Mayo.
Con el paso de las semanas, todo empezó a sentirse más real. Nick y yo no éramos solo dos personas que se gustaban… algo dentro mío comenzaba a enraizarse con él. Y no me refiero a mariposas en el estómago o sonrisas tontas —aunque de eso también hubo bastante—, sino a una sensación más profunda, como si con él, por fin, pudiera soltar el peso que a veces cargo sin darme cuenta.
Había pequeños gestos que me desarmaban sin aviso. La forma en la que me prestaba atención incluso cuando yo no decía nada, cómo recordaba mis cafés favoritos o lo mucho que odiaba los lunes. A veces lo encontraba observándome con una ternura que me hacía sentir expuesta, pero no vulnerable… más bien, vista.
Y en todo ese caos de exámenes, ensayos y madrugadas en vela, él era lo que me anclaba. Lo que me hacía querer quedarme un rato más. Por eso, cuando me escribió para vernos en el café de siempre, el que tanto me gustaba, algo en mí se iluminó. No sabía qué esperaba exactamente… pero sí sabía que quería seguir descubriéndolo.
El cielo estaba despejado, y aunque el sol ya no calentaba como en pleno verano, la brisa suave de la primavera me hacía sentir en paz. Caminaba por esas calles que conocía de memoria, cruzando la plaza hasta llegar a la esquina donde estaba mi café favorito. Era pequeño, con sillas de mimbre afuera y plantas trepando por las paredes. Siempre me había encantado ese lugar. Y ahora, más que nunca, se había vuelto especial.
Nick ya estaba ahí, sentado en la mesa de siempre junto a la ventana. Llevaba puesta esa chaqueta verde oliva que le quedaba ridículamente bien y los auriculares colgando del cuello. Cuando me vio, sonrió. No una sonrisa cualquiera, sino esa suya… la que empieza lenta, como si apenas pudiera disimular que está feliz de verme.
—Llegas justo a tiempo —dijo, levantándose para saludarme con un beso en la mejilla—. Ya pedí tu té. Sé que odias esperar.
—Y tú odias equivocarte —respondí, sentándome frente a él con una sonrisa.
Nos reímos. Había algo cómodo en cómo fluían las cosas entre nosotros. Llevábamos unas semanas saliendo, pero no había apuro, ni grandes declaraciones, solo momentos compartidos que empezaban a formar algo bonito, algo que me hacía sentir segura.
—¿Cómo estuvo tu semana? —preguntó, mientras el camarero dejaba nuestras tazas sobre la mesa.
—Un poco intensa. Entre la universidad y todo lo demás… siento que no paro. Pero esto —dije señalando el té, su sonrisa, la tarde tranquila— es justo lo que necesitaba.
—Yo también. Estos ratos contigo... no sé. Me hacen bien.
Me quedé mirándolo unos segundos. Era raro escuchar a alguien decir algo así, con tanta naturalidad, sin esconderse. Nick podía tener sus sombras, lo sabía. Pero también tenía una forma genuina de estar presente. Y eso me desarmaba.
—¿Sabes que siempre quise traer a alguien aquí y compartir este lugar? —le dije después de un sorbo.
—¿Y por qué no lo habías hecho antes?
—Porque no era con cualquiera. Y porque no me sentía lista… hasta ahora.
Él no respondió enseguida. Solo tomó mi mano, con cuidado, como si tuviera miedo de romper algo. Y ahí, en medio de la ciudad, de las voces suaves y el olor a café recién hecho, sentí que algo en mí se afirmaba. Que por más miedo que tuviera, estaba lista para seguir descubriéndolo.
Nick soltó mi mano despacio y bajó la mirada hacia su taza. Algo en su expresión cambió. Ya no era solo calma o ternura. Había una especie de tensión en sus hombros, una seriedad que no le había visto en mucho tiempo.
—Olivia… hay algo que tengo que contarte
—dijo, con la voz un poco más baja, como si temiera que el aire lo escuchara antes que yo.
Me enderecé un poco, sintiendo cómo mi pecho se apretaba, como si algo adentro ya supiera lo que venía. Él jugaba con la cucharita de su té, evitándome la mirada.
—Hace unos meses... antes de que todo esto empezara con nosotros, antes incluso de conocerte... me contactó una disquera en Estados Unidos. Una chica que fue a uno de nuestros shows compartió videos, y bueno, alguien alli se interesó. Me ofrecieron ir. Conocer el estudio, probar un par de semanas, ver si encajo en el equipo.
Sus ojos finalmente se encontraron con los míos, y por un segundo todo se volvió más lento. Sentí el zumbido del café a nuestro alrededor, la gente hablando, riendo… pero todo eso era lejano.
—¿Y cuándo te vas?
—En tres semanas.
Asentí, aunque por dentro no sabía bien cómo reaccionar. No era enojo. Tampoco tristeza. Era esa mezcla rara de sorpresa y miedo. Miedo a lo que eso podía significar para nosotros. Para esto que apenas estábamos empezando a construir.
—¿Por qué no me lo contaste antes?
—Porque no sabía cómo hacerlo —respondió casi al instante, sin rodeos—. Porque me asusta lo que siento por ti, Olivia. Me asusta irme y dejar algo que... que por primera vez en mucho tiempo me hace sentir en casa.
Las palabras quedaron suspendidas entre los dos. Él volvió a tomar mi mano, esta vez con fuerza, con esa urgencia silenciosa que tienen las cosas que importan.
—No quiero que esto cambie lo que hay entre nosotros. No sé qué va a pasar allí. Pero sí sé que no quiero irme sin que lo sepas. Y que no quiero perderte por no haber sido honesto.
Respiré hondo. Sentía la garganta apretada y el corazón latiendo fuerte. Pero, por alguna razón, no había dolor. Solo una claridad nueva. Algo que me decía que, por más incierto que fuese todo, estábamos empezando a hablarnos con la verdad.
Y eso… también era amor.