Mi vida se había transformado en una rutina agobiante, pero era algo que aceptaba, para mí era suficiente solo seguir “sobreviviendo” que vivir de verdad.
Conseguí un empleo en un pequeño café del centro no era la gran cosa, pero era lo suficiente para pagar las cuentas, me la pasaba del trabajo a casa y de casa al trabajo. Claro que no podía darme la vida que solía tener antes pero no es como que, si ahora me importara mucho salir a cenar, pasar tardes en el salón de belleza o ir cada martes al cine, ya nada eso me importaba.
Mi ciudad no es muy grande y quizás por eso después de recorrer cada sitio con él ya no me quedaban las fuerzas para ir de nuevo a todos esos lugares, pero ahora completamente sola. Después de casi dos meses de aquel día logré entender que de recuerdos no poder vivir.
No era el mejor trabajo del mundo, pero me mantenía ocupada y para ser sinceros con eso me bastaba, lo aprendí a disfrutar con el tiempo, me emocionaba un poco cada que una nueva persona entraba por la puerta, solo me preguntaba “¿Con que estará luchando él o ella?” y ahora más que nunca sé que todos pasábamos por algo, algo que no estas quemando por dentro, algo que no nos deja levantarnos por las mañanas, algo que te hace llorar cada que lo recuerdas invaden tu memoria, algo que no puedes gritar a los cuatro vientos, pero sé que por más rotos que estemos aún existe la belleza en cada uno de nosotros, sé que somos seres de luz aunque a veces todo lo que nos pasa logre apagar un poco de esa luz.
Pero también sé que la vida es muy incierta ya que cuando parece que estas avanzando un poco aparece algo para derribarte y yo no tenía idea de lo que se avecinaba.