No había salido de mi hogar en días, todavía no encontraba la fuerza para poder andar en la calle como si nada hubiera pasado, nunca fui muy buena en ocultar cuando algo me duele, cuando algo me está lastimando hasta en lo más profundo de mi ser, solo en siquiera pensar en lo que ha ocurrido me provocaba un sin finde lágrimas, y tengo miedo, tengo mucho miedo de no poder parar de llorar nunca.
Mi dolor se podía notar a kilómetros, pero aun así tenía que cumplir con mis obligaciones y la idea de dormir todo el día para que mañana todo este bien, para que al despertar el dolor sea menor es algo que ahora no me funciona, ya no puedo esconder mis pesares bajo las sabanas como cuando era pequeña.
Me arreglé lo mejor que pude aunque ahora no me sentía como antes, el maquillaje no me hacía sentir hermosa, al ponerme la ropa pude notar un montón de imperfecciones que sabía que tenía pero no me habían dolido tanto como hoy, los gorditos de mi abdomen que se formaban a los costados, esa pequeña panza que por más que me plantara no desaparecía del todo, mi nariz que no era tan bonita como yo deseaba y mis lentes que ocultaban mis ojos para que nadie pudiera ver más allá.
No pude evitar pensar “¿Por eso te fuiste? ¿Por eso yo perdí ese día? ¿Por eso no fui lo suficiente buena para ti?” solo desvié la mirada del espejo, tomé mi bolso y salí de ahí.
Mi corazón lleno de dolor y mi mente llena de dudas no era tan buena compañía, mi mente se disparaba a la más mínima provocación, todo me recordaba a él, cada rincón de mi hogar me recordaba lo que he perdido.
Una casa no es un hogar, un hogar es donde se desborda el amor, pero parece ser que eso murió aquí hace mucho tiempo atrás, de haber visto las señales me hubiera ido antes.