Apuesta de amor

Capítulo 21 Amenaza latente

Tengo que parpadear varias veces para saber que no es una ilusión lo que estoy viendo. Su larga cabellera se ve natural y brillante, en su rostro no hay señal de las cicatrices y sus ojos son tan hermosos como las estrellas en el firmamento. No me atrevo a asegurar, siquiera, de que se trate de ella.

―¿Eres tú?

Susurro, apenas con voz audible. El ritmo de mi respiración y las palpitaciones de mi corazón se han vuelto erráticas repentinamente.

―Sí.

¡Virgen María Purísima! Ahora que tengo el privilegio de tener un vistazo completo de su rostro, noto que detrás de sus cicatrices se esconde una mujer muy hermosa. A decir verdad, cuando la vi por primera vez, lo di por sentado. La suciedad, la sangre, su melena enmarañada y, en general, el desastre que estaba hecha; no hicieron nada para mermar su belleza. Ni siquiera puedo apartar la mirada de su figura. Se ve maravillosa. Su rostro acorazonado, sus pechos apretados debajo del escote de su vestido ajustado, su cintura de reloj de arena y, esas piernas kilométricas me han dejado sin habla. Ni qué decir de esos estupendos tacones de infarto que lleva puestos. Es la fantasía soñada para cualquier hombre. Nos quedamos allí, mirándonos, completamente atónitos. Bueno, al menos yo lo estoy.

Sus piernas comienzan a moverse. Su tacón de aguja resplandece bajo el destello de la luz de las velas cuando pisa el primer escalón. Trago saliva. Elevo la mano y hundo un dedo en el cuello de mi camisa para aflojar mi corbata, porque, de un momento a otro, me he quedado sin respiración. El siguiente paso incita una fogata en mi interior. No sé qué demonios me pasa, pero ahora mismo no quiero averiguarlo. Sigo observando cada movimiento con embeleso, hasta que la veo tropezar. Un grito me pone en alerta. Mi corazón se precipita al verla caer desde lo alto de la escalera hacia un destino catastrófico. Extiendo los brazos y, en dos zancadas, logro llegar a ella. La atrapo entre mis brazos y la acurruco contra mi pecho, para ponerla a salvo. Su respiración es tan trabajosa como la mía. Ella se aferra a mi cuerpo como si su vida dependiera de ello. Se siente suave, cálida y reconfortante. Inclino mi rostro, atraído por el exquisito olor de su perfume. Meto mis dedos a través de su cabellera espesa y los aferro alrededor de su cuello para controlar sus movimientos. La siento temblar entre mis brazos, como lo hacen las hojas azotadas por el viento. Deslizo la nariz por su piel y aspiro profundamente. Su aroma a extracto de limón siciliano evoca lo más sensual y provocativo de los sentidos a través de notas frescas y ligeras. Es como estar en un paraíso mediterráneo.

―Gracias.

Sus palabras me hacen recapacitar acerca de lo que estoy haciendo, pero me siento sin fuerzas para dar marcha atrás. Elevo la cara para mirarla a los ojos.

―No tienes nada de que agradecerme.

Respondo con la voz ronca y la mente nublada por las inmensas ganas que tengo de poseerla. Sigo mi expedición a través de los confines de su piel tersa y sedosa. Tiro de su cabellera para abrirme espacios hacia parajes desconocidos y deleitarme con su garganta, incitado por un deseo irrefrenable imposible de domar. Apetito, éxtasis y lujuria en su máxima expresión. El día ha sido tan abrumador, que me siento cansado como para razonar en este preciso momento. Quiero dejarme llevar, aplacar esta desazón que me tiene perturbado y agobiado. El estado de mi madre, la promesa que le hice, la posible traición de uno al que consideré como mi mejor amigo y, la estúpida apuesta; me tienen al límite de la preocupación.

Su corazón palpita tan acelerado que puedo sentir los golpes sobre el lado derecho de mi pecho, con la misma fuerza e intensidad de las olas que rompen contra los arrecifes. Nunca antes fui tan consciente de estas menudencias a las que tan poca importancia le he dado a lo largo de mi vida. En cambio, ahora siento cada emoción a flor de piel. Tan intensa, tan viva, tan desconcertante.

―Por favor…

Cierro los ojos y aspiro profundo al escuchar aquella súplica tan imprevista.

―¿Qué quieres de mí?

Mis venas arden consumidas bajo el fuego de la pasión.

―A ti.

Tan rápido como responde, aprisiono mi boca contra la suya y la beso con hambre desmedida. Corresponde con timidez, inexperiencia e inocencia. Por un instante me siento angustiado, aturdido e incrédulo, pero saber que su boca nunca ha sido besada por la de otro hombre aumenta mi frenesí. Hay que ser un estúpido para no darse cuenta de que esta mujer ni siquiera sabe besar. Además, su nerviosismo la delata. No sé por qué, pero aquel descubrimiento me hace sentir eufórico. Animado por una extraña sensación de posesividad y pertenencia que me recorre las venas como una inyección de morfina, la tomo de los muslos, la levanto del suelo y la invito a envolver sus largas piernas alrededor de mi cintura. En un dos por tres me la llevo hasta el sillón y la siento a horcajadas sobre mis caderas. Ahueco su rostro entre mis dos manos y la miro a los ojos.

―¿Estás segura de esto? ―asiente en acuerdo. Mi respuesta es un gruñido animal que proviene desde lo más profundo de mi pecho. La beso con intensión, revelando el deseo que ha estado merodeando en mi interior desde que la vi en lo alto de la escalera. Ella gime e introduce sus dedos dentro de mi cabello, tirando con fuerza de mis mechones. De un momento a otro, la tiendo de espalda sobre el mueble. Ubico una de mis rodillas a un lado de su cadera derecha, mientras hago malabares para situarme entre sus piernas. La observo desde lo alto con expresión salvaje, antes de bajar y dejar un beso casto en sus labios. Noto dudas deambulando en sus pupilas dilatadas―. Di que sí, por favor.



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En el texto hay: romance, drama, venganza

Editado: 07.02.2025

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