Apuesta Indecente

Capítulo 2. La clase de literatura

Estaba hasta los mismísimos ya del buen tiempo. Es que vamos, el sol no se iba hasta las tantas de la noche y, cuando lo hacía, mi casa ya se había convertido en un horno. Así que esa primera semana la pasé estando en bolas por mi cuarto y en clase deseando estar en bolas.

Pero, por supuesto, también estuve haciendo algo más. Y no, no fueron deberes; yo no tocaba eso ni con un palo. Aprovechando que iba sobrado de físico, pasé de ir a los entrenamientos esos días (dejar un poco de ventaja al resto lo hacía incluso más interesante) y dediqué el tiempo a planear mi estrategia “de ligue”.

Quizás era un poco triste estar pensando en liarse con Sophia Brown, pero ya lo había asumido. Bueno, en realidad no. Me daban arcadas de pensarlo. Por eso, el truco estaba en no pensarlo. Sabía que tenía que acercarme a Sophia como fuera, después ya pensaría en cómo salir del lío. Quizás podría convencerla de que me ayudara… No, imposible. ¿Quizás podría drogarla y hacerle la foto?

—Espera, tío, ¿qué mierda estás pensando? —me dije a mí mismo—. ¿Quieres acabar en la cárcel a los diecisiete?

—Es verdad —me contesté—, qué mínimo que veinte para eso.

Descartadas opciones de dudosa moral, lo cierto es que quedaba poco que hacer. En cualquier caso, necesitaba comenzar a dar pasos hacia esa chica y… es que no había manera de saber qué le gustaba. No tenía ni Facebook, ni un blog secreto (que yo hubiera descubierto), ni pósters en su taquilla. En clase solo tomaba apuntes sin apenas charlar con nadie. No tenía amigas conocidas. O aprendía a entender a una chica como esa por arte de magia o estaba jodido.

Tras varios días meditando cuál podría ser la forma correcta de ligar con esa muchacha (si llevaba gafas, seguro que no veía muy bien mis músculos, así que usar mi físico quedaba descartado), se me ocurrió pedir ayuda a la persona más sabia que conocía. Esa era Hannah, mi amiga por correspondencia.

La había conocido cuando teníamos trece años jugando a uno de estos videojuegos online donde te haces un pingüino y te dedicas a pinchar música. Desde entonces, nos habíamos hablado por email y, cuando se decidió a comprarse un móvil, por WhatsApp. Vivía lejos, así que nunca la había visto en persona. Aun así, al contrario que los cabrones de Ethan y James, Hannah era una chica con neuronas.

No obstante, quizás por ese mismo motivo, no le hizo mucha gracia el tema de la apuesta:

«Pero, a ver, tío; ¿eres gilipollas?» fue lo primero que me dijo, así, para levantarme los ánimos.

«Es posivle»

«¿Para qué apuestas cosas que no puedes hacer?» Otra que pensaba lo mismo.

«Si ke puedo lista, es que la tia me da asco»

«Bueno, creo que te has ganado que te deje de hablar por hoy, imbécil.»

Casi me dio un infarto cuando dijo eso. Necesitaba desesperadamente la ayuda de una chica, experta en frikis a ser posible.

«NOOOO!!! espera
necesito tu alluda
no se como conquistarla»

«Ah, pues no sé. Oye, mira, como es así muy nerd, seguro que le gusta leer 5000 libros al día. Cómprale un separador, no te jode.»

«Tienes razon!!!!»

«Espera, Noah, era una broma, no seas estúpido.»

«Gracas Hanna!!»

Hannah era muy inteligente, por eso ella había visto lo que yo había sido incapaz de ver. A una chica así —fea, callada, gafotas— solo había una cosa que podía gustarle más que nada… ¡libros! Ah, pero yo pasaba de gastarme un duro en tal gilipollez; demasiado que, en el caso de tener que llegar al final, fijo que los preservativos los compraba yo. No no, los libros que se los comprara ella. Yo, sin embargo, tenía que hacer algo más sutil, mejor pensado.

Así fue como transcurrió una semana sin que yo hubiera hecho ningún avance. Porque lo que tiene intentar ser sutil cuando eres un pedazo de tío… es complicado, para qué mentir. No tenía ni idea de cómo enfocar el tema de los libros para que me fuera útil para ligar. ¡Es que tenían que ser libros!

Desesperado porque no quería que mis amigos me volvieran a vacilar con el tema, decidí que tenía que pasar a la acción. ¡Y qué mejor momento que en la clase de literatura del jueves, cuando Sophia estuviera con todos sus sentidos alerta escuchando al muermo del profe!

Entré al aula diez minutos antes de que el profesor llegara. No había nadie en clase. Bueno, nadie excepto mi objetivo, la solitaria de Sophia. Aproveché el momento para sentarme en el pupitre de al lado, aunque ella no levantó la mirada del pesado libro que estaba leyendo.

¿Cómo podía atraer su atención sin hacer demasiado obvias mis intenciones? Ah, ¡ya sabía! Saqué mi estuche y mi libreta destrozada como quien no quiere la cosa, para después coger un bolígrafo y dejarlo caer con disimulo, haciendo que rodara a los pies de Sophia. La chavala me miró solo un instante y se agachó para recogerlo. ¿Cómo era posible que hasta agachándose no se le viera nada? ¡Estaba planísima, por Dios!

No era momento de pensar en eso, me dije. Aguardé a que se levantara y me tendiera el boli para poner mi mirada más seductora. O un intento de ella, porque en cuanto me sonrió de vuelta y vi esos dientes enormes se me borró cualquier expresión. Aun así, me sentía como un triunfador. Una sonrisa… eso era bueno, ¿no?

Sophia me dio el bolígrafo y volvió a inclinarse sobre su libro. En fin, no quedaba más que esperar a… ¿algo? Desde luego no podía seguir insistiendo, sutileza ante todo. Saqué mi móvil y me dediqué a leer tips para estar cachas en Internet mientras esperaba a que la clase comenzara.

Los alumnos fueron llegando y nadie reparaba en mí, que es lo que más deseaba. Mi reputación debía quedarse intacta, por lo menos. No obstante, Ethan y James llegaron también (esperaba que hicieran campana con todo mi corazón) y empezaron a señalarme y reírse. Por suerte, quizás para no estropearme el ligue, no llamaron demasiado la atención.

Qué divertido era el señor profesor de literatura, Clarke. Vamos, digno de millones de premios por su dedicación. Llegaba, suspiraba cansado, se sentaba sin mirarnos y nos hablaba de cualquier tema más o menos relacionado con la clase sin muchas ganas. Normalmente, al cabo de un rato se callaba y pasábamos treinta minutos en silencio. Porque con ese señor no había quien se atreviera a hablar.



#40815 en Novela romántica
#26851 en Otros
#3995 en Humor

En el texto hay: instituto, apuesta, romance

Editado: 01.04.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.