Mi corazón no ha dejado de palpitar desde que Carrie comenzó a trabajar en mi aspecto. No me he atrevido a abrir los ojos porque temo que, haga lo que haga, no exista milagro que pueda cambiar mi apariencia actual.
―Bien, junta tus labios para que el labial se distribuya por igual ―sigo cada una de sus instrucciones al pie de la letra, a pesar de saber que es una pérdida de esfuerzo el tiempo que está invirtiendo en mí―. Perfecto ―comenta, emocionada―. ¿Estás lista para ver el resultado final?
Inhalo profundo.
―¿Podríamos saltarnos este paso?
Susurro tan bajo que apenas puedo oír mi voz. Ya no me siento convencida de esto. Al principio me pareció un plan emocionante, pero ahora…
―Vamos, date la vuelta y mírame a los ojos ―giro sobre la banqueta que está frente al tocador, teniendo cuidado de no mirarme al espejo. Abro los ojos. Su mirada es determinada y segura, algo de lo que carece la mía―. ¿No confías en mí?
No es un asunto de confianza. No hay magia que pueda remediar tanto desastre. Mi hermano insistió para que me pusiera en las manos del mejor cirujano plástico del país, pero mi fobia y temor a las personas impidieron que lo hiciera. No hay forma de que ella pueda desaparecer las cicatrices de mi rostro como si fuera un acto de magia.
―Sí, Carrie, por supuesto que lo hago ―niego con la cabeza y me muerdo el labio inferior―. Aprecio lo que estás haciendo por mí ―suspiro profundo y bajo la mirada a mi regazo para observar la manera en que jugueteo con mis dedos inquietos―. ¿Crees que valga la pena malgastar tanta energía? Es decir… ―balbuceo y tropiezo con mis palabras―. Yo no… ―hago una pausa para poder coordinar mi cerebro con la lengua―. Nada de lo que hagas va a conseguir que el señor Cardozo me mire de otra manera ―respondo con pesar―. Un hombre de su clase y elegancia debe tener un montón de chicas hermosas esperando tener una oportunidad con él ―mis ojos se nublan―. En cambio, yo… ―trago grueso―. ¿Quién se atrevería a mirarme sin sentir asco de mí?
Se sienta al borde de la cama y toma mis manos entre las suyas.
―Eres perfecta tal como eres, Patricia ―levanto la cara y la miro con incredulidad. No puede estar hablando en serio―. Eres una chica noble, de corazón puro y maravillosa ―ríe con ternura―. Las cicatrices son solo marcas superficiales que nada tienen que ver con tu esencia ―niega con la cabeza―. Cuentan una historia sobre tu vida, pero no te definen ―es la segunda persona que me lo dice. Martín no se cansa de repetirme que ve a una mujer muy hermosa detrás de mis cicatrices, que soy la única que no puede verlo―. El hombre que te merezca mirará a través de ellas y verá tu alma y tu corazón ―suelta mis manos y se pone de pie. Se acerca al tocador, coge el polvo y una brocha para retocar mi maquillaje―. Nunca lo olvides, Patricia. La belleza del rostro es frágil, es una flor pasajera, pero la belleza del alma es firme y segura.
Asiento en respuesta.
―¿Crees que alguna vez él pueda verme de la misma manera que tu esposo te mira?
Aguanto la respiración mientras espero su respuesta.
―Cuando hay amor todo es posible.
Una sonrisa inesperada tira de la esquina derecha de mi boca.
―¿Cómo saber si estás enamorada?
Sus movimientos se detienen.
―La primera señal la notarás en tu estómago y en tu corazón.
Bajo la mirada y me toco la panza.
―Las cosquillas.
No es una pregunta, sino una afirmación.
―¿Así que ya lo sentiste?
Asiento en respuesta
―Cada vez que él está cerca, siento mariposas revoloteando dentro de mi estómago y mi corazón inicia un maratón de palpitaciones incontrolables ―mis mejillas se ruborizan. Es la primera vez que me siento en libertad de expresar mis sentimientos frente a alguien. Ni siquiera con mi hermano me he atrevido a sincerarme―. Se ha adueñado de mis pensamientos y de todas mis emociones.
Sonríe con complicidad al dejar las cosas sobre el tocador.
―Esas son señales inequívocas, cariño.
Pero, ¿cómo saber si él también siente lo mismo? El mundo de los sentimientos es completamente desconocido para mí.
―¿Y cómo sé si es recíproco?
Suspira profundamente.
―Entonces tienes que fijarte en las señales.
La observo con los ojos entrecerrados.
―¿Señales?
Responde con un asentimiento.
―Me refiero a cosa como que, si mantiene el contacto visual más tiempo de lo normal, si sonríe de manera ligera y relajada, si se acerca más de lo normal, como inclinarse hacia ti. Gestos como acariciarte o tocarte la mano y prestar atención a lo que dices ―mis mejillas se calientan al recordar que estuve tendida sobre su cuerpo, completamente desnuda―. Bien, es hora de que te pongas de pie y me acompañes, Patricia ―con piernas temblorosas, hago lo que me pide. Me toma de la mano y me conduce a alguna parte de la habitación. Mi pecho sube y baja aceleradamente―. Abre los ojos a un nuevo mundo y a la vida que te espera.
Inhalo profundo, antes de hacerlo. Jadeo y retrocedo un par de pasos en cuanto me veo reflejada en el espejo.