldigo por lo bajo.

―Salen un par de panqueques de acuerdo a lo que solicitó la señorita ―me quedo observando la interacción, sintiéndome más enfadado que nunca―. Calientes, con bastante mantequilla, arándanos, fresas y sirope.

Me deja asombrado conocer a una chica que no se preocupa por la cantidad de carbohidratos y calorías contenidas en un solo plato.

―El aroma es increíble, Fer.

La miro con los ojos entrecerrados. ¿Fer? ¿Desde cuándo se han hecho tan buenos amigos?

―¡Ups!, por poco olvido la crema y el chocolate ―¿Por qué tanta floritura? Ruedo los ojos con disimulo. Ferguson se acerca a la nevera, saca la crema y luego va a la despensa en busca de la salsa de caramelo. No ha borrado esa sonrisa estúpida de su boca―. Espero que la señorita disfrute del platillo.

¡Por Dios! ¡Qué cantidad de grasa! No entiendo cómo es posible que esta chica esté tan flaca, digiriendo tanta basura como esa.

―Gra… Gracias, eres muy gentil.

El imbécil de mi empleado hace una reverencia de lo más ridícula. ¿Qué es lo que está haciendo? ¿A qué se debe su excesiva emoción?

―A sus órdenes, bella dama.

Mi paciencia llega al límite.

―¿Vas a servirme el desayuno o debo esperar a que termines con tu ridículo espectáculo?

Ambos dejan de hacer lo que están haciendo y me miran como si hubiera perdido la cabeza.

―Por supuesto, señor, ahora mismo le sirvo su comida.

Ella ni siquiera se atreve a moverse. Creo que la he asustado con mi exabrupto. La verdad, no sé qué me pasa. Estoy de un humor que ni yo mismo me soporto.

―Come, se te va a enfriar la comida.

Aparta su mirada de mí, coge los cubiertos, pero se queda estática. ¿Qué narices sucede con esta mujer?

―Aquí tiene, señor.

Mantengo mis ojos enfocados en ella, hasta que la veo ingerir el primer bocado. Buena chica. Necesita nutrirse, ganar algunos kilos más. Su piel está pegada al hueso.

―Gracias, Ferguson.

Cojo mis cubiertos y hago lo mismo. Quince minutos después, termino mi desayuno y me pongo de pie. Sin embargo, siento una incomodidad que no me deja en paz.

«Detente, Enzo, no vayas por ese camino»

―Ferguson, necesito que vayas a la tienda y compres algunas cosas para mi invitada ―meto la mano en el bolsillo interno de la chaqueta, cojo mi cartera y extraigo mi tarjeta de crédito―. Consigue ropa, artículos de primera necesidad y cualquier cosa que necesite durante su estadía en esta casa.



#3207 en Novela romántica
#1154 en Otros

En el texto hay: romance, drama, venganza

Editado: 10.01.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.