Hay cosas que me dan miedo. No el tipo de miedo que te hace correr, sino ese que se instala callado, que no grita, pero no te deja dormir. Desde que Nick me habló sobre el viaje, hay una parte de mí que no puede dejar de imaginarlo lejos, en otro lugar, en otra vida. Y cada vez que lo pienso, algo dentro mío se encoge.
Tengo miedo de que se olvide. De que un día, sin querer, deje de notar mis detalles. Que no se ría como lo hace cuando me escucha hablar sin parar de algo que me apasiona. Que no me mire como la última vez, con esa mezcla de ternura y duda que me rompió y me abrazó al mismo tiempo.
Y entonces me acuerdo de él. De cómo sus hoyuelos aparecen cuando sonríe de verdad, cuando algo lo emociona más de lo que quiere mostrar. De cómo a veces se deja el cabello más largo y se lo acomoda con los dedos, distraído, sin darse cuenta de lo adorable que se ve. De su risa tímida cuando algo le gusta mucho y no sabe cómo decirlo. Y de esa mirada… esa mirada que cambia cuando está nervioso, cuando algo lo pone serio, como si estuviera cargando más de lo que muestra.
Me estoy enamorando de esos detalles. De su forma de existir sin alardes. De cómo dice mi nombre, bajito, como si fuera algo frágil. Y me aterra la idea de que el tiempo, la distancia o las nuevas oportunidades lo cambien. Que un día deje de escribirme. Que ya no recuerde cuál es mi té favorito. Que me vuelva solo un recuerdo lindo de una etapa.
A veces me sorprendo observándolo en silencio, como si mi mirada pudiera detener el tiempo. Hay algo en la forma en que Nick se ríe con los ojos cerrados, como si por un instante no existiera el resto del mundo. O cuando se queda pensando, absorto, con la mirada perdida y los dedos tamborileando sobre la mesa, como si tuviera música dentro todo el tiempo.
Y yo estoy ahí, atenta a todo eso. A sus gestos. A cómo se muerde el labio inferior cuando está por decir algo que le cuesta. A cómo se pone nervioso cuando la conversación se vuelve demasiado personal, pero igual no se va. A cómo me mira cuando cree que no lo estoy viendo, como si le costara entender lo que estamos construyendo.
Y lo entiendo, porque a mí también me cuesta.
Siento que me estoy entregando a algo que no puedo controlar. Y lo más complicado no es eso, sino que lo estoy haciendo sin garantías. Me estoy enamorando de alguien que en unas semanas podría estar en otro país, con otras rutinas, con otros rostros alrededor. Y no sé si eso me hace valiente o simplemente ingenua.
Pero no puedo evitarlo. Porque él es eso que no estaba buscando y, sin embargo, se volvió imprescindible. Porque cuando me abraza, siento que el mundo se detiene un segundo. Porque cuando me habla, hay una parte de mí que encuentra calma. Y porque cuando me mira, siento que, por una vez, alguien me ve de verdad.
A veces pienso que el amor es eso: lanzarse sin red. Confiar sin promesas. Sentir sin condiciones.
Y sí… tengo miedo.
Pero también tengo ganas de quedarme en esto un rato más.
Pero aquí estoy. Sintiéndolo todo. Apegándome a alguien que quizás, en poco tiempo, se vaya. Y aun así, deseando que se quede.