Aquel invierno de Londres

Capítulo 23: Nick.

Nunca me habían invitado a una casa así. No de esa manera. No con esa intención. Conocer a los padres de alguien que me importaba era otro nivel.

Y aunque intenté parecer tranquilo, llevaba los nervios en el pecho desde que Olivia acepto que conozca a sus padres.

Pero cuando abrió la puerta y me sonrió como si yo fuera lo único que estaba esperando ese día, todo se calmó un poco.

Sus padres fueron correctos, cálidos con el paso de los minutos. Me preguntaron por la música, por mis planes, por cómo conocí a Olivia. Respondí con honestidad, con respeto, pero sabiendo que en cualquier momento mi voz podía temblar. No por miedo, sino por lo que significaba estar ahí.

Cuando me llevó a su habitación para esperar que la cena estuviera lista, entendí aún más cosas sobre ella.

Su cuarto era grande, pero cálido. Había estantes repletos de libros, fotos por todos lados, mapas, posters... Y vinilos. Tantos vinilos. Uno al lado del otro, perfectamente acomodados, como si cada uno guardara una parte de su historia. El tocadiscos antiguo, precioso, en una esquina, parecía mirarnos en silencio. Me hizo sonreír. Era como entrar a un rincón secreto del mundo.Y entre todo eso, vi pequeños detalles que se me clavaron en el pecho.
Un Woody de Toy Story en una repisa, un poco gastado, como si lo hubiera tenido desde siempre. Me di cuenta ahí que amaba esa película, que no era casualidad.
Unos cuantos peluches acomodados con descuido, como si todavía los abrazara de vez en cuando, aunque ya no fuera una niña.
El maquillaje desordenado sobre el escritorio, algunas tapas sueltas, una brocha fuera de lugar.
Las fotos antiguas pegadas con cinta, las esquinas dobladas de los libros más leídos.

Había rastros de una niña risueña, de una adolescente sensible, de una mujer que intentaba ser fuerte, pero aún guardaba miedos.

Y eso me partió en dos.

Porque me enamoré de ella justo ahí.
No cuando me miró a los ojos.
No cuando me sonrió.
Sino cuando entendí todo lo que callaba.

Cuando empezó a sonar “Can’t Help Falling in Love” y sus dedos buscaron los míos con una ternura que no pedía permiso, sentí que ya no había vuelta atrás.

Se apoyó en mi pecho, en silencio, y respiró como si lo mío fuera hogar.

Me enamoré de ella en su cuarto, entre los vinilos y los mapas, entre sus fotos viejas y el maquillaje desordenado. Me enamoré de sus detalles, de su mundo, de todo lo que ni siquiera ella sabía que estaba mostrando.

Y en ese instante, lo único que pensé fue que no quería irme.

Pero sabía que el tiempo no se iba a detener por nosotros.

Y que el amor, cuando es tan real, también da miedo.

Pensar en dejarla era como sentir que me arrancaban un pedazo de mí. No porque fuera una obligación, sino porque sabía que no quería. Pero también estaba ese miedo, ese que no me dejaba avanzar: el miedo a que ella se lastimara. A que yo no fuese suficiente. A que la distancia me convirtiera en un extraño.

Cada vez que la veía, me parecía más imposible no querer más. Más imposible no pensar en un “nosotros” real, con nombre y apellido. Pero no me animaba. No porque no quisiera, sino porque la herida de mi pasado, esa que me dejó sin palabras y sin confianza, me frenaba. No quería prometer algo que después no pudiese cumplir.

La veía sonreír, y en sus ojos leía toda la ternura del mundo. Esos ojitos con sus pequeños hoyuelos, la forma en que a veces se dejaba crecer el cabello un poco más de lo habitual, como si eso la hiciera sentirse más libre o diferente. Cómo se reía tímida cuando algo le gustaba más de lo que ella misma podía admitir, y cómo se ponía seria cuando algo le daba nervios. Esos detalles, esas pequeñas cosas, me tenían atrapado.

Quería quedarme con eso, con su esencia intacta, sin arriesgarme a que el miedo me hiciera lastimarla sin querer. Por eso, aunque ya sentía todo tan fuerte, no había dicho nada. No había puesto palabras a lo que ambos sentíamos.

Era como estar en una cuerda floja: con ganas de dar un salto al vacío, pero con el corazón retenido por mil dudas. Tenía miedo de que el día que me fuera, ella dejara de verme como la persona que estaba ahí, ahora mismo, que la abrazaba y la cuidaba. Tenía miedo de perder su confianza y, peor aún, de perderla a ella.

Entonces, me quedaba con ese silencio a medias, con ese nosotros sin nombre, aferrándome a cada instante a su lado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.