Aquel invierno de Londres

Capítulo 15: Que jueves.

Era jueves. De esos que tienen algo distinto sin que pase nada en particular. El cielo se había cubierto de nubes grises desde temprano, y el aire estaba frío, pero no dolía. Era ese tipo de clima que te invita a abrigarte un poco más y caminar despacio. Aun cuando estabamos empezando la primavera. Yo estaba en mi habitación, con el corazón latiendo como si fuera la primera cita de mi vida. y en realidad lo era. mis padres, por alguna razón, esta vez no hicieron tantas preguntas, solo aceptaron y acordamos que volvería temprano.

Nick iba a venir a buscarme. Lo había decidido sin vueltas, después de varios mensajes cortos durante la semana. Me pidió mi dirección y se la pasé. No sé qué me dio más vértigo: escribirla o apretar “enviar”. Pero lo hice. Y ahora estaba ahí, esperando a que sonara el timbre.

Cuando lo hizo, me miré rápido al espejo, respiré hondo y bajé.
Abrí la puerta y ahí estaba. Nick, con sus manos en los bolsillos, el pelo un poco revuelto por el viento y esa sonrisa medio torcida que le conocía bien. Me miró y bajó un segundo la vista, como si no supiera bien qué decir.

—Hola —murmuró.

—Hola —contesté, sonriendo sin pensar demasiado.

Caminamos unos pasos en silencio por la vereda. No era incómodo. Al contrario, había algo lindo en no tener que llenar todo con palabras.

—Te traje algo —dijo de repente.

Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un par de auriculares. Se puso uno y me ofreció el otro. No pregunté nada. Solo lo tomé.

En cuanto me lo puse, la melodía empezó a sonar suave, como si el mundo bajara el volumen de todo lo demás para dejarnos solos. “Oh, my love… my darling…”. Unchained Melody. Sentí un nudo en el pecho. De los buenos. De esos que no asustan, pero que te avisan que algo dentro se está moviendo.

Lo miré. Él ya me estaba mirando.

—¿Por qué esta canción? —pregunté, casi en un susurro.

—No sé… —dijo encogiéndose de hombros—. Tiene algo… frágil. Como si pudiera romperse en cualquier momento, pero al mismo tiempo es fuerte. Como tu.

No supe qué decir. Sólo sonreí. Caminamos así, compartiendo el auricular, el silencio y la canción, como si fuera lo único que importara esa tarde.

Y tal vez lo era.

Caminamos un rato más, sin decir mucho, pero sabiendo que estábamos cómodos. De a poco, las calles se fueron volviendo más tranquilas y los árboles empezaban a soltar ese verde fresco de primavera. Pasamos frente a una plaza casi vacía, con un banco bajo una farola vieja que encendía un amarillo cálido, como de película.

Nick se detuvo.
—¿Quieres sentarte un rato? —preguntó, señalando el banco.

Asentí. Nos sentamos uno al lado del otro, con los auriculares todavía puestos, aunque ya no sonaba música. Solo quedaba el murmullo de la ciudad a lo lejos.

—¿Estás bien? —preguntó, girando apenas el rostro hacia mí.

Lo miré. Dudé un segundo.

—Sí… o algo parecido —contesté con una pequeña risa.

—¿Algo parecido?

—No sé. A veces siento que estoy bien solo porque me acostumbré a no estar del todo bien —dije, sin pensar demasiado.
Él no dijo nada al principio. Solo se quedó en silencio, como si estuviera procesando cada palabra.

—Yo creo que eso también es parte de estar bien —respondió al fin—. Saber que algo duele, pero seguir. Igual estás aquí… conmigo.

Volví a mirarlo. Sus ojos tenían algo distinto esta vez. Como si me estuviera viendo de verdad, más allá de lo que mostraba.

—No me pasa mucho esto —dije bajito.

—¿El qué?

—Hablar así con alguien. Sentirme… segura. Vista.

Nick tragó saliva, bajó la mirada al suelo por un segundo y después volvió a buscar mis ojos.

—A mí tampoco me pasa. No desde hace mucho tiempo —dijo, y dejó caer los hombros con un suspiro.

Pasaron unos segundos antes de que hablara de nuevo.

—¿Sabes qué pensé cuando te vi por primera vez en el pub? —preguntó, con una sonrisa apenas dibujada.
—¿Qué?

—Que parecías tener el mundo bajo control. Y ahora… me doy cuenta que solo estabas sobreviviendo.

—Y tu parecías tener una barrera gigante alrededor —le dije—. Pero ahora entiendo que solo te estabas cuidando.

Ambos sonreímos. Cansados, pero aliviados.

Y ahí, en ese banco bajo una farola vieja, con el murmullo de la ciudad apagado por la cercanía, nos quedamos un rato más. Sin necesidad de decir mucho. Porque a veces, cuando alguien te escucha de verdad, las palabras sobran.

El silencio que se formó después fue distinto. No era incómodo ni tenso… era uno de esos silencios donde todo se entiende sin explicaciones. Nick bajó la mirada un segundo, como dudando, y después la subió otra vez, esta vez más seguro.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo en voz baja.

Asentí.

—¿Qué pensaste después de esa noche… en el pub?

Mi corazón se aceleró, pero traté de disimularlo.

—Pensé… que por fin alguien me veía. Que no tenía que disfrazarme de nada.

Él asintió, y sonrió. Una sonrisa de esas que se sienten. Que dicen “yo igual”.
Se inclinó un poco hacia mí, apenas, como si me diera espacio para elegir. Y lo hice. Me acerqué. Fue un beso suave, tranquilo, como un suspiro compartido. No había apuro. No había dudas. Solo dos personas conectando en medio del ruido de la vida.

Cuando se separó, dejó su frente pegada a la mía.

—¿Sabés? —susurró— Me da un poco de miedo lo que siento cuando estoy contigo.

Cerré los ojos un segundo.

—A mí también. Pero es un miedo lindo.
Nos quedamos ahí, con las manos entrelazadas, el pecho abierto y el corazón latiendo fuerte. Bajo esa farola vieja, en una tarde-noche que no tenía planes, el mundo parecía más simple.

Y por primera vez en mucho tiempo, no pense en lo que podía salir mal… solo en lo que por fin estaba empezando a sentirse bien.




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