Había llegado a la gran mansión que Bobby y Emir habían alquilado para su boda, era bellísima, desde los grandes ventanales se podía ver el hermoso jardín donde sería la recepción al igual que un poco más a lo lejos el gran mar azul donde sería la ceremonia.
Bobby me pidió que fuera un día antes para que yo recibiera a todo los empleados y ser yo la que daría las órdenes para que el gran día se a perfecto.
Poco a poco fueron llegando los empleados, primero los de la decoración, les asigne cada uno de las tareas, les informe que estaría recorriendo el lugar por si necesitaban algo.
Era inevitable controlar mis pensamientos, todo este asunto tenía mil detonantes que se sentía como una bofetada de recuerdos, el aroma de las flores, las luces que se colgaban por todo el jardín, cada uno de los detalles detonaban un sinfín de recuerdos solo que ahora no había dolor en esos pensamientos, en esas memorias, solo había…aprendizaje.
Seguía recorriendo cada rincón del lugar, en busca de un lugar donde pudiera perderme por unos momentos, seguí mi camino hasta la orilla del mar y lo observe como nunca antes lo había hecho, me deje guiar pos su inmensidad, me acerque para que mis pies tocaran el agua, esa agua tan llena de vida, esa agua tan fría que podía curar cualquier herida incluso las más profundas.
La brisa del mar impregnaban cada parte de mi ser, era como un abrazo diciendo que todo estaría bien, y un pequeño momento basto para que mis pies tomaran vida propia, comenzaron a correr, yo solo los deje ser libres, los deje escapar de todo lo que un día nos hizo daño.
Yo solo corría, brincaba como nunca lo había hecho, las gaviotas volaban arriba de mí, éramos ellas y yo, dos seres que ahora eran libres de todo, daba vueltas en la arena, mi pantalón ya se encontraba completamente empapado pero para mí era algo sin importancia, un tropiezo hizo que yo cayera al mar, y me quede ahí, no importo nada más, deje que el agua del mar curara mi alma, deje que él me guiara una última vez, deje que la sal del agua se llevara todo lo malo que aun guardaba mi corazón.
Estaba flotando en el agua fría, esa agua que sanaba cada rincón de mí, las olas golpeaban con delicadeza mi ser y yo solo miraba al cielo sintiéndome la persona más libre del planeta.
—¡Te amo! ¡Te amo más que nunca!—mis gritos eran uno con los sonidos del mar—¡Me amo mucho! ¡Te amo mucho Kat!
Jamás había entendido lo liberador que era gritar algo hasta ese preciso momento.
En el momento exacto que esas palabras salieron de mi boca, sentí como aquella presión de mi pecho desaparecía, como las lágrimas comenzaban a brotar una vez más; pero ya no eran lágrimas de dolor, eran lágrimas de amor, de ese amor que cura todo, eran lágrimas de mi propio amor.
Y Seguí hablando con el silencio de la tarde, le hablaba a la brisa que ame abrazaba, le hablaba al mar que me sanaba, me hablaba a mí.
—Si le pudiera decir algo a mi yo de hace algunos meses es—mi voz se quebró—Vendrán momentos difíciles, vendrán días muy oscuros, vendrán días donde ya no vas a querer estar aquí pero…vamos a estar bien, vamos a salir adelante juntas y perdóname por todas las veces donde no te quise, donde pensé que no eras lo suficiente porque siempre fuiste suficiente e incluso fuiste más.
Cada palabra pronunciada era una batalla ganada, era la oportunidad de sanar realmente, de reconstruirme por sí sola, las lágrimas recorrían todo mi rostro, era derrumbarme para dar paso a una nueva yo, era la oportunidad de florecer como la flor más hermosa de un jardín lleno de sueños, para convertirme en lo que siempre quise ser y lo que siempre debí ser,
Una mujer que se ama, que se quiere, que se respeta, que se escucha, una mujer que se a reconstruida a sí misma, una mujer que ya sabe que es eso que todos llaman amor propio.
Porque hoy, aquí y ahora me quiero el doble por aquellos días donde no me quise ni la mitad.
Completamente empapada camine de regreso a la orilla del mar, estire mis brazos lo más alto que pude, con tal fuerza como si fuera posible tocar el cielo, porque una vez que caes y te levantas el único límite para crecer es el cielo.
Tome un puñado de arena entre mis dos manos, comencé a abrir ambas manos poco a poco y veía como el viento se la llevaba lejos, muy lejos de mí.
—Aquí dejo lo que un día fui, aquí dejo todo lo que dicen de soy, esa cosas que hasta a veces yo creo ser, aquí dejo mis miedos, aquí dejo las cenizas de lo un día fui, esas cenizas a consecuencias de un fuego que quemaba profundamente mi ser, aquí dejo todo el dolor y aquí dejo mi perdón—la arena se había ido y se había llevado todo lo malo consigo—Me llevo conmigo la esperanza de un nuevo amanecer, me llevo las experiencias pero no el dolor, me llevo mi amor con la promesa de dárselo a quien realmente lo valore solo que ahora sin olvidarme de quien soy.
En ese momento, en ese preciso momento me sentía como nunca antes, me sentía un ser completo, sentía como cada rastro de tristeza se había ido, en ese momento mire al cielo y le agradecí a Dios por estar viva.
Las lágrimas seguían ahí pero eran diferentes a todas las lágrimas que alguna vez llore, me abrace a mí misma y me permití seguir adelante, me di la oportunidad de continuar.
—Todo va estar bien, todo irá bien—las lágrimas se deslizaban por mi rostro—Vamos a estar bien, sé que el tiempo nos va a cuidar.