El cielo de Londres parecía haber olvidado cómo brillar. Llovía desde temprano, como si la ciudad entera hubiera decidido quedarse en silencio. Las gotas golpeaban los vidrios con una suavidad melancólica, y el viento arrastraba las hojas caídas por la calle como si tuviera prisa por llevarse algo.
Era viernes. Y eso significaba reencuentro. El grupo ya venía hablando del plan desde hacía días. Sam había organizado todo con su entusiasmo habitual. Charlie, como siempre, ofrecía su casa para pre-juntar. Y los chicos… bueno, ellos habían cumplido su promesa nuevamente. Volvían a tocar esa noche.
Pero yo no iba a estar ahí.
—Olivia, ya hablamos de esto —dijo mi padre, sin siquiera alzar la voz. Su tono calmo lo hacía peor—. No saldrás hoy.
—Papá… —intenté protestar, con esa mezcla de súplica y fastidio que ya me conocía de memoria.
—Tienes clases el lunes, estás cansada, y te estás distrayendo demasiado —intervino mi mamá desde el comedor—. Estas a mitad de año en la Universidad. No podemos permitir que bajes el ritmo por un grupo de chicos y salidas nocturnas.
Un grupo de chicos. Así, como si no significaran nada. Como si esa noche no fuera más que una tontería adolescente.
Tenía 18 años recién cumplidos. Y aunque no lo pareciera, había días donde sentía que cargaba con el doble.
—No me va a pasar nada —dije, más bajito, casi resignada—. Solo quería ir un rato.
—Ya tendrás tiempo de salir. Ahora tienes que concentrarte en lo importante —cerró mi padre.
"Lo importante". Como si yo no supiera lo que era el esfuerzo. Como si no me hubiese pasado la vida entera tratando de hacer las cosas bien, de ser la hija responsable, la que nunca se equivoca, la que siempre está para los demás.
Subí a mi cuarto con el corazón apretado. El celular vibraba cada tanto con mensajes del grupo. Sam decía que ya estaba maquillada. Charlie subía una historia con lluvia y música de fondo. Nick… Nick había preguntado si iba a ir.
“No voy a poder”, escribí. “Mis padres no me dejan. Tal vez la próxima.”
Él solo reaccionó con un pulgar arriba. Nada más.
Y por alguna razón, eso me dolió más de lo que esperaba.
Puse música. Algo de jazz suave, de esos temas que siempre me ayudan a respirar. Cerré los ojos y me imaginé en ese bar, con las luces tenues, el murmullo de las risas, y esa sensación cálida de pertenecer a algo. Me imaginé mirándolo a él desde mi rincón habitual. Me imaginé no sintiéndome tan invisible.
Pero era solo eso. Imaginación.
Afuera seguía lloviendo, y en mi cuarto, el silencio me envolvía como una manta que no abriga.
El reloj marcaba las nueve y media. Afuera, la lluvia no daba tregua y la ventana empañada parecía un reflejo perfecto de lo que sentía por dentro. Había querido escapar aunque sea un ratito, sentirme libre, ligera, parte de algo que me hiciera olvidar por unas horas las exigencias, los miedos, el constante esfuerzo por demostrar que valgo.
De pronto, el celular vibró.
Nick:
“Me quedé con ganas de que vinieras.”
Me quedé quieta. El corazón me dio un pequeño salto. Leí el mensaje otra vez. No era largo, ni rebuscado. Pero decía justo lo que no me animaba a imaginar.
Nick:
“Toqué una de las canciones que dijiste que te gustaban, Let it be para ser exacto. No sé si salió bien, pero pensé en ti.”
Apoyé el celular sobre el pecho, sin responder enseguida. Sentí que, por primera vez en mucho tiempo, alguien veía algo en mí sin que tuviese que explicarlo. Sin tener que gritarlo.
Tal vez… no estaba tan sola como creía.
Tal vez… sí era parte de algo.
Y con esa pequeña chispa de alivio encendida en medio de la tormenta, me permití sonreír por primera vez en toda la noche.
Me senté en la cama, con las piernas cruzadas y el celular entre las manos, sin poder dejar de mirar sus palabras. El sonido de la lluvia seguía golpeando la ventana, como si acompañara el momento.
Yo:
“¿De verdad pensaste en mí?”
Tardó un poco en responder. No demasiado, pero lo suficiente como para que el corazón se acelerara.
Nick:
“Sí. Escuché a Emily afinando y pensé: ‘Ojalá ella estuviera aquí para oír esto’. No sé… fue automático.”
Me mordí el labio, intentando frenar esa sonrisa tonta que empezaba a aparecer.
Yo:
“Lo siento por no ir. No fue por falta de ganas.”
Nick:
“Lo imaginé. Te ves como alguien que cumple con todo. A veces demasiado, ¿no?”
Esa frase me tocó más de lo que debería. Era eso. Siempre tratando de cumplir, de ser la hija perfecta, la estudiante ejemplar, la amiga que escucha. Me olvidaba de mí todo el tiempo.
Yo:
“Demasiado, sí.”
Y como si supiera que no hacía falta decir mucho más, él respondió con algo simple, pero que me abrazó desde el otro lado de la pantalla.
Nick:
“Bueno, la próxima vez te secuestro. No acepto excusas.”
Solté una risa baja. No sabía por qué, pero ese mensaje me dio calma. Como si por un momento el mundo dejara de pesar tanto.
Yo:
“Trato hecho.”
Pasaron unos segundos sin respuestas. Pensé que tal vez se había quedado dormido. Pero entonces llegó otro mensaje.
Nick:
“Descansa, Olivia.”
Apagué la pantalla con una sonrisa suave.
Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, dormí tranquila.