Aquel invierno de Londres

Capítulo 8: Charlie y Sam.

Si hay algo que me hace sentir afortunada en esta vida, son ellas: Charlie y Sam. A veces me pregunto qué habré hecho bien para que el universo las pusiera en mi camino. Las dos son tan distintas, pero al mismo tiempo, se complementan de una forma tan perfecta que me hacen sentir en casa cada vez que estamos juntas.

Hay algo en Charlie que no sé si algún día voy a poder explicar con palabras justas. Tiene una luz que no encandila, pero acompaña. Una presencia que no necesita hacer ruido para hacerse notar. Ella es esa persona que entra a una habitación y, sin decir nada, logra que el aire se sienta más liviano.

Charlie es amable de una forma tan genuina que te hace preguntarte si de verdad merece este mundo tan ruidoso y desordenado. Siempre tiene una sonrisa guardada para cuando más la necesitás, una palabra justa, una mirada que dice “estoy aquí”, sin promesas vacías, sin exigencias.

Me maravilla su inteligencia, no solo la académica —que también tiene, y mucha—, sino esa inteligencia emocional que la lleva a entender lo que otros no dicen. Tiene esa capacidad de escuchar con el corazón, de ver lo que duele incluso cuando uno intenta ocultarlo con un “estoy bien”. Y, sin embargo, muchas veces siento que pocos ven todo lo que carga. Porque también es vulnerable, frágil a veces, como si su bondad la dejara sin escudo. Y eso me parte, porque daría todo por protegerla del mundo que muchas veces no sabe cuidarla.

Admiro su alegría, esa forma de encontrar belleza en lo simple. Cómo puede emocionarse con una canción, una taza de café caliente o un atardecer naranja en una calle cualquiera de Londres. Ella me enseña todos los días a mirar distinto. A no correr tanto. A no olvidarme de sentir.

Charlie es una de esas personas que si no la conocés, te estás perdiendo algo importante. Y si la tenés cerca, cuidala. Porque no hay muchas almas como la suya. Y yo... yo tengo la suerte de llamarla amiga.

y después esta Sam.

Sam es una tormenta de luz. De esas personas que llegan con fuerza, con risas contagiosas, con planes improvisados que siempre terminan siendo inolvidables. Es energía en estado puro, una presencia imposible de ignorar. La ves entrar y ya sabes que algo va a pasar. Porque con ella, siempre pasa algo. Una charla que te cambia el día, una ocurrencia que te arranca una carcajada, una locura de último momento que termina en recuerdos para toda la vida.

Es extrovertida, sí. Pero no de esa forma vacía que a veces se confunde con ruido. Sam brilla con contenido. Tiene una alegría que nace de adentro, que se nota que viene de algo real. Y una fuerza… una entereza para plantarse ante el mundo como si nada pudiese derribarla. Siempre va hacia adelante, como si no tuviera miedo a tropezar. Y si lo tiene, no lo muestra. O lo disimula con una sonrisa y un comentario sarcástico que te hace pensar que está bien. Que siempre está bien.
Pero yo la conozco un poco más. Y sé que ahí adentro, detrás de esa seguridad, hay una pizca de vulnerabilidad. Una necesidad de ser querida, de sentirse vista, de saber que su risa importa. No lo dice, claro. Nunca lo diría. Pero yo lo sé. Y por eso la admiro aún más.

Sam ama con fuerza. A su grupo, a los que le importan. Tiene ese tipo de amor leal que no hace ruido, pero que está. Siempre. No importa la hora, no importa el problema. Si te ganaste un lugar en su vida, ella te va a cuidar como si fueses de su familia. Y eso, en un mundo tan lleno de indiferencias, es algo que no tiene precio.

Sam es una de esas personas que hacen la vida más divertida, más liviana, más viva. Y aunque a veces parezca que nada le duele, yo sé que siente con intensidad. Y eso... eso también la hace hermosa.

Tiene un corazón enorme y una necesidad profunda de que la quieran bien, sin condiciones. La gente la sigue porque es magnética, pero pocos se toman el tiempo de entender todo lo que le pesa por dentro. Yo sí. Y ojalá pudiera abrazarla cada vez que se disfraza de alegría cuando lo único que necesita es un poco de calma.

No soy quien soy sin ellas. Son mis raíces. Mi equilibrio. Las únicas que se quedaron cuando ni yo sabía si quería quedarme conmigo misma.

Y si alguna vez todo lo demás se derrumba, sé que mientras las tenga a ellas, siempre voy a tener un lugar al que volver.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.