La seda del vestido rozaba delicadamente mi piel, me lo coloque muy lentamente, quería que ese momento durado para siempre. Me mire al espejo, estaba ruborizada, estaba ansiosa, estaba plena y estaba lista.
Sentía como una pequeña brocha de maquillaje impactaba cada uno de los poros de mi rostro, como las manos de mi madre, le daban forma a mi cabello, un mechón se posó en mi frente, lo deje ahí.
Ya había usado el blanco antes pero no de la forma correcta, ahora quiero hacerlo bien, es fácil entregarse cuando has encontrado a tu para siempre.
Me coloque el velo, mi corazón latido apresuradamente, caminaba lentamente por la capilla sobre aquella alfombra roja que me dirigía a mi felicidad, a mi final feliz.
La orquesta comenzó a tocar, un nudo en mi garganta se formó con el primer acorde de aquella melodía, los invitados se comenzaron a ponerse uno a uno de pie, todas las miradas se posaban en mí, algunos rostros con sonrisas intensas otros con pequeñas lagrimas recorriendo sus mejillas, estaba rodeada de la gente que más amaba, todo era como debía ser.
Mis manos temblaban, aprete el ramo de tulipanes lo más fuerte que mi nerviosismo me lo permitió, no sabía dónde clavar la mirada, buscaba con miedo algún rostro que me diera paz. Y lo vi a él.
A unos escasos metros de mí, justo frente de mí, me sonreía y observe como unas pequeñas lagrimas recorrían su rostro, su padre poso su mano en su hombre para decirle que todo estaba bien, que había tomado la decisión correcta al desposarme en aquel altar.
Me incorpore lentamente a su lado, con delicadeza y cierto miedo levanto mi velo, me sonrió una vez más, sus ojos brillaban como nunca, parecía que veía la pintura más bella de todas, las yemas de sus dedos recorrieron lentamente mi rostro.
La ceremonia comenzó y yo al fin ya había encontrado a ese amor con él toda mi vida soñé.
Ya estaba lista para decir acepto.
Acepto a pasar toda una vida contigo.