Aquel invierno de Londres

Capítulo 22: Nervios y té.

El timbre sonó a las seis en punto.

Me asomé desde el pasillo, sintiendo cómo se me aceleraba el corazón. Era extraño, pero había algo en ver a Nick ahí, parado frente a la puerta de mi casa, que lo hacía todo más real. Más serio. Más importante.

Estaba nervioso. Lo noté en la forma en la que se acomodó el cuello de la camisa —una blanca, sencilla, pero impecable— y en cómo respiró hondo antes de que mi padre le abriera.

—Tú debes ser Nick —dijo él, con una sonrisa cordial, mientras le ofrecía la mano.

—Sí, señor. Un gusto conocerlo —respondió Nick, firme, aunque con esa leve tensión que solo yo parecía notar.

Mi madre apareció detrás, con su típica expresión entre curiosa y protectora, y lo saludó con un abrazo amable. Nick se dejó hacer, un poco incómodo, pero haciendo el esfuerzo de caer bien. Y lo estaba logrando.

Desde donde estaba, los observé unos segundos. A mi familia, a Nick... a ese extraño momento que parecía sacado de otro tiempo, uno donde conocer a los padres significaba algo serio, algo que marcaba un antes y un después.

Caminé hacia ellos, y cuando llegué a su lado, Nick me miró y me dedicó una sonrisa pequeña, de esas que solo me daba a mí. Esa que le salía cuando se sentía en territorio desconocido, pero me tenía cerca.

—¿Estás bien? —le susurré, aprovechando un segundo en que mis padres se alejaron a preparar té.

—Nunca estuve tan nervioso —admitió—. Pero por ti vale la pena.

Mi pecho se llenó de una calidez difícil de explicar. Le apreté la mano suavemente, y lo guié al comedor, donde empezaría la charla con mis padres. Él estaba a punto de marcharse a otro país… y aun así, estaba ahí, haciendo espacio para conocer a las personas que me importaban.

Y yo no podía evitar pensar: ¿cómo se hace para no enamorarse más?

Nos sentamos alrededor de la mesa con las tazas de té en mano, mientras la televisión sonaba de fondo desde la sala. La tarde tenía ese aire cálido de primavera, y aunque todo parecía relajado, yo podía notar que Nick estaba un poco más callado que de costumbre.

Mi madre fue la primera en hablar, con esa voz suave pero directa que usaba cuando quería conocer a alguien de verdad.

—Entonces, Nick... Olivia nos contó que estás por viajar a Estados Unidos.

—Sí, señora —respondió él, con una sonrisa ligera—. Es por la música. Se interesaron en algunos temas que trabajamos con la banda, así que voy a reunirme con una disquera para ver qué posibilidades hay.

Mi padre, siempre observador, intervino mientras revolvía su té.

—¿Y estás nervioso?

Nick dudó un segundo, como si estuviera eligiendo bien sus palabras.

—Un poco, sí. Pero más que nada emocionado. Es algo en lo que vengo trabajando desde hace años, y se siente bien saber que puede ser el comienzo de algo más grande.

—¿Siempre supiste que querías hacer esto? —preguntó mi madre, curiosa.

Él asintió, apoyando los codos en la mesa.

—Desde muy chico. Me obsesionaban los ritmos, los sonidos... Mi primer batería fue un desastre, pero la energía estaba ahí. Y desde entonces no me vi haciendo otra cosa.

Mis padres compartieron una mirada cómplice, como si estuvieran viendo algo que yo aún no había notado. Yo no podía evitar sonreír, mirándolo con cierta admiración. Había algo en su manera de hablar de la música que me conmovía.

—Bueno, Olivia nos ha hablado mucho de la banda —dijo mi padre, con una leve sonrisa—. Parece que están muy unidos.

Nick me miró con una expresión tan cálida que me hizo olvidar el leve temblor de nervios que había en el ambiente.

—Ella es parte de todo esto —dijo, sincero—. Es el centro de muchas cosas, aunque a veces no se dé cuenta.

Sentí que algo se acomodaba dentro de mí. Como si, por un instante, el tiempo se hubiera detenido solo para escuchar eso.
Mis padres no dijeron nada más, pero la mirada de mi madre tenía ese brillo especial que aparece cuando algo le gusta de verdad. Y mi padre, simplemente asintió, aprobando en silencio.

Después de una charla tranquila con mis padres, mi madre propuso que Nick se quedara a cenar. Él aceptó con una sonrisa un poco más relajada, y mi padre, entre risas, dijo que aún faltaban para preparar la cena. Mamá me miró con complicidad y agregó:

—Pueden ir a tu habitación mientras tanto, si quieren. Aquí está todo bajo control.

Asentí en silencio, y juntos caminamos por el pasillo. Había una calma especial en el ambiente, como si todo estuviera en pausa.
Abrí la puerta de mi habitación y lo dejé pasar primero. Nick se detuvo apenas cruzó el umbral y echó un vistazo a su alrededor con una expresión suave en el rostro.

—Wow —dijo en voz baja, sonriendo—. Este lugar... se siente muy tú.

Mi cuarto era grande, pero tenía ese toque cálido que me hacía sentir en casa. Los colores neutros y marrones suaves envolvían todo con una luz serena. Había estantes llenos de libros, pósters de películas y bandas que me gustaban, mapas colgados en las paredes y fotografías que capturaban instantes importantes. Cerca de la ventana, estaba mi colección de vinilos cuidadosamente ordenada junto a mi tocadiscos antiguo, con su estructura de madera y detalles dorados.

Nick caminó hacia él con algo parecido a la curiosidad de un niño.

—¿Todavía funciona?

—Perfectamente —respondí con una sonrisa—. Puedes elegir uno, si quieres.

Él revisó los vinilos con calma, pasando los dedos por las carátulas como si tocara algo valioso, hasta que eligió uno de Elvis Presley. Lo colocó con cuidado, y en segundos, una melodía suave comenzó a sonar por toda la habitación.

Nos sentamos juntos en el borde de la cama, sin prisas. Hablamos de cosas simples y profundas al mismo tiempo. Le conté que amaba leer y las rosas blancas. el me dijo que jamas había regalado flores y me reí por eso. En un momento, Nick tomó mi mano con delicadeza y la apoyó sobre su pierna. Se quedó mirándola por unos segundos antes de decir:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.