La puerta del pub se abrió dejando entrar una ráfaga de aire fresco, impregnada de ese olor tan particular que tiene la primavera cuando apenas comienza: un poco a flores, un poco a césped mojado, y un poco a esperanza. Afuera lloviznaba suave, lo justo como para manchar los cristales con gotitas dispersas. Y ahí estábamos otra vez. Después de una semana que se sintió eterna.
Exámenes, trabajos prácticos, noches sin dormir. Y para ellos, ensayos hasta entrada la madrugada. Pero por fin… era viernes.
Habia llegado temprano al pub, en realidad no, llegue a tiempo. Vi a Charlie entrar primero, riendo con Sam, las dos con esa energía imparable que parece que nunca se les acaba. Detrás venía la banda. Nick saludó levantando apenas la mano, con esa sonrisa ladeada que ya empezaba a parecerme familiar. La forma en que sus ojos buscaron los míos me dio un pequeño vuelco en el estómago, aunque intenté disimularlo.
Nos acomodamos en la mesa de siempre. Luces cálidas, el murmullo del bar mezclado con alguna canción de fondo. Todo se sentía más liviano esa noche. Más fácil.
Charlie hablaba rápido, contando alguna anécdota ridícula del examen de literatura, Sam se burlaba de cómo casi se queda dormida en medio de una exposición oral, y yo… yo me dejé llevar. Por el ambiente, por ellos. Por esta pequeña burbuja que habíamos construido sin darnos cuenta.
Miré a Nick de reojo mientras discutía con harry sobre una canción nueva. Gesticulaba con las manos, se reía con los ojos. Tenía algo que lo hacía distinto esa noche. Más relajado. Más presente. Más cerca.
Y por un segundo, me dejé pensar que tal vez… solo tal vez… todo lo que estaba pasando no era casualidad.
Tal vez, esta historia no la estábamos escribiendo solos.
Entre risas y vasos vacíos, el ambiente del pub cambió sin que nos diéramos cuenta. Las luces se atenuaron, bañando todo de un dorado cálido y nostálgico. La música en vivo, que hasta ese momento era alegre y rápida, bajó su ritmo. Unos acordes suaves comenzaron a sonar desde el pequeño escenario, y apenas reconocí la melodía, mi pecho se apretó con ternura.
“When the night has come… and the land is dark…”
“… And the Moon is the only light we'll see..”
"Stand By Me". Una de esas canciones que te envuelven sin pedir permiso. Que se sienten como un abrazo en mitad del caos.
Algunos comenzaron a levantarse para bailar. No como en una fiesta, sino despacio, con esa calma que solo la primavera recién nacida y las almas tranquilas permiten.
Me quedé sentada, observando. Hasta que sentí una mano rozando la mía.
Nick no dijo nada. Solo me miró. Y algo en su mirada me hizo saber que no necesitaba palabras. Me puse de pie, con el corazón latiendo fuerte, y lo seguí.
Nos movimos despacio hacia el pequeño espacio que se había armado frente al escenario. La gente danzaba suavemente, como si el tiempo se hubiese detenido. Él me rodeó la cintura con cuidado, y yo apoyé una mano sobre su hombro. La otra quedó atrapada en la suya. No estábamos ni muy cerca ni muy lejos. Solo en el punto justo.
—No sabía que te gustaban este tipo de canciones —murmuró, apenas audible.
—Me encantan —respondí. Y fue lo único que pude decir.
Nos movimos al ritmo de la música. Despacio. Cómodos. Como si ya lo hubiéramos hecho antes. Como si nuestros cuerpos se reconocieran de otra vida.
La letra seguía flotando entre nosotros:
“…no, no voy a llorar… no, no voy a temer… mientras tú estés… conmigo…”
Nick me sostenía como si no quisiera soltarme. Como si de alguna forma, ya supiera que tenía algo entre sus manos que no quería romper.
—Tus ojos brillan diferente cuando estás tranquila —murmuró, con esa voz baja y honesta que me desarmaba.
Sonreí, bajando la mirada. No estaba acostumbrada a que alguien se fijara en esas cosas. En mí, de verdad.
Él alzó su mano y me corrió un mechón del rostro, con una suavidad casi temblorosa. Su dedo rozó mi mejilla, lento, y sus ojos buscaron los míos con una mezcla de ternura y algo que no me animé a nombrar.
Nos quedamos ahí. A centímetros. El mundo girando suave a nuestro alrededor.
Y entonces, sin decir nada, bajó la mirada a mis labios, volvió a mirarme y se acercó. Lo suficiente para que pudiera sentir su respiración, para que mi corazón se acelerara como nunca.
El primer roce fue tímido. Una caricia apenas. Como si se estuviera preguntando si podía. Como si me diera espacio para alejarme si quería.
Pero no lo hice.
Lo besé de vuelta. Lenta, dulce, sin saber si estaba temblando por fuera o solo por dentro. Mis manos subieron a su cuello, y él me atrajo un poco más hacia él. El beso se volvió más firme, más sincero. Cargado de todo eso que habíamos callado. De las miradas largas. De los silencios cómodos. De todo lo que veníamos construyendo, sin darnos cuenta.
Duró unos segundos. O una eternidad.
Y cuando nos separamos, apenas unos milímetros, quedamos con la frente apoyada, respirando el mismo aire.
—No sé qué está pasando —susurró, con una sonrisa medio torpe—. Pero no quiero que termine.
Yo tampoco.
Pero no dije nada.
Porque hay besos que no necesitan explicación.