Apuestas?

Prólogo

Gregory McFly

 

Las confusiones no hieren a una sola persona y no conforme con eso, estas pueden enredarte una y otra vez. Es una explosión.

Una araña de acción y consecuencia. Un ciclo. Un inicio y un fin.  

Pero no importa lo haga o sepa, jamás logré entenderlos. Porque los sentimientos siempre han sido más complicados que la física, matemática y la química unidas.

No tienen fórmula, no tienen teoría confirmada por científicos, no tienen una base sólida de la cual te puedas guiar.

Estás en una cuerda floja, todo se tambalea. Un paso en falso y caes.

En cambio para resolver aquellos problemas matemáticos solo necesitas recordar y asociar las cosas. Todo está escrito, solo debes seguirlo. Pero en los sentimientos no pasa eso. A estos no puedes manejarlos.

Por eso un día te sientes bien y al otro mal.

Por eso existen las confusiones. Los ilógicos triángulos amorosos. Los corazones y las ilusiones rotas. Por eso, todo se puede romper en menos de un segundo. Es como impactar un átomo y que este explote, no solo lo hace solo, sería bueno que lo hiciera.

Pero este al chocar con otro y romperse liberaran neutrones que a su vez impactaran contra más átomos, creando una secuencia que deja como consecuencia una explosión, alterando todo su alrededor.

De ahí viene el término “Química explosiva”. Aunque ahora que lo pienso es lo que fuimos, porque sentimos tanto que al final no pudimos controlarlo. Creímos poder hacerlo, pero el solo haberlo hecho, nos hace unos ingenuos.

¿Ame a Martins? ¿Cómo no me enamoraría de aquella dulce chica, torpe que ante cualquier cumplido se ponía roja y balbuceaba? Pero, conmigo no fue así. Yo no fui quien le provocó esos nervios ni mejillas sonrojadas.

Fue él.

Alan Cooper.

No soy ingenuo, nunca lo he sido. Al igual que todos lo noté, solo que me hice de ojos ciegos como Cristina. Tal vez por eso entendí y sentí algo de empatía hacia sus sentimientos. Al menos eso creía sentir.

Hasta que Cristina dejo de verme. Y fue cuando yo la vi.

Es estúpido ¿sabes? Y no es que me guste hablar malas palabras. Pero no encuentro otra manera de poder describir esta situación. Siempre creí que la ciencia explicaba, que la física lo movía todo, y que la química se trataba solo de compuestos interactuando juntos para luego tener una reacción.

Creí que los únicos libros que podía leer sin dormirme eran los de partículas o mecatrónica. Pero aquella pelinegra que nunca parece callarse y solo tiene ideas terribles que por alguna razón seguía, me enseño que no.

Tal vez debí notarlo desde ese punto. Debí darme cuenta, es decir. ¡Tengo el maldito coeficiente más alto de Little School y nunca, jamás se me paso por la mente que estaba desarrollando atracción hacia aquella chica!

Tú sonríes, yo sonrío. Te lastimas, yo también estaré herido.

Palabras así antes me parecían ridículas. Entendía que una persona te haga sentir feliz pero ¿sentir lo mismo? No, se supone que cada organismo tiene características que lo hacen diferente al resto, por lo tanto siempre actuará diferente.

Entonces, era absurdo que alguien sintiera lo mismo que el otro, menos al mismo tiempo. Incluso si cayera un rayo en medio de dos personas, cada una al caer lo haría de manera diferente, por lo tanto tendría distinto dolor e incluso destino.

Pero como siempre aquella parlanchina que no paraba de verme y metérseme enfrente, me mostró lo contrario.

¿Por qué lo digo?

Porque ahora entiendo los corazones rotos.

Al verla sonriendo con ojos brillosos, sé que ella lo tiene de la misma manera que el mío. El mismo sentimiento, el mismo dolor.

Y compartimos lo que tanto creí imposible.

Compartimos el mismo corazón roto. 

 ¿Cómo fue que llegamos aquí?

Cris...

 

 




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