Me quedo mirando la enorme panza de la hermosa mujer que viene acercándose a mí con mucha confianza y seguridad en sí misma. Mi corazón no deja de sacudirse, aterrado, debido a su proximidad.
―Patricia, ella es mi esposa Carrie.
Giro mi cabeza y pongo mi atención en Ferguson. Acaba de llamarme por mi nombre, se suponía que era nuestro secreto.
―Hola, soy Carrie, la esposa de Ferguson ―vuelvo a poner mi atención en la mujer. Me tiende su mano para que la salude, pero no hago ningún movimiento para ofrecerle la mía. No me siento cómoda con esta situación, ni con su presencia―. Me dijo que necesitaban ayuda ―encoge sus hombros con indiferencia―, así que vine a saber en qué podía ser útil.
Se acerca a mí, pero retrocedo para evitar su contacto.
―Tranquila, Patricia ―interviene, Ferguson, con expresión preocupada―. No hay otra persona en la que más confíe que en mi mujer. Ella guardará nuestro secreto.
Trago saliva. Vuelvo a poner mi atención en la mujer de cabello ensortijado y piel tostada como el café. Sonríe con dulzura antes de hablarme.
―Ferguson me puso al tanto de lo que está pasando ―me guiña un ojo con complicidad―. Ninguno de los dos va a permitir que nadie te haga daño y mucho menos que te echen a la calle.
Vuelve a acercarse, pero esta vez no me alejo. Hay algo en ella que me genera confianza. Toma mis manos entre las suyas. El contacto me hace jadear y pegar un respingo; no obstante, se siente cálido y familiar.
―Vamos a empezar a trabajar contigo ―la miro con los ojos entrecerrados. ¿Qué es lo que quiere decir?―. El señor Cardozo es un hombre con gustos especiales y particulares, así que, si queremos llegar a él, tendremos que atacarlo en su punto más sensible ―sonríe divertida―. Eres un diamante en bruto, cariño ―eleva la mano y la acerca a mi cara para apartar la cortina de cabello que la cubre. Para mi mayor sorpresa, se lo permito―. Vamos a hacerte brillar y a encandilarlo con tu belleza.
Mi corazón incrementa sus revoluciones.
―Soy un monstruo ―niego con la cabeza―. Un hombre como él nunca va a fijarse en un ser tan abominable como yo.
Me observa con incredulidad.
―¿Quién te ha dicho tal mentira? ―mete parte de mi cabello detrás de mi oreja, dejando al descubierto la mitad de mi rostro. Las palpitaciones de mi corazón se precipitan, lo mismo que mi respiración―. Estas cicatrices no te definen, eres mucho más que ellas y es el momento de que comiences a asimilarlo, a confiar en ti misma.
Un par de lágrimas ruedan por mis ojos.
―Mi confianza en mí misma está resquebrajada.
Susurro en voz baja.
―Entonces pondremos todo nuestro esfuerzo en tu confianza, pero antes vamos a mejorar tu apariencia física.
Aparta sus manos de mi rostro y vuelve su atención hacia su marido.
―Me dijiste que el señor Cardozo te confió su tarjeta de crédito y fue muy explícito al decirte que no escatimaras en gastos, ¿cierto?
Ferguson asiente en respuesta.
―Sí, cariño, fue muy claro al decirme que comprara lo mejor.
Ella me mira y esboza una sonrisa que se extiende de oreja a oreja.
―Bien, entonces voy a hacerte un listado de todo lo que vamos a necesitar ―se acerca a la mesa y abre su bolso. Saca una libreta, un lapicero y se sienta en una de las sillas del comedor―. Cuando estés en la tienda vas a hacerme una videollamada y a mostrarme toda la mercancía que tengan disponible ―me quedo observándola, atónita―. Vamos a transformar a esta chica y para eso necesitaremos lo mejor. ¿Entendido, cielo?
Ferguson asiente con una sonrisa cómplice.
―Por supuesto, cariño ―se inclina y la besa en los labios, haciéndome enrojecer con ese gesto tan íntimo―. Eres la persona adecuada para hacer esto.
Observarlos interactuar de esa manera tan dulce y cariñosa, provoca en mí un sentimiento de nostalgia. ¿Alguna vez encontraré a alguien que esté dispuesto a amarme de esa manera? ¿Podrá el señor Cadozo mirarme con la misma adoración con la que Ferguson mira a su esposa? Martín y su prometida también tenían esa misma mirada; sin embargo, cada vez que Cardozo me dedica su atención, no encuentro nada parecido. ¿Qué hay que hacer para conseguirlo?
―Tenemos cinco horas para lograr nuestro cometido ―arranca la hoja de la libreta y se la ofrece a su esposo―. De ti dependen nuestros planes, cielo.
Ferguson dobla la hoja, la guarda en el bolsillo de su camisa y hace una especie de saludo militar.
―Como usted ordene, mi señora, entregaré mi vida para llevar a cabo esta misión con éxito. No voy a decepcionarla.
Ella se pone de pie y le da una palmadita cariñosa en el pecho.
―No seas tan payaso, amor ―lo toma de la pechera de su camisa y tira de él para acercarlo y besarlo en la boca―. Vete antes de que se haga tarde. Tenemos mucho trabajo por delante y poco tiempo para hacerlo ―gira la cabeza y pone su atención en mí―. Aunque con esta chica tan hermosa se necesita poco para sacar buen provecho.
Ferguson sonríe, embelesado.
―Eres el amor de mi vida.