Su presencia e intimidante figura me pone nerviosa, pero también causa emociones desconocidas en todo mi cuerpo que no sé cómo definir. Mi piel se eriza y mis pezones se ponen duros como una piedra. Ni que decir del cosquilleo que provoca en la parte baja de mi cuerpo. Aprieto mis muslos al percibir el calor que se ha desatado en mi entrepierna. ¿Qué me está sucediendo? Nunca antes me sentí de esta manera, quizás sea porque es la primera vez que estoy frente a un hombre. Uno que me gusta y pone a latir mi corazón de manera desenfrenada. Saber que él es el mismo chico que estuvo apareciendo en mis sueños desde que soy consciente de mi existencia, me tiene totalmente emocionada.
―Ferguson, necesito que vayas a la tienda y compres algunas cosas para mi invitada ―me quedo sin aliento al verle extraer la cartera y sacar su tarjeta de crédito―. Consigue ropa, artículos de primera necesidad y cualquier cosa que necesite durante su estadía en esta casa.
No puedo permitirle que haga algo como esto. Tengo recursos suficientes para asegurar mi propio bienestar. Agradezco su amabilidad, pero no voy a dejar que me trate como a una mantenida.
―No es necesario.
Me examina de pies a cabeza de una manera que me produce escalofríos y provoca golpeteos en el lado izquierdo de mi pecho semejantes a un puñetazo en la pared. Podría sentirme ofendida, pero, en cambio, concibo un calor intenso en mi interior que está a punto de calcinarme.
―No puedes pasarte el día entero vistiendo una camiseta ―su reprimenda me hace sentir como una chiquilla traviesa y malcriada―. Estarás aquí por los siguientes dos días, necesito que te vistas de manera adecuada.
Me atemoriza el hecho de que vaya a irse sin que pueda saber más de él.
―Espera.
Dejo de respirar cuando se vuelve y fija su mirada esmeralda en mis ojos.
―¿Vas a volver?
Justo en ese momento su teléfono comienza a sonar.
―Sí, diga.
Lo observo con disimulo a través de las rendijas de mi cabello, pero su constante atención me pone las cosas complicadas. Es un sujeto sumamente atractivo, apuesto e interesante. Huele a limpio, a virilidad, a hombre de verdad. Por supuesto, no es que haya visto a muchos de su misma especie. Puedo contar con mis dedos y, me sobran bastantes, la cantidad de chicos del sexo opuesto que he conocido desde que regresé a la vida. Uno de ellos es mi hermano, pero son obvias las razones por las que no puedo agregarlo a mi lista de comparaciones. Sin embargo, puedo acotar que mi afecto por Martín es totalmente opuesto al que siento por este hombre. Es ridículo, lo sé, sobre todo, porque apenas lo conozco. Pero, por absurdo que parezca, mis sentimientos por este hombre son mucho más fuertes y demoledores.
―Rubén.
Abandono mis pensamientos en cuanto escucho su voz. Parece que la llamada lo ha puesto inquieto. Lo noto en la expresión de su rostro y en lo tenso que están los músculos de sus brazos. De repente, su chaqueta parece quedarle más entallada que antes, se amolda a su cuerpo como si fuera su segunda piel. Incluso, los dedos que están alrededor del teléfono, se han tornado de color blanquecino.
―No es el momento adecuado para hablar sobre esto.
¿Quién es ese tal Rubén que lo pone tan inquieto?
―Te aseguro que la tendrás, Rubén.
Sea quien sea este hombre, estoy segura de que no es alguien amigable para ser capaz de ponerlo en tal estado de tensión. Su manera de mirarme me hipnotiza y me roba la respiración. Soy incapaz de apartar mis ojos de su boca ancha, de sus labios sensuales y de su fuerte y masculina mandíbula; que parece haber sido labrada por un escultor. Cuelga la llamada y me da su respuesta.
―Sí, volveré y me quedaré durante el tiempo que sea necesario.
Ahogo un grito dentro de mi boca. La emoción ya no me cabe dentro del pecho. Apenas puedo sostenerme sobre mis piernas temblorosas que amenazan con derretirse como el chocolate bajo el fuego.
―Gracias por todo lo que estás haciendo por mí.
Se queda callado por largo rato, luego se da la vuelta sin decir ni una sola palabra más.
―Ferguson, ven conmigo, necesito darte algunas instrucciones más.
Inhalo profundo para devolverle el oxígeno a mis pulmones, porque ni siquiera me di cuenta de que había dejado de respirar. Observo a los dos hombres alejarse, mientras hablan en voz baja. De repente, la inquietud y el desconcierto comienzan a ganarme la batalla al recordar que mi tiempo en esta casa tiene fecha de caducidad. Tengo dos días exactos para conseguir lo imposible. Irme de aquí significa perderlo para siempre. Tengo que encontrar una manera de alargar mi tiempo en este lugar.
Rodeo la mesa y decido seguirlos para escuchar la conversación.
―¿Cómo he de saber lo que esta chica necesita?
Pregunta, Ferguson, agobiado.
―Tienes una esposa, ¿cierto? ―su empleado asiente en acuerdo―. Entonces, a estas alturas debes saber lo que una mujer necesita para sentirse feliz.
Ferguson se repasa el cabello con una de sus manos.
―¿Tengo que comprarle ropa interior? ―su jefe asiente en acuerdo―. Lo siento, señor, pero no puedo hacer eso ―niega con la cabeza―. Puedo encargarme de todo lo demás, pero hasta allí estoy dispuesto a llegar.