Aquel invierno de Londres

Capítulo 4: Lo prometido es deuda.

Volvimos.

Era viernes otra vez, y esta vez no hubo dudas. Ninguna pregunta flotando en el aire. Sam, Charlie y yo sabíamos perfectamente a dónde íbamos, como si el cuerpo nos llevara solo.
El mismo pub, la misma mesa junto al escenario. Las luces tenues y el olor a madera vieja mezclado con cerveza y algo dulce que venía desde la barra. Todo igual... pero distinto. Más nuestro.

Charlie pidió el mismo trago de la semana pasada, Sam ya saludaba al barman con una sonrisa descarada y yo, bueno, me senté en silencio, con una sensación tibia en el pecho que no sabía bien cómo explicar.
No tardaron en aparecer. Primero Emily, con una bufanda enorme envuelta hasta la nariz y una sonrisa que se notaba hasta en los ojos. Luego Harry, con esa energía que parecía llenar cualquier rincón donde estuviera. Y finalmente, Nick, un poco más atrás, con las manos en los bolsillos y esa forma suya de observar antes de hablar.

Nos saludaron como si hubiésemos sido amigos de toda la vida. Sin exagerar, sin dramatismo. Como si hubieran estado esperándonos.

—Lo prometido es deuda —dijo Emily, dejando su abrigo en el respaldo de una silla—. Y cumplimos.

—No sabíamos si realmente vendrían —admitió Harry, levantando una ceja hacia Sam, que ya le estaba sacando conversación como si fueran viejos conocidos.

—No sabían, pero igual vinieron ustedes también —respondí sin pensarlo. Fue Nick el que me miró entonces. No dijo nada, pero sus ojos se suavizaron un poco. Como si ese pequeño comentario le hubiera hecho gracia... o sentido.

Nos sentamos todos juntos otra vez. Ellos pidieron algo de tomar y de repente el pub ya no era ese lugar nuevo que
explorábamos con nervios. Era un punto de encuentro. Uno donde las risas eran más fáciles, las palabras menos medidas, y el tiempo, más blando.

Emily y Charlie hablaban de esas revistas de moda, Harry y Sam discutían sobre cuál era el mejor álbum de los Beatles, claramente en desacuerdo. Nick estaba a mi lado. No muy cerca, pero lo suficiente como para que pudiera notar que su voz era más baja cuando me hablaba, que se tomaba su tiempo antes de decir algo, y que me escuchaba con atención, incluso cuando solo hablaba de lo mucho que me gustaba la lluvia en Londres.

No era obvio. No era intenso. Pero algo en su forma de estar ahí me hacía sentir... cómoda. Y eso, para mí, ya era muchísimo.

Al rato, Emily anunció que subirían de nuevo al escenario. Pero esta vez, sin presión. Solo por el gusto de tocar.

—Quédense —nos dijo antes de alejarse—. Hoy tocamos para ustedes.

Nos miramos entre las tres y sonreímos. Había algo reconfortante en todo eso. Como si hubiéramos abierto una puerta sin saberlo, y del otro lado hubiera un lugar al que, de alguna manera, ya pertenecíamos.

Subieron sin apuro. Esta vez no hubo presentación grandilocuente ni luces que parpadeaban al ritmo de la batería. Fue todo mucho más sencillo: Emily ajustó el micrófono, Harry afinó su bajo con una sonrisa cómplice hacia nosotras, y Nick se acomodó detrás de su batería con una tranquilidad que casi me resultó hipnótica.

—Esta canción es nueva —dijo Emily, con esa voz que siempre parecía estar al borde de un secreto—. No tiene nombre todavía, pero... significa mucho para nosotros.

Y empezaron.

Era una canción lenta, suave, como si cada acorde se deslizara por el aire con la misma delicadeza de la lluvia cuando apenas empieza a caer. La melodía tenía algo melancólico, pero no triste. Era más bien una sensación de recordar algo que no sabías que habías olvidado.

|“No sé en qué momento dejé de brillar,
si fue el miedo o solo el tiempo al pasar.
Pero hay días en que vuelvo a sentir,
que aún hay luz en mí por descubrir.”|

Me quedé en silencio, con los ojos puestos en ellos, pero la cabeza en otra parte. Había algo en esa música que me hacía pensar en mí. En todas esas veces que me había sentido fuera de lugar, como si tuviera que esforzarme demasiado para encajar. En el miedo a decir lo que pensaba y que no fuera suficiente. En esa voz interna que siempre cuestionaba todo lo que hacía, como si nunca alcanzara.
Sentí las manos apretadas sobre mi falda, como si tuviera que sostenerme de algo. Y en ese momento, sin pensarlo, miré hacia Nick.

Él también me estaba mirando.

No fue una mirada larga, ni intensa. Fue apenas un cruce fugaz. Pero lo suficiente para que mi pecho se encogiera un poquito, y una idea extraña empezara a formarse, tímida, en el fondo de mi mente: la posibilidad de que alguien pudiera ver más allá de todo eso.

La canción terminó y el bar estalló en aplausos suaves, sinceros. Emily sonrió agradecida, y Harry hizo una reverencia exagerada que nos hizo reír. Nick solo bajó la mirada y se pasó una mano por la nuca, como si no supiera bien qué hacer con tanto reconocimiento.

—¿Les gustó? —preguntó Emily cuando volvió a sentarse con nosotros, con las mejillas un poco más sonrojadas de lo habitual.

—Fue hermosa —dijo Charlie, con esa honestidad suya que siempre me enternecía.

Sam asintió con entusiasmo, y yo... yo solo asentí en silencio. Porque todavía estaba digiriéndola. Porque algo en mí se había movido, y no sabía bien cómo ponerlo en palabras.
Pero me sentía un poco más liviana. Un poco menos sola. Y en ese rincón cálido de Londres, con música flotando en el aire y mis amigas riendo a mi alrededor, decidí no pensar tanto. Al menos por esa noche.

La noche se fue deshaciendo despacio, como el vapor que se escapa de una taza de té caliente. Las luces del bar empezaban a bajar de intensidad y algunas mesas ya se habían vaciado. Pero nosotros seguíamos ahí, como si nadie quisiera ser el primero en irse.

—Bueno... —dijo Emily, levantándose con pereza—, creo que es hora de dejar que limpien antes de que nos echen.

—Prometiste que volverían y cumplieron —dijo Sam, sonriendo—. Así que ahora les toca prometer otra cosa.




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