Aquel

Escucha el llamado.

Desde que éramos pequeñas la odiaba. Lo ruidosa que era, sus gritos y risas. No había lugar donde no destacara por su estrepitosa voz. Siempre rodeada de hienas que inundaban de risas la sala, cada vez que ella abría la boca. Tuve que soportar su nefasta personalidad por años. Lo que nunca entendí es cómo nadie era capaz de descubrirla. Era una mentirosa, una hipócrita. De frente los hacía reír, a sus espaldas los inundaba de insultos. Al fin y al cabo, a todos les encantan los aduladores. Por eso, no me fue difícil tomar la decisión, la noche que recibí el mensaje de mi papá.

Sabía bien que la única manera de contactarle, era en sueños. Me preparé para dormir, bebiendo mi taza de té de plantas cultivadas en el jardín de mamá. Pobre de ella, sin saberlo, sería mi ayudante. Lo intenté durante semanas, cada noche o inclusive en las tardes que estaba libre. Sin respuesta. ¿Acaso no quería escucharme? Me llamaba cuando menos lo esperaba, ¿no le gustaba que yo fuera quien acudiera? Cada día en el que mi llamado fallaba, crecía mi miedo. ¿Si no lo lograba a tiempo? ¿Si realmente nunca fue viable?

Cada día mi aborrecimiento incrementaba. No podía escuchar su voz a través de la pared de mi habitación, sin sentir una rabia intensa. A ese paso, perdería la cordura. Todo por su culpa. No dormí, ni comí.

Lloré por la frustración y desilusión, me sentía pequeña, atrapada. A pesar de las preocupaciones que acaparaban mi mente, mi cuerpo comenzó a desaparecer. Dejándome llevar por el peso, entré en el estado que conocía bien. No estaba dormida. No estaba despierta. Un limbo de incertidumbre me acechó, hasta que llegué por completo.

Nunca conocí la experiencia de un sueño vivido, así que sabía perfectamente cuando se trataba de su dominio. La oscuridad a su alrededor… Refrescante.

Me encontraba en mi habitación. Me recibió el ventilador, con sus astas inmóviles que aún sonaban. Sabía dónde ir. Mi memoria me tomó de la mano y me guió por los pasillos hasta la puerta trasera. Dudé un segundo. Tenía miedo, mi corazón no latía en aquel lugar, aún así sentía mi cuerpo palpitar. Ese sentimiento desapareció una vez salí al jardín.

El jardín de mi casa era tal y como lo recordaba, a excepción de un único lugar que destacaba. El tronco enorme de un árbol cortado, rodeado por velas apagadas, que estaban casi derretidas. Hojas, flores y frutos decoraban el tronco, asimilando a una cama. Me recordaba a la vela de un muerto. De repente sentí un peso sobre mis brazos. Cargaba un cuerpo, el de mi prima. No pesaba nada, era como levantar una hoja. Caminé en dirección al tronco, cumpliendo lo que se esperaba de mí. Dejé su cuerpo sobre el tronco, acostado. Se veía tan tranquila, como si hubiese encontrado paz en el más allá.

“No hay un más allá”.

Su presencia surgió de todos lados, era imposible saber dónde se encontraba su cuerpo, si es que tenía uno. Percibí que Aquel me observaba, generando un escalofrío. Me mantuve inmóvil, mirando hacia el frente. Esperaba instrucciones.

Luego vi su brillo, una daga estaba a los pies del tronco. Tenía un mango de madera muy simple. Ya sabía cómo funcionaba. Tomé la daga e hice un corte en mi dedo índice. Una gota de sangre se asomó, brillando mucho. La sangre se transformó en una llama de fuego morado.

Una a una, encendí las velas. Cada vez que una se encendía, el cuerpo saltaba un poco, intentando despertar. Cuando la última llama se iluminó, unas cadenas salieron de estas, amarrando el cuerpo al tronco. En ese momento ella abrió los ojos. Me miró muy asustada.

“¿Dónde?”.

No perdí el tiempo en darle una respuesta. Observé como las cadenas apretaban su cuerpo, mientras ella intentaba gritar. Ningún sonido escapó de su boca. Aunque estaba en agonía, no recordaba un momento en el que ella irradiara tanta paz. No me castigó con escuchar su tediosa voz. La miré a los ojos, disfrutando del silencio, mientras las cadenas se hundían en su cuerpo, atravesándolo. Cuando estas desaparecieron en su carne, sus ojos perdieron su luz. Estaba muerta.

Sentí levemente el olor del incienso. Un dolor punzante atravesaba mi sien de lado a lado. Mi alrededor empezó a difuminarse. No lo permitiría. Me concentré con todas mis fuerzas. La cabeza me estallaría si seguía así, pero no perdí la concentración.

“Trato”.

Dejé ir mi alrededor. Un alivio recorrió mi cuerpo. Mi vista se nubló.

Y desperté.

Una semana después de la desaparición de mi prima, recibí la tan esperada llamada de papá. Al contestar, esa voz me generó emoción. Era mi hermanito, quien ahora saludable, me contaba con alegría que pronto volvería a casa. Sonreí, diciéndole que esperaba con muchas ansias verlo nuevamente.

Cuando colgué, mamá me llamó. En el sillón de la sala, estaba mi tía, sollozaba desolada. Hacía una hora que encontraron el cuerpo de su hija en el bosque. Mamá intentó calmarla, asegurando que ahora estaba con el Señor, en el reino de los cielos.

“No, mamá. Aquel se la llevó, muy lejos de Dios.”

Poco me importaba su dolor. Todo lo que hice fue por él. El único que importa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.